En “De la A a la Z”, Luis Rodrigo Mayorga profundiza en el proceso de la lectoescritura. “La escuela se convirtió así en la institución encargada de que niños y niñas accedieran a una cultura escrita que el Estado requería para subsistir”, precisa el autor (por Mario Rodríguez Órdenes)
“Entre las décadas de 1840 y 1880 se construyeron las bases del sistema educativo público chileno. La escuela fue la primera institución estatal que se expandió por todo el territorio del país, y por lo mismo, ocupó un lugar fundamental en la construcción del Estado Nacional. En su centro estuvo la búsqueda de difundir las destrezas de la lectura y la escritura en el conjunto de la población…A nivel del discurso, es posible comprender que el sistema educativo chileno se concibió con un objetivo muy claro: el de ser funcional a la consecución del proyecto Estado – nación dirigida por las élites decimonónicas… La razón que la escuela primaria buscó diseminar se encontraba en un concepto más amplio: el de la civilización, la gran meta del sistema… La escuela se convirtió así en la institución encargada de que niños y niñas accedieran a una cultura escrita que el Estado requería para subsistir”, precisa Luis Rodrigo Mayorga en “De la A a la Z” (UAH /Ediciones, 2024.
Luis Rodrigo Mayorga (Santiago, 1985) es licenciado y magister en historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Con estudios de post grado en la Universidad de Columbia sus principales temas de investigación son: la historia de la educación chilena, la educación ciudadana y la conciencia histórica.
Rodrigo, la lectolectura nos abre el mundo y a los demás. ¿A qué edad debe comenzar el proceso?
“Es que más que pensar a qué edad debe comenzar es importante estar atento a las formas en que empieza a desarrollarse. Porque una cosa es la edad a la que a un niño o niña se le enseña a leer (lo que está bastante bien definido por la investigación educativa y los sistemas escolares) y otra distinta es a qué edad el niño o niña comienza a relacionarse con la cultura escrita, es decir, con la noción de que existen ciertos signos llamados letras que, al combinarse, refieren a significados más allá de ellos. Hoy, esas letras están en todas partes, porque todo niño nace en una cultura escrita y, por lo tanto, mientras antes se pueda acompañar ese proceso, mejor. Eso no significa enseñar a leer desde antes, pero sí acompañar a los niños y niñas en sus experiencias con textos, libros, etcétera, con especial atención a cómo van haciendo sentido progresivo de ellos. Lo fascinante, al comparar a los niños y niñas de hoy con aquellos que mi libro estudia, a mediados del siglo XIX, es justamente que estos últimos nacían en culturas aun predominantemente orales, por lo cual el primer desafío era hacer que entraran en contacto con la cultura escrita”.
¿Por qué el desarrollo del lenguaje oral es fundamental para la lectoescritura?
“Porque la escritura, al menos en el caso del alfabeto que usamos, tiene una dimensión fónica esencial: cada letra, o grafema, hace referencia a un sonido o fonema. La lectoescritura no se limita por cierto a un proceso de codificación y decodificación de sonidos en gráficos y viceversa, pero esto último forma parte del proceso de aprendizaje. No es, por cierto, el único camino de aprendizaje posible ni un requisito infranqueable, pero la relación entre el lenguaje oral y el escrito, sin ser absoluta, es cercana e interdependiente”.
Este proceso de lectoescritura, en definitiva, ¿busca afianzar un pensamiento crítico y una sociedad abierta?
“Es que depende de a qué proceso de lectoescritura nos estemos refiriendo. Una de las cosas que prueba el libro es que la escuela chilena del siglo XIX logró alfabetizar a sus estudiantes, en la medida que les entregó las herramientas para decodificar y codificar la palabra escrita, pero que al mismo tiempo limitó la posibilidad de los estudiantes de desarrollar procesos de comprensión lectora más profunda o de creación. Y, sin embargo, una vez dueños de estas nuevas herramientas, esos hombres y mujeres pudieron usarlas de todos modos para desarrollar su pensamiento crítico y luchar por una sociedad más abierta. En ese sentido, puede que no sea lo que se está buscando, pero la lectoescritura ciertamente nos da más posibilidades de alcanzar ese ideal”.
