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Entrevista: “Mi aprendizaje del oficio literario fue solitario y en silencio”

En “Dejaré de pensar en el mañana”, de Ramón Díaz Eterovic, el detective Heredia revisa el pasado. Y vuelve su mirada sobre el Chile reciente y sus contradicciones (por Mario Rodríguez Órdenes/Fotografía: Raúl Goycolea)

(Crédito: Raúl Goycolea): “Mis novelas son una crónica de la sociedad chilena desde el punto de vista de su relación con la criminalidad”, explica Ramón Díaz Eterovic.

La larga y fecunda obra de Ramón Diaz Eterovic es un registro literario e histórico de la sociedad chilena de los últimos años. Julio Pinto Vallejos, Premio Nacional de Historia, con certeza destaca:

“Díaz Eterovic no se ha conformado con una nueva reproducción de los fenómenos humanos y sociales que ha estimado pertinente destacar, sino que ha acompañado el ejercicio con un implacable rigor analítico y un bienvenido posicionamiento ético. Ha logrado así hacer una buena literatura y también un descarnado y desafiante retrato histórico”.

Ramón Díaz Eterovic (Punta Arenas, 1956) realizó sus estudios universitarios en la carrera de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile. Es uno de los más destacados escritores chilenos de novela negra. Su saga del detective Heredia ha cruzado fronteras. “Dejaré de pensar en el mañana” (LOM, 2024) es el vigésimo libro de la saga. Actualmente vive en Santiago.

En “Dejaré de pensar en el mañana”, vigésima novela de su obra, el detective Heredia revisa su pasado. ¿De algún modo es el suyo?

“En la novela hay revisión del pasado y también un presente precario a causa del virus que amenaza a toda la gente. Hay pérdidas de afectos y una proximidad a la muerte que hace pensar en recuentos y balances. El pasado es el mismo para ambos, desde los años 70’ del siglo XX y hasta la fecha: la época de la Unidad Popular, la dictadura de Pinochet impulsada por la derecha política, y luego los años de una transición democrática frustrada en muchos aspectos. Sin embargo, las vivencias de Heredia y su autor son distintas, pese a que hay momentos en las que podrían relacionarse. Heredia vivió en un orfanato administrado por curas, yo estudié en un colegio salesiano. Heredia estudió un año en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, y yo también estudié en ese lugar porque el primer año de mi carrera, Ciencias Políticas y Administrativas, era común al de Derecho. En lo demás, las vivencias son otras, aunque en un escenario social compartido”.

¿Cómo fueron sus decisivos años con los salesianos y en el Liceo de Hombres de Punta Arenas?

“En ambos establecimientos tuve profesores que recuerdo con agradecimiento y compañeros de cursos con los que compartimos lindos momentos de la infancia y la adolescencia. A algunos de ellos los sigo viendo de vez en cuando. Algunos aparecen como de la nada y con otros mantengo un contacto permanente como es el caso de mi amigo Jaime Abarca, quien me ayudó en la edición de mi segundo libro de cuentos y suele llegar puntual a las presentaciones de mis libros.

Fueron años que primero viví con la alegría natural de los niños y jóvenes, que finalmente terminaron con dolor y tristeza. Tuve compañeros golpeados y detenidos. Otros se fueron del país. La mayoría tuvimos que aceptar que había que entonar la canción nacional apuntados con fusiles a la entrada del liceo. Las cosas cambiaron. Corría septiembre de 1973: un día estábamos estudiando la constitución política en la clase de educación cívica y al siguiente, en la misma clase pasamos a estudiar lo que era una isla o un archipiélago. Un signo del país que venía”.

¿Algún profesor que lo haya marcado en lo literario?

“Ninguno. Durante mis años en Punta Arenas no tuve profesores que me motivaran a escribir o a leer más allá de los textos obligatorios. Era una época en la que no se hablaba de talleres literarios. Recuerdo a un profesor de apellido Barrientos que en el colegio nos leía cuentos de Coloane y Oscar Castro. Y a mí me gustaba escuchar un relato mientras la mirada vagaba por el horizonte de olas y nubes que veíamos a través de las ventanas.

Tampoco conocí a poetas o narradores que vivieran en la ciudad. A la mayoría de los escritores magallánicos los conocí años después, cuando volvía de vacaciones o los encontraba en Santiago. Mi aprendizaje del oficio literario fue solitario y en silencio. Leyendo lo que caía en mis manos y luego, ya por los doce o trece años, escribiendo mis primeros textos. En cuanto a la lectura, fue importante mi hermana Lenka, quien me enseñó a leer y trajo los primeros libros a nuestra casa. Pero en general leí sin ninguna guía lo poco que podía comprar en librerías y lo que encontraba en la biblioteca del liceo o de la municipalidad”.

¿Y libros decisivos?

“Del tiempo en Punta Arenas, mencionaría los libros de Emilio Salgari y Alejandro Dumas. Los cuentos de Coloane, la novela ‘Hijo de ladrón’ de Manuel Rojas y ‘Bestiario’ de Julio Cortázar. Y después la lista se agranda.

Desde un comienzo me propuse leer no sólo dejándome llevar por el contenido de cada libro, sino que además tratando de aprender cómo su autor desarrollaba elementos esenciales en el proceso de escribir: las descripciones, los diálogos, las escenas, los puntos de quiebres, la dosificación de la información, el suspenso que otorga interés a toda historia. La lectura, si uno busca esos y otros elementos, es el mejor taller literario”.

