La “Introducción a la filosofía” de Francisco Roco, muestra la lúcida búsqueda de un pensador chileno. Es, además, una excelente introducción a la filosofía y al pensamiento de una de sus cumbres: José Ortega y Gasset (por Mario Rodríguez Órdenes)
Hay libros y autores que marcan a generaciones. Nos deslumbran. Es el caso de José Ortega y Gasset (1883 – 1955) un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica, situado en el movimiento del novecentismo. Ortega y Gasset es una gran influencia en la filosofía española y en la filosofía iberoamericana del siglo XX no solo por la temática de su obra filosófica, sino también por su estilo literario ágil, descrito por algunos como próximo al Quijote, que le permitió llegar fácilmente al público.
La fuerza de su pensamiento sigue vigente en el mundo actual y nos permite navegar en las aguas turbulentas de nuestras circunstancias. Ese deslumbramiento lo vivió, siendo muy joven, Francisco Roco Godoy, profesor de Filosofía de la Universidad de La Serena. Su “Introducción a la filosofía o Para leer las meditaciones del Quijote” (Editorial Universidad de La Serena, 2014) es un notable acercamiento al pensamiento de Ortega y Gasset y de la importancia que tiene la filosofía en la vida de los hombres.
Francisco Roco Godoy (1954) estudió en el Liceo de Hombres de La Serena del que egresó en 1971. Su carrera universitaria la comenzó en la Universidad de La Serena, donde se tituló de profesor de Castellano. Estudios posteriores en la Universidad de Chile, lo acercan a la filosofía y le permiten alcanzar un doctorado. Entre sus libros destacamos: ¿Es posible el último hombre de Fukuyama? (1993); Origen y esencia de la filosofía (1995); La literatura como método (1998); y Comunicación y Revolución Tecnológica. Aportes para comprensión humana en la era digital (2019).
Francisco, concluye su formación de enseñanza media en el Liceo de Hombres de La Serena. ¿Cómo fue surgiendo su interés por la filosofía?
“Mi interés por la filosofía surge tempranamente, en primero o segundo medio, en clases de Lenguaje, producto del análisis de una novela chilena, Martín Rivas de Alberto Blest Gana. La profesora del ramo estableció la distinción entre hombres auténticos e inauténticos, ideas que llamaron mi atención. Pregunté dónde podía encontrar más información acerca del tema. Gentilmente, me regaló unos apuntes mecanografiados con un resumen del libro La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset. Los leí con profundo agrado, sin sospechar que lo que allí estaba era un modo particular de reflexión. Solo tiempo después me enteré que aquello se llamaba filosofía”.
¿Qué lo deslumbró en Ortega y Gasset hacía fines de la década de los 60’?
“Me agradó la fineza con que se examinaban las ideas, la claridad del estilo y especialmente la constatación en la vida real de los tipos humanos allí descritos. Tuve la impresión de que el autor realizaba una suerte de radiografía de modos de ser fácilmente constatables. Lo que describía no era ficción, sino transcripción a palabras de acontecimientos que me resultaban muy cercanos; no obstante que el libro tenía más de treinta años de su publicación. Si se suma a lo anterior, mi condición de lector de 16 años más la efervescencia social y política de la época, resulta fácil entender que la mirada crítica del ser humano contemporáneo, formulada por Ortega, fue miel para mi paladar adolescente”.
¿Cómo fueron sus encuentros intelectuales en la Universidad, primero en La Serena y luego el posgrado en la Universidad de Chile?
“La formación universitaria se desarrolló en la década del setenta, en período de dictadura, por lo que la filosofía estuvo en permanente sospecha y, más de alguna vez, próxima a desaparecer de la enseñanza media y superior. Situación no muy diferente a la vivida posteriormente en ‘democracia’. Tal situación, lejos de amainar el espíritu crítico, lo exacerbó. Las aulas de la Universidad de Chile, algo diezmadas por la exoneración de muchos académicos, se convirtieron, en manos de los jóvenes profesores de relevo, en espacios de diálogo y reflexión que, en cierta medida suplían las carencias culturales, silenciadas por una democracia ausente. En tiempos difíciles, cuando entran en crisis muchas de las convicciones en que se ha vivido, emerge la necesidad de abrir nuevos espacios para el desarrollo humano. Y esa es la tarea histórica de la filosofía. Las urgencias vitales demandan al intelecto. Se hizo indispensable, como dice Ortega, volver a ‘saber a qué atenerse’”.
