¿Qué significa para usted exponer en la ceremonia de inauguración del año académico 2022 en la Universidad Autónoma de Chile sede Talca?
“Yo voy a cumplir 20 años dedicado a la academia y creo firmemente en el potencial de la educación para transformar la sociedad, En ese sentido, pienso que nuestros mejores esfuerzos tienen que estar orientados a promover en las personas, las preguntas y reflexiones en torno a todo el escenario nacional e internacional. Creo que esa es una clave para ayudar a formar mejores ciudadanos. Y en un país como Chile que tiene, en este momento, tantos frentes de discusión tan interesantes y relevantes para su futuro. Me parece un honor estar en esta región y, sobre todo, poder conocer mejor lo que está pasando”.
¿Cómo se visualiza hoy el contexto universitario pensando que, tanto en Chile como en otros países del continente, desde estas instancias surgen movimientos y liderazgos que, como ocurre hoy con el actual Presidente, logran después llegar a las alturas del poder político?
“Yo creo que la universidad es receptora y también impulsora. Receptora de muchos aspectos que vemos en la sociedad y que son convulsos, que evidencian crisis y rupturas, fragmentación. Pero, al mismo tiempo, la universidad sigue siendo el escenario por excelencia en estas sociedades para formar una masa crítica. Yo encuentro en los estudiantes mucho deseo por conocer, por aprender, por preguntarse cosas. Y en esa medida, creo que las universidades tienen que seguir jugando un papel público insoslayable. Al margen si son fiscales o privadas, tienen igualmente la gran promesa de formar ciudadanos con mejores conocimientos, diagnósticos y soluciones. Por ello, creo que ese empeño es fundamental para esta región”.
¿Cómo visualiza que, en Chile al menos, numerosos presidentes han surgido a la vida pública justamente desde sus liderazgos en las universidades?
“Creo que en las universidades, en general, históricamente han sido un lugar de creación de liderazgos sociales y políticos. Es cierto que hay una tendencia a su mercantilización y conversión en escuelas de títulos profesionales. Y, en ese sentido, hay tensiones internas. Pero Chile y América Latina tiene esa herencia de las universidades entendidas como un foro donde se plantean los temas de país. En los últimos años, también, ha crecido la participación de los académicos en los medios de comunicación y redes sociales, lo cual es muy importante porque siempre se nos critica por no comprometernos con la realidad, por lo cual, parte del desafío es hacer presencia en los debates coyunturales y lograr tener una voz en ellos desde el conocimiento, la investigación y el trabajo en la universidad”.
¿Cómo se visualiza el momento político y social en Chile, donde vivimos una crisis tras lo cual surgió un liderazgo que ahora tiene el desafió de gobernar?
“Yo creo que Chile está viviendo un momento histórico como pocos. Y de toda la región, es probablemente el país que está en un punto de inflexión más evidente y determinante”
¿A partir de qué paradigma se puede visualizar esta realidad?
“Hay que tener en cuenta que la política sigue concentrando dos grandes fuerzas sociales, psicológica y emocionales, que es una profunda esperanza y frustración, porque los ciudadanos a veces no entienden cómo no se hacen de manera más acelerada los cambios y las reformas, y como eso genera la sensación de que las cosas se van a mantener. Pero, al mismo tiempo, hay muchas esperanzas cifradas, especialmente, en el proceso de la Convención Constitucional, en el nuevo Gobierno y en la reconfiguración de las placas tectónicas de la política chilena. Creo que es un proceso muy interesante y que esas dos fuerzas emocionales ya están chocando. Es natural que ambas estén sobre la mesa, pero actualmente carecemos de la perspectiva para saber cómo se va a decantar la cosa. Es decir, por ahora no tenemos la perspectiva para si en un par de años va a haber más frustración o más esperanza e ilusión y se van a transformar en optimismo”.
¿Y el mundo político está a la altura de procesar esa frustración y esperanzas de la sociedad?
“Yo creo que, en general, los políticos en todo el mundo están lejos de cumplir las expectativas de los ciudadanos. Y ese es un fenómeno que se ve muy claro en Chile. Pero también lo veo en Colombia, Estados Unidos y en Europa. Creo que es un fenómeno generalizado y es que la política está siendo desbordada por la realidad, en parte, porque estamos viviendo fenómenos que si bien se habían anticipado desde las ciencias sociales, las humanidades, el arte, el cine y la literatura, igualmente tenemos una clase política que está muy preocupada por gestionar el día a día. Por la contienda chica, pero también del día siguiente. Eso hace que la política haya perdido perspectiva”.
¿En qué se refleja esta cultura del mundo político?
“Se refleja en que ya no tengamos grandes estadistas que son capaces de entender que en la política no se gana siempre todo, que no es un juego de suma cero donde alguien gana todo y el otro lo pierde todo”.
¿De qué manera eso se manifiesta en los liderazgos?
“Ocurre que tenemos líderes políticos que, muy conscientemente, prometen cosa que saben que no van a ser capaces de cumplir ellos mismos o quienes los sucedan en los cargos. Y ese populismo o demagogia, pero sobre todo, esa tendencia a la política de los clics, de los likes, de la frase corta o el slogan para redes sociales, es muy dañina. Creo que eso hace mucho daño porque la definición de un líder es aquel que es capaz de guiar a la sociedad, pero hoy vemos que en realidad se acomodan a las tendencias sociales y se sumergen en ellas, buscando navegar sobre esas olas”.