Punta Arenas fue su patria chica. ¿Qué añora de ella?

“Viví en Punta Arenas hasta los 17 años, por lo tanto, mis recuerdos son de la infancia y la adolescencia. Recuerdo la vida del barrio Yugoeslavo y de la casa familiar junto a mis padres y hermanas. Añoro el viento, siempre extraño el viento, y los juegos en la nieve o frente al Estrecho de Magallanes. Extraño los partidos de baloncesto en el gimnasio de la escuela Yugoeslava y los de fútbol en el patio de mis amigos los Avendaño o en el viejo Estadio Fiscal. No hay día en el que no recuerde Punta Arenas”.

¿En qué momento de la vida está?

“Supongo, y usando términos hípicos, que estoy entrando a tierra derecha. La vida no deja de galopar. Leo, me embarco en proyectos literarios y sobre todo procuro escribir algunas cosas de todas las que pasan por mi mente o que conservo en apuntes”.

 “Dejaré de pensar en el mañana”, ¿es negarse a pensar en el futuro?

“Es vivir el presente y tratar de terminar los proyectos pendientes sin proyectarse demasiado hacia un futuro que cada día parece más incierto y hostil. El encierro y la cercanía de la muerte durante el Covid remarcó la soledad y fragilidad de la vida. De eso hablo en parte de mi novela ‘Dejaré de pensar en el mañana’”.

Sus novelas están asociadas a crímenes políticos que han asolado Chile y Latinoamérica…

“Mis novelas son una crónica de la sociedad chilena desde el punto de vista de su relación con la criminalidad. Y dentro de eso, y al mirar la historia chilena de los últimos cincuenta años he recreado crímenes y puesto el acento en las desigualdades latentes en nuestro país. En mis novelas existen crímenes reales y ficticios. Y sobre todo hay una exploración en las inequidades y desigualdades relacionadas con problemas ambientales, maltrato de emigrantes, corrupción en iglesias y sectas religiosas, robos en ministerios públicos, feminicidios, tráficos de drogas y de menores, maltrato de adultos mayores. Se trata de combinar ficciones detectivescas con hechos reales en historias que generen interés y al mismo tiempo provoquen reflexiones sobre la sociedad en la que vivimos”.

Temas tan sensibles como los detenidos desaparecidos, ¿cuánto daño le han producido a la sociedad chilena?

“Mucho daño. Primero, por la violencia insana y cobarde que afectó a miles de personas indefensas y por el dolor que sigue latente en sus familias.  Segundo, por la lenta aceptación de la verdad y el consiguiente trabajo de la justicia. Tercero, por la constante negación, hasta el día de hoy, de la existencia de estos crímenes, y la defensa sostenida de los responsables y sus cómplices. La negación de la violencia ejercida por la dictadura, su relativización, son hechos que llevan a pensar que hay grupos de personas siempre dispuestas a justificar y aplaudir los crímenes del pasado, y a repetirlos si lo consideran necesario. Prevalece la idea del enemigo interno que instaló la dictadura y al que es posible acallar y aplastar por todos los medios. Y esto último es especialmente grave porque parece reflotar cada día con mayor fuerza”.

¿Comparte que la sociedad chilena va en un creciente aumento de violencia?

“La violencia crece. No sólo con la delincuencia manifestada en robos, asaltos y asesinatos que parecen no tener límites; también en las relaciones cotidianas amenazadas por la agresividad que se respira en las calles y espacios públicos, en el lenguaje que se usa a diario y que inunda los medios de comunicación, los programas radiales y de televisión en los que faltan ideas y sobran agresiones.

Lenguaje ofensivo, mentiras, verdades a media, líderes mediocres y vociferantes, frustración frente a las ofertas que no se cumplen, pobreza y vida precaria. La violencia que vivimos no es sólo la delincuencia. Hay otros elementos que afectan la tranquilidad de la gente”.

Figuras como el sicario, ¿qué antecedentes tenían en Chile?

“Pocos hasta donde conozco. A veces se hablaba de la posibilidad de comprar los servicios criminales de alguien, pero como una cosa esporádica vinculada a venganzas o crímenes pasionales. Ahora la figura del sicario se ha convertido en una presencia frecuente, relacionada con problemas entre pandillas de narcos o por encargos de clientes que desean resolver situaciones personales o comerciales”.

¿Qué prepara ahora?

Por estos días aparecerá un libro de cuentos llamado ‘Cuerpos en la arena’. Lo publica Cormorán, una editorial que inauguró una colección de literatura negra o policial que se presentará en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires. También este año debería publicarse un libro en el que una veintena de autores presentarán cuentos donde aparecerá mi personaje Heredia visto desde la perspectiva de cada uno de los autores. Un homenaje a los cuarenta años de vida del personaje.

Y tengo listos otros dos libros: ‘La mujer triste y el hombre equivocado’, conjunto de catorce cuentos protagonizados por el detective Heredia; y ‘Las cartas de Homero’ donde recreo una historia de amor y de hechos delictuales que vinculó a una bella mujer con Pablo Neruda y su secretario, el poeta Homero Arce, quien tuvo una muerte no aclarada del todo en los años siguiente al golpe militar”.

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