¿Qué importancia tiene leer a Ortega y Gasset en la actualidad?
“Creo que mucha. Por varias razones. En primer lugar, Ortega piensa y escribe en castellano. Su filosofía no es traducción. En segundo término, los lectores que tuvo en mente y a los cuales se dirigió fueron los españoles y los sudamericanos. Además, procuró la cercanía, la seducción, mediante una escritura amigable. ‘La claridad es la cortesía del filósofo’, solía decir. Esmeró su estilo para expresar bella y diáfanamente las más profundas y complejas ideas, de ello han quedado huellas en las lecciones preparadas para sus estudiantes y en los ensayos para públicos heterogéneos, publicados en diarios y revistas. Pero, sobre todo, por el vínculo de su pensamiento con temas de hoy, respecto de los ámbitos político, económico, estético, generacional, comunicacional, ideológico, pedagógico, etcétera”.
¿Qué dificultades tiene la lectura de un clásico?
“Me parece que la lectura de un clásico ofrece más facilidades que dificultades. Los clásicos, Ortega y Gasset, trasuntan su tiempo, son incombustibles. Quizá la dificultad radica en que asustan, cohíben. Pero hay que animarse y arrimarse a ellos, Cuando se está en su cercanía se comienza a descubrir paulatinamente por qué maravillan. Esto no solo ocurre con los clásicos de la filosofía, también con las obras de arte y las teorías científicas. Ciertamente, a veces se necesita ayuda que facilite el encuentro, considerando la edad, intereses, formación cultural de los receptores”.
Francisco, en el año 1904 se publica Meditaciones del Quijote. ¿Qué significado tuvo su publicación?
“En las primeras décadas del siglo XX la reflexión filosófica en castellano se encuentra muy alicaída. Los libros respecto del tema son escasos y, mayoritariamente, traducciones de obras alemanas, francesas, inglesas. Por lo mismo, no abundan los lectores para la disciplina. Consciente de este diagnóstico poco halagüeño, Ortega se propone ‘pensar’ una filosofía original, pero sobre todo acercarla a un público amplio. Para ello, asume múltiples tareas: escribe en diarios y revistas, funda la Revista de Occidente que luego se transforma en editorial, realiza tareas docentes como profesor de metafísica, dicta charlas y conferencias. A fines de los años veinte ya se advierte el fruto de su esfuerzo, pues se editan más libros y aumenta considerablemente su tiraje. Muchas giran en torno a los 10.000 ejemplares ¡y solo en Chile! Número no menor si se considera la densidad demográfica de la época. Sin embargo, la influencia de las Meditaciones fue algo tardía. En un primer momento, se las consideró ‘literatura que parece filosofía’. Por esos días, resultaba impensable que se hiciera buena filosofía, comprensible, profunda y con esmerado estilo”.
¿Por qué el lector espiritualmente más cercano a Ortega y Gasset es el español y el latinoamericano?
“El pensamiento de Ortega es bastante situado, circunstancial. Se dirige a un lector específico. Concretamente, a las generaciones hispano parlantes de menos de 30 años. Por lo menos, son el destinatario primigenio de las Meditaciones. A diferencia de Nietzsche, por ejemplo, que subtitula su Zaratustra, ‘un libro para todos y para ninguno’. Ortega, como se ha dicho, siente la necesidad de crear un público para la filosofía y, además, situarla a la altura del pensamiento europeo, principalmente germano, que mejor conoce, fruto de largas estadías con fines académicos que realiza en ese país. Por razones históricas, siente especial conexión con Latinoamérica y por razones afectivas, con sud américa, pues en las visitas que realiza a Argentina y Chile se siente acogido con gran hospitalidad”.
La tarea de pensar por sí mismo, el gran desafío que propone Ortega y Gasset. ¿Está ausente en el mundo actual?
