“Philo Sophia”, de Carla Davico y Giovannni Longo, es una lúcida propuesta para afianzar el pensamiento crítico desde la infancia. Buscan una filosofía más cercana al diario vivir (por Mario Rodríguez Órdenes)
En medio del complejo mundo actual, se necesitan referencias, brújulas. Es la propuesta de Carla Davico Giannini y Giovanni Longo Muñoz en “Philo Sophia” (Catalonia, 2024). “La idea del libro es que sea una herramienta que desarrolle el razonamiento a edad temprana, practicando el diálogo tolerante, abierto a las diferencias y a la reinterpretación, ya que no existe una verdad única”, precisan los autores.
Carla Davico Giannini estudió Literatura en la Universidad Diego Portales. Posteriormente, realizó un diplomado en Estética y Filosofía en la PUC y otro en Nuevas Prácticas Lectoras en la Universidad Academia Humanismo Cristiano. Se ha dedicado al fomento lector. Giovanni Longo Muñoz es cineasta, publicista e ilustrador.
Respecto a “Philo Sophia” precisa: “Estamos enfocados en que la filosofía es accesible a todo quien quiera sentarse a reflexionar, pensar, a jugar con las preguntas y con las respuestas libres. Que no sea necesario haber leído sobre filosofía para tener que filosofar, que sea un ejercicio del conversar, del dialogar, tanto en el aula como en el patio, en una esquina, o en familia a la sobremesa… Nos parece interesante que la mirada sobre la filosofía no sea tan académica, sino que sea complementada con la filosofía del diario vivir y las reflexiones bases del ser humano”.
Carla, ¿cómo surge “Philo Sophia”?
“Surge de la necesidad de un apoyo visual para el pensamiento abstracto. Se me ocurrió mientras iba leyendo ‘El ser y la nada’, de Sartre en una micro al trabajo, de pie, en la hora punta, súper llena. Me estaba costando mucho concentrarme porque cuando lograba fijar una idea para seguir con la otra, alguien pedía permiso para bajarse o algo así. En ese caos pensé que sería bueno que en el mismo libro hubiera una imagen donde uno pudiera acompañar el pensamiento. Uno lee de muchas formas al mismo tiempo, no solo decodificando el símbolo ‘letra’. Uno hace metáforas en la cabeza, imaginarios. En ese entonces trabajaba en el área de mediación del Centro Lector de Lo Barnechea, entonces también tenía en la cabeza muy presentes los libros álbum, la preponderancia de la imagen en los libros infantiles y también la necesidad de conectar a las infancias con la lectura o, en este caso, con la filosofía. Entonces tomé el libro ‘Breve historia de la filosofía’, de Humberto Giannini, y fui recopilando conceptos clásicos de la filosofía que fueran ilustrables y que fueran llamativos para los niños. Conceptos que fueran cercanos y a la vez profundos. Luego, ya con una idea más clara, contacté a Giovanni, co-autor del libro, que, además de ser ilustrador, es un gran conversador”.
¿Cómo escribir un texto de filosofía que sea liberador y que les permita a los niños enfrentar los complejos momentos actuales?
“No sé si habrá una fórmula, pero creo que es necesario probar distintas, experimentar. Hay un mundo de formatos que caben dentro del formato libro: ilustración, fotografía, troquelados, juegos con la materialidad. Y creo que esa misma libertad de usar formatos fuera de lo convencional, ya le da al niño una sensación liberadora. Por otro lado, en ´Philo Sophia´ nos preocupamos de dar la menor cantidad de definiciones o de información. Las ilustraciones son de interpretación abierta y, en relación al texto, está compuesto mayoritariamente de preguntas. Entonces el lector es un lector activo. No está recibiendo información, la está generando. Y ese rol reflexivo es algo que vemos que falta en los momentos en que vivimos. Pensamiento crítico, que le llaman. La posverdad, la fake news, el populismo, tienen mucho que ver con la falta de pensamiento crítico”.
¿Cuál es la orientación de los contenidos del libro?
“Como te comentaba, este libro no trae mucha información. No está pensado para enseñar filosofía propiamente tal, sino para mostrar lo entretenido que es pensar y hacerse preguntas. Propone una forma de acercarse a lo más elemental de la filosofía que es, justamente, hacerse preguntas. Yo diría que es un libro orientado a la mediación, porque apela constantemente al lector con sus preguntas y se presta para conversar, ya que son preguntas sin respuestas concretas. Las ilustraciones de cada concepto ocupan doble página, con el objetivo de que se pueda leer en grupo y que todos alcancen a observar. Nos encantaría que se pudiera usar de esa forma: en la biblioteca escolar, en el aula, en la familia. También la lectura solitaria. Que sea versátil, que se preste para jugar con el pensamiento de manera relajada y sin presiones, como tal vez les tocó a los primeros filósofos antes de que tuvieran este gran peso de que la filosofía es solo para la élite culta y seria”.
¿Qué edad es la apropiada para que los niños se abran a estos temas?