¿Ha contribuido a la construcción de los Estados modernos?
“No solo ha contribuido. Diría que los Estados modernos no son posibles sin la escritura. Es que los Estados modernos son, en cierto modo, estructuras de papel: se sustentan en leyes, decretos, instrucciones, ordenanzas y un montón de otros escritos, y por lo mismo requieren de personas que sean capaces de producirlos, pero, sobre todo, de personas que sean capaces de leerlos. Es, probablemente, una de las grandes disyuntivas que enfrentan los grupos dirigentes que construyen estos estados: necesitan que la lectoescritura se difunda para que su proyecto perviva, aunque sepan que esa misma expansión de la lectoescritura también pone en riesgo su dominio y preponderancia a la cabeza de estos proyectos estatales”.
Luis, ¿por qué el proceso de enseñanza y aprendizaje en la escuela primaria tiene tanta importancia en Chile entre 1840 y 1880?
“Porque es justamente el período en que el Estado chileno se está construyendo. Terminados los conflictos más complejos entre las élites vividos entre las décadas de 1820 y 1830, con una suerte de reconciliación política entre conservadores y liberales bajo el gobierno de Bulnes, pero aun careciendo de recursos económicos suficientes (lo que no cambiará hasta el fin de la Guerra del Pacífico), los grupos dirigentes tienen la posibilidad de consolidar y expandir su proyecto de Estado, a la vez que tienen que ser estratégicos en cómo hacerlo. La escuela, en la forma en cómo se entendía en este período, permite lograr esto, al punto de que, como han probado Sol Serrano, Macarena Ponce de León y Francisca Rengifo, se convierte en la primera institución estatal que se logran expandir a lo largo de todo el territorio nacional, antes que los retenes, los correos o los ferrocarriles”.
¿Por qué a la escuela se le llamó «escuela de la civilización»?
“Yo la he denominado así por su objetivo educativo central, que fue entendido, justamente, como el de ‘civilizar’. Existe una oposición clara en este período entre civilización y barbarie, que se traduce a su vez en la oposición entre escritura y oralidad. En ese sentido, se entiende que la escuela no sólo busca difundir la palabra escrita para hacer viable el proyecto estatal, sino que para ‘civilizar’ a un pueblo que sus dirigentes consideran ‘bárbaro’. Hay una mirada sociológica detrás de esto, si bien es una evidentemente elitista y excluyente. Por eso en el libro y otros escritos yo la llamo una noción ‘civilizadora jerárquica’: se quiere que todas las personas sean parte de esta ‘civilización’ y sus virtudes, pero no se les permite a todas esas personas liderar esa misma civilización (esto último, está limitado a los grupos dirigentes)”.
¿De qué manera la escuela primaria chilena implementó el proyecto estatal del periodo?
“En primer lugar, estableciendo una división social muy clara. Hoy, pensamos que la división social evidente de las escuelas tiene que ver con las públicas y las privadas. En el siglo XIX esto no era así: la división era entre las secundarias (públicas y privadas) adonde iban las élites y las primarias, adonde iba todo el resto. No había solución de continuidad entre ambas, la primaria se entendía como un ciclo terminal para la mayoría de la población (si es que acaso la concluían), mientras que las élites entraban directamente a las secundarias, luego de haber sido educados previamente en sus hogares o, más adelante, en las preparatorias de las mismas. Esta división social implementaba los ideales de la ‘civilización jerárquica’ por medio de los saberes que transmitían estas escuelas: los de la primaria eran los propios de la cultura escrita (la lectura, la escritura, la aritmética y el catecismo), mientras que los de la secundaria eran los propios de la cultura clásica (la historia, las ciencias, el derecho).