“Pareciera que sí. Hoy tenemos la sensación de ser más libres y autónomos que en cualquier otro tiempo, pero somos marionetas del mercado, del sistema económico, de los grupos de poder, que nos embaucan dulcemente, silenciosamente, mediante la publicidad y la propaganda a través de los medios tradicionales de comunicación y las actuales redes sociales. No deja de resultar paradójico que en nuestro país se haya producido, en lo político, tan contradictorias preferencias entre los votantes para las elecciones de constituyentes. Resulta lícito sospechar que no se piensa por sí mismo, si no en virtud del direccionamiento avasallador de los sistemas virtuales de comunicación. De cualquier modo, es otra tarea que la filosofía debe asumir: proponer nuevas vías para la autonomía humana, en medio del peligro de la selva de la información sobreabundante”.
Su libro, Francisco, está escrito especialmente para los lectores jóvenes. ¿Qué opinión tiene de la filosofía que se enseña en los colegios?
“Mi libro sobre Ortega y Gasset es extensión del oficio docente que cultivo por más de 40 años. En él, se pone por escrito aquello que se podría escuchar en la sala de clases. Esa es la razón del título ‘Introducción a la filosofía’. Se emula el proyecto orteguiano –con menos pretensiones, por cierto- de motivar hacia la filosofía a quienes lo deseen, sean o no especialistas. En ocasiones se ha deslizado entre ciertos intelectuales un sesgo de aristocratismo que insinúa que la filosofía es solo para elegidos. Yo creo, por el contrario, que es la disciplina más democrática que existe. No en vano el gran Aristóteles comienza su Metafísica con la afirmación: ‘todo humano desea por naturaleza saber. Esto se manifiesta con especial énfasis en niños y jóvenes. La ‘edad de los por qué’ es la más fértil para la filosofía. Y todos pasamos por ella’”.
En 1928, Ortega y Gasset estuvo en Chile. ¿Cómo impactó a los filósofos e intelectuales chilenos?
“El impacto fue mucho más allá de los círculos exclusivamente intelectuales. Los diarios de la época registraron el impacto social que generó su visita. Se referían a él como ‘el gran contaminador’, Su figura era bastante conocida. Se habían realizado ediciones nacionales de algunos de sus libros, incluso ‘piratas’. Este hecho denota, indudablemente, una falta ética; pero revela, por otra parte, el amplio interés por conocer sus ideas. Yo diría que impactó en los filósofos, pero sobre todo en los escritores. Tengo la sospecha que la llamada ‘Generación literaria del 50’, lleva el sello de Ortega, entre otras figuras señeras”.
El viaje excedió la misión de un filósofo. ¿En qué sentido tuvo un carácter social y político?
“Creo no equivocar al señalar que el viaje de Ortega a Chile y Argentina excedió con creces su límite temporal. Su influencia intelectual y cultural se propagó por largo tiempo. Hasta hoy. Directa e indirectamente. Primero, mediante sus gestiones como pensador, gran comunicador y pedagogo. Segundo, a través de sus discípulos, pertenecientes al ‘Instituto de Humanidades’ que fundara en Madrid. La dictadura de Franco en España persiguió a los intelectuales, quienes se vieron obligados a exiliarse. Los países preferidos por los ‘transterrados’, como se autodenominaban, fueron los latinoamericanos. Por estas tierras, colaboraron activamente en la ‘profesionalización’ de la filosofía. En Chile, estuvo José Ferrater Mora, autor de un insuperado ‘Diccionario de Filosofía’, y Francisco Soler, entre otros. Obviamente, ellos difundieron la figura de su maestro, pero también las más prominentes figuras del pensamiento contemporáneo”.
Francisco, su cercanía al pensamiento de Ortega y Gasset, ¿cómo repercutió en su propio viaje por la vida y su filosofar?
“Tal como se indica en el Prólogo, la escritura de un libro sobre Ortega es el pago de una deuda de gratitud, pues me permitió acceder a una dimensión cultural que considero de la mayor importancia. Así como no puedo imaginar el mundo sin música, tampoco lo puedo sin filosofía. Esta actividad es un saber, y ello es un buen aporte; aunque es también un modo de vivir, una manera de orientarse en medio de las variadas y heterogéneas que nos toca sortear en el mundo. En esto último, es donde radica su mayor utilidad. Uno suele agradecer a un amigo cuando le da un buen consejo. Yo recibí ese consejo a través de un libro, de quien era un absoluto desconocido. Hoy, después de 50 años, quizá debiera referirme a Ortega y Gasset como ‘mi amigo’”.