“Esta es la pregunta más difícil. En el espíritu liberador del libro, te diría que de 0 a 120, como aparece a veces en los juegos de mesa. Esto porque, al ser ilustrado, puede disfrutarse incluso sin saber leer, y también porque el desarrollo lector, cognitivo, etcétera, es muy variable. Pero, para intentar responderte, hemos pensado que a partir de los 6-7 años se puede aprovechar mejor el contenido. Se requiere de un pensamiento abstracto que los niños muy pequeños todavía no tienen, que van desarrollando de a poquito. Por otra parte, según las edades y las realidades, se abordan los temas de diferentes maneras: tal vez un niño de 8 no tendrá tan claro el concepto de ‘utopía’, pero cuando sea más grande y aparezca el concepto en su vida, ya habrá tenido un acercamiento a la idea, una ilustración, un imaginario, que le va a permitir abordarlo con más confianza e interés. Uno piensa que los niños chicos no leen hasta que les enseñan lectoescritura en el colegio, pero sí están absorbiendo contenido: formas, colores, olor a libro, dar vuelta las páginas, imaginar”.
¿Qué significado tiene que los niños se hagan las mismas preguntas que los adultos?
“¡Y que los filósofos! La curiosidad es intrínseca al ser humano. Y el asombro. Los niños van captando el mundo y hacen preguntas al respecto. Después los adultos naturalizan el mundo y tal vez dejan de asombrarse. Hay que estar recordando al niño interior o se hace muy fome la vida”.
¿Esperan superar esa forma de enseñar la filosofía ciñéndose a la memoria?
“La memoria es muy fome si no hay un interés previo. Apelamos a generar primero amor por la sabiduría (que es la etimología de la palabra philosophia). Pero el tema de la educación es complejo, porque no hay una forma mejor que otra, es mucha la diversidad de infancias. Heidegger era súper riguroso con la elección de cada palabra, mientras que Nietzsche lanzaba fragmentos mucho más poéticos. O sea, los mismos filósofos tienen cabezas súper particulares. Hay jóvenes que aman las sagas que vienen con mapas y lenguajes y muchos tecnicismos, y otros que quieren fluir con la historia no más o que se fijan en el lenguaje. Todo aporta. Lo importante es que haya diversidad”.
Carla, ¿cómo fueron armando los textos con las imágenes?
“Primero fui preparando definiciones para cada uno de los conceptos. Luego los conversábamos y Giovanni llegaba con una propuesta de ilustración. A partir de esa propuesta yo elaboraba el texto (que no es una definición propiamente tal, sino una forma de abordar la ilustración). Suena muy ordenado, pero la verdad es que era una conversación constante. Las preguntas también fueron pensadas en conjunto. La premisa era que fueran de interés para los niños. Hay hartas con animales, por ejemplo. Y que generaran respuestas abiertas”.
¿Consideran que en los programas escolares debe plantearse otra mirada sobre la filosofía?
“En el currículum suena bien el ramo de filosofía. Yo considero que, en general, el sistema escolar es poco integral. Educación Física y Filosofía, por ejemplo, tienen mucho en común, como te podría decir un yogui. Esas redes de comprensión se echan de menos. El cuestionamiento filosófico puede surgir de los más diversos lugares. Es humano”.
En los programas de enseñanza media incluso hubo una idea de eliminar algunas horas de la asignatura de filosofía. ¿Preocupante?
“Lo bueno de esa idea fue que se puso la filosofía en el debate público, cosa que no pasaba hace un buen rato. Claro que es preocupante. Es reflejo de una cultura utilitarista, que prioriza producción por sobre humanidad”.
Carla, ¿cómo fue su propio encuentro con la filosofía?
“Siempre me entretuvo pensar, leer, imaginar. Entre los amigos, era la que solía ‘irme en la profunda’, como se dice. Pero creo que mi mayor acercamiento se produjo mientras estudiaba literatura. Hice mi tesis en narrativa, entonces leí mucha novela, cuento, ficción y creo que me saturé un poco y ahí di un vuelco lector a la filosofía. Entré a un Diplomado en Estética y Filosofía en la PUC y ya no paré. Ahora estoy más equilibrada y suelo alternar libros de literatura y filosofía”.
¿Fue una joven de plataformas digitales o se acercó a la lectura?
“Era adolescente cuando llegó internet a nuestras vidas, así que alcancé a vivir una infancia análoga y lo agradezco. Inventábamos juegos con mi hermano, dibujaba, leía, escribía, pintaba piedritas, puras cosas que exigían inventarse la entretención. Las plataformas digitales, me parece, entregan una entretención más uniforme, con más contenido, pero menos exigencia de creación. Como adulta, soy bien usuaria de redes sociales, hay un montón de fenómenos interesantes y creativos, como los memes o el arte digital. Pero es distinto acercarse a ellas con el criterio más formado”.
¿Cómo recuerda a su abuelo Humberto?
“Con una sonrisa. Era muy acogedor. Me gusta releerlo, alcanzo a imaginar su voz detrás del texto”, precisa al recordar a su abuelo Humberto Giannini, Premio Nacional de Humanidades 1999.
Giannini llevó la filosofía a lo cotidiano… ¿Tuvo influencia en usted?
“De todas maneras. El espíritu del libro ´Philo Sophia´ es ´gianninesco´. No fue a propósito, sino que es algo que tengo metido en mi ser. Lo cotidiano, la conversación, la calle, el bar, el espacio público. Muy socrático también, muy originario en la filosofía. Mi abuelo no solo teorizaba en torno a la filosofía de lo cotidiano, sino que la practicaba: en la sobremesa, en su forma de compartir, que de niña era jugando y de grande, conversando. Como te decía, era muy acogedor. Y, en sus palabras, conversar es acoger al otro”.