¿Y existe un contrapeso a esta forma de hacer política?
“Es ahí donde necesitamos el papel de otras figuras que jueguen un rol mucho más representativo y relevante. Creo que para ello están los empresarios, los intelectuales, los académicos y líderes sociales. Es decir, no podemos dejarle el futuro solamente a los políticos, porque ellos -en última instancia- están en buena medida preocupados por sus propias luchas partidistas y, también, por su propia supervivencia en el mundo político. Por ello es que a veces, les falta la grandez que quisiéramos”.
¿La solución podría ir de la mano de la denominada “democracia directa”, como se plantea hoy en la Convención, con mecanismos para instaurar el plebiscito ciudadano revocatorio de autoridades electas, incluyendo desde la Presidencia hasta las alcaldías?
“Creo que hoy en día, en tiempos de populismo, el pueblo en abstracto es el gran objeto de romanticismo. Es decir, se cree que los problemas se van a resolver si se llevan a esos escenarios de democracia directa En lo personal, estoy de acuerdo con que la política debería incorporar más voces ciudadanas. Pero la desconfianza hacia la democracia es algo tan antiguo como Aristóteles. Varios siglos antes de Cristo, Aristóteles ya creía que consultar permanentemente al pueblo iba a hacer que el pueblo votara por intereses inmediatos que no necesariamente eran los mejores para todos”.
¿Ese es el riesgo o vale igualmente pagarlo con miras a que la política y las instituciones pierdan algo de poder frente a los ciudadanos?
“A ver. Ocurre que los políticos y las elites no deben perder de vista que la sociedad les asigna un papel directivo, de liderazgo y de identificar las mejores soluciones, acompañado del respaldo mayoritario de la ciudadanía. Pero esa idea de que si apelamos al pueblo y si nos llenamos de mecanismos de representación directa vamos a estar mejor, puede traer a la vuelta de la esquina un escenario de permanente conflictividad porque la gente, en la calle, tampoco está de acuerdo con muchas de las soluciones que surgen en redes sociales, por ejemplo. Ocurre que, por la complejidad de nuestras sociedades, muchos temas de la política contemporánea son técnicos que requieren la intervención de otros actores”.
¿Entonces la solución por dónde pasa?
“Lo que necesitamos es encontrar un equilibrio entre esa apelación al pueblo, pero también no perder de vista que hay asunt4os técnicos y especializados, donde los políticos den asumir el costo de tomar esas decisiones ante la ciudadanía”.
¿Qué ocurre con los mensajes que se envía a los ciudadanos? Lo pregunto por la experiencia de la Convención Constitucional que prontamente enfrentará el desafío de explicar lo que se está votando y redactando…
“Creo que la Convención es un gran escenario de deliberación, peor en la política, el momento estelar siempre será la decisión, que es el momento de votar. Hay muchas que se pueden discutir, pero lo relevante es qué es lo que se filtra y obtiene una validación por parte de las mayorías establecidas. Es ahí donde está el preludio de las decisiones. En cuanto órgano deliberativo creo que la Convención está jugando un rol de ‘válvula de escape’ de muchos elementos que estaban presentes en el debate público. Algunos nos pueden sonar demasiado partidistas, innecesarios y hasta absurdos, pero creo que la sociedad chilena necesita plantear esos temas, porque venimos de tiempos en que la deliberación estaba muy acotada. Y hoy en día, en buena medida, por cuenta de la influencia de las redes sociales y el fin de las ideologías, vivimos en una especie de Bable de opiniones políticas”.
¿Por dónde pasa la clave del éxito de la Convención?
“Más bien creo que la gran pregunta con la Convención es si aquello que logre obtener mayoría y quede en la propuesta de texto constitucional para el plebiscito de salida, sean aquellos elementos que logren consolidar un pacto, un nuevo pacto social para todos. Acá no hay que perder de vista que, en última instancia, lo que salga de allí debe identificar desde el primer al último ciudadano. Para eso se necesitan acuerdos y, si no se logra, el día de mañana puede ganar el rechazo y la crisis institucional va a ser impensable. Eso puede pasar”.
¿Hacia dónde vamos como Latinoamérica para que, aprovechando la coyuntura de la guerra en Europa, podemos exhibir al mundo que aquí las cosas se resuelven de otra manera?
“Creo que América Latina da un paso adelante y otro atrás. Yo creo que persiste una tensión permanente entre los populismos, nacionalismos, populismos, indigenismos y las tenencias liberales. Lo que tienen las sociedades que han alcanzado mayor bienestar para sus ciudadanos es que han logrado ponerse de acuerdo en qué tipo de futuro y de modernidad quieren vivir”.
¿Eso también ocurre entre países limítrofes que ni siquiera se pueden poner de acuerdo para explotar sus riquezas naturales y buscar darle valor agregado?
“Lo relevante es que eso no es lo que pasa entre Francia, Alemania y España. Ellos ya tienen resueltos ese tipo de problemas. Probablemente estamos muy lejos de tener una asociación similar a la Unión Europea, pero es claro que ese es el camino para el desarrollo. El problema es que en América Latina no tenemos incentivos para que los políticos de pongan de acuerdo”.