En segundo lugar, la escuela implementó el proyecto estatal del período estableciéndose en el territorio. Y aquí fue donde los actores estatales tuvieron que desarrollar una estrategia para hacer uso eficiente de los pocos recursos con que contaban. ¿Cómo lo hicieron? Se quedaron con el control del sistema, haciéndose cargo de los textos educativos y de los preceptores (tanto de su formación como de su pago). A las comunidades locales que solicitaban la escuela, en cambio, se les pidió que se hicieran cargo de financiar la sala de clases, la que por lo mismo tomó distintas formas durante el período: hubo niños que tenían clases en salas similares a las que conocemos hoy, pero muchos lo hicieron en salones municipales prestados, ramadas armadas para el efecto o incluso adentro de la cárcel. ¡Hay un testimonio de una clase en que los alumnos se sentaban junto a un preso que estaba en el cepo! No fue precisamente lo mejor desde el punto de vista pedagógico, todo lo contrario, pero sí fue efectivo para lograr la expansión de la institución y, de esa forma, aumentar el alcance del Estado”.
¿Cuál fue la importancia que tuvieron los visitadores de escuela para observar, en terreno, el proceso de lectoescritura?
“Los visitadores son un ejemplo muy concreto de lo que hablaba del control. Porque el Estado buscaba controlar el sistema a partir de los preceptores formados en la Escuela Normal (que se crea en 1842) y los textos de estudio, pero las escuelas eran muchas más de las que podían cubrir y los textos, aunque fueran muchos, se rompían o perdían fácilmente por su materialidad. ¿Cómo asegurarse que los preceptores no normalistas estuvieran siguiendo los lineamientos educativos del Estado? ¿O que los niños estuvieran aprendiendo lo que se esperaba? Ahí entraron los visitadores de escuela, que eran antiguos normalistas que cumplían la labor de recorrer un territorio, visitar sus escuelas, corregir los ‘vicios’ que en ellas encontraran e informar al Estado central de la realidad educacional de su territorio. Así, el Estado tenía en ellos una fuente de información, incluso estadística, que le permitía gestionar mejor sus procesos y sus políticas, lo que se conoce como ‘poder infraestructural’ del Estado. Pero a la vez, esto permitía que los observadores también cumplieran un rol pedagógico, capacitando preceptores, proponiendo nuevas formas pedagógicas y pidiendo soluciones a problemáticas estructurales, como la falta de materiales o que los niños no pudieran acceder a ciertas escuelas en invierno porque los caminos se anegaban. ¡Mucho antes de nuestra actual Agencia de la Calidad de la Educación, tuvimos a nuestros visitadores de escuela!”.
En la educación actual, ¿cuáles son los desafíos que se presentan en el proceso de enseñanza aprendizaje que se viven en el aula?
“¡Uf! Son tantos que no sé si podría enumerarlos todos. Pero pensando en este libro, diría que uno clave tiene que ver con las nuevas tecnologías. Porque la escritura también es eso -una tecnología- que cuando se incorporó a una sociedad preeminentemente oral trajo oportunidades, pero también provocó pérdidas. En una sociedad oral, por ejemplo, la memoria es fundamental y se ejercita, a tal punto que poemas épicos enteros, como la Ilíada, se transmitían oralmente de generación en generación. En una sociedad escrita eso no es necesario, porque puedes dejar el poema escrito, y por lo tanto no requieres la habilidad anterior. ¡Hoy no recordamos ni los números telefónicos de nuestros seres queridos, mucho menos podríamos recordar páginas y páginas de versos! Hoy, frente a nuevas tecnologías como es lo digital o la misma Inteligencia Artificial, veo necesario hacernos esa misma pregunta (¿qué ganamos y qué perdemos?) porque es la única manera en que podamos decidir, democráticamente, si ese escenario nos satisface o no (y qué hacer frente a ello). Veo poco de esto en la discusión educativa actual, demasiado centrada a ratos en los efectos prácticos de las nuevas tecnologías en el día a día. Como profesor de aula, lo entiendo, pero creo que es necesario que las instituciones promuevan los espacios y tiempos necesarios para hacernos estas otras preguntas también. Mirar hacia el pasado y ver cómo otros antes que nosotros se enfrentaron a problemáticas similares, puede ser una forma de hacerlo”.