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Entrevista: “Pretendo que mi literatura desacomode, conmocione, haga reflexionar…”

Los relatos de “El rostro de ceniza y fuego”, de Juan Chapple, develan los mundos posibles que existen cuando escarbamos la supuesta normalidad. Los relatos de Chapple se pueden encontrar en la librería Casiopea de Talca (por Mario Rodríguez Órdenes)

Juan Chapple se encuentra recorriendo Chile presentando su obra en universidades y centros culturales.

Vivimos en la epidermis. Creemos ser felices y no vemos las turbulencias que se aprecian algo lejanas. Pero apenas escarbamos un poco aparecen otras realidades personales y colectivas. Es lo que hace el escritor Juan Chapple en su reciente “El rostro de ceniza y fuego” (Ediciones de la Medianoche, 2024).

La vida normal se acabó y quedamos sumidos en nuestra fragilidad. Juan Chapple Clavijo (Santiago, 1973) es periodista y magister en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile. Reside en Santiago.

Juan Chapple se encuentra recorriendo Chile presentando su obra en universidades y centros culturales. Seguramente pronto lo tendremos en Talca y en otras ciudades del Maule. Entre los libros de Chapple destacamos: “La novela Vertedero” (2005); el poemario “Un astro umbrío en el pérfido día brillante” (2013) y “El Día más salvaje” (2021).

Juan, los relatos de “El rostro de ceniza y fuego” son perturbadores. ¿Hacia dónde conducen?

“Me gustaría que mis relatos condujeran desde el shock y la extrañeza a la revelación. Desde el terror y lo siniestro a alguna clase de oscura iluminación. Pretendo que mi literatura desacomode, conmocione, haga reflexionar… Que lo que escribo pueda ser un lugar de revelaciones, de lidiar con los miedos. Me encantaría que los lectores lo pudieran ver así”.

 

Vivimos en la apariencia, ¿que se oculta tras el telón de la realidad?

“A veces pienso que vivimos en la apariencia solamente, aunque sería muy definitivo definir una vida o vidas, incluida la propia, de esa manera. Pero podríamos decir que tenemos una suerte de barniz de normalidad en los países, en cada persona. Lo importante, creo yo, es conectarse con el espíritu interior que nos guía y recordar que solo somos fantasmas aplazados. Cuando nos desconectamos de nuestros mundos interiores y vivimos solamente para y por el exterior, estamos equivocando el camino y evitando el gran viaje por nuestro microcosmos que nos trae las revelaciones más poderosas”.

 

¿Qué autores han sido decisivos para su formación de escritor?

“Soy muy ecléctico y no solo me circunscribo al terror. Shakespeare, Dickens, Poe y Kafka podrían estar encabezando esa lista. Sin dejar a todo el gótico y fantástico anglosajón del siglo XVIII, XIX y parte del XX, dentro de los que destacan William Hope Hodgson, Arthur Machen, Sheridan Le Fanu, Henry James, M.R. James, Algernon Blackwood, William Beckford, entre muchos otros, y gente clave, por su sentido místico y poético del cielo y el infierno como William Blake, gran visionario de todos los tiempos. Asimismo, Thomas Ligotti ocupa un lugar especial, así como Clive Barker. Pero es indudable que lo latinoamericano también ha jugado un partido importante con gente tan valiosa y crucial en mis lecturas como nuestra madre gótica, María Luisa Bombal, Carlos Droguett, Alejo Carpentier, Borges y gente díscola e imprescindible como Juan Emar. Dentro de todo ello, la poesía, debido a que mi literatura también respira y piensa en imágenes, es algo neurálgico”.

 

En los tiempos de la universidad leyó a Ligotti, ¿qué le enseñó?

“Ligotti tiene un sentido de la extrañeza y de la ruina bastante especial. Es la antípoda de Stephen King, le interesa todo lo contrario que la cultura pop, y más bien es un devoto de la ruina y la decadencia, algo muy gótico, por lo demás. Hay cuentos espeluznantes precisamente cuando nos metemos a esa ruina. Y también me gusta su cercanía con maniquíes, muñecos y todo el arcoíris que desde ahí se desprende. Todo aquello es muy inquietante ya que, al mismo tiempo, él mismo nos ve, a los humanos, como unos monigotes sin sentido. No hay nada más alejado de Ligotti que la moda del susto fácil… Sus espantos quedan dando vuelta mucho, muchísimo tiempo, o se incrustan dentro… Eso me gustaría que pasara con lo mío propio”.

 

Siendo niño, circunstancialmente, vio junto a su mamá la famosa serie Sombras tenebrosas. ¿Cómo lo impactó?

“Sombras tenebrosas (Dark Shadows), me impresionó cuando tenía 2, 3, 4, 5 años. La veía a diario en las faldas de mi madre y entonces bebí un néctar de sombras y vampirismo, a la vez, impactante y desconcertante. El abrazo de la oscuridad se lo debo a mi santa madre y a Barnabás Collins. Aquello y los terrores nocturnos, que sufrí largo tiempo, unido a lecturas claves como Las mil y una noches cuando tenía 5 años forjaron en mí un sentido de lo oculto y un gusto por el macabrismo… pero que no estuvo exento de una mirada también política y social, porque precisamente crecí en el Chile dictatorial y no en Inglaterra o en Nueva Inglaterra”.

 

¿Considera que, de alguna manera, sus relatos exploran el lado oscuro que existe en cada persona?

“Siempre trato de explorar aquello. Planetas ignotos giran dentro nuestro y también dioses desconocidos que nos llaman, cada uno con su especial campanada”.

 

¿Comparte que, si se profundiza en el relato Jaloguin, se abren puertas a un mundo aterrador?

“El mundo ya es aterrador, mira tú lo que ocurre a nuestro alrededor, con gente enterrada viva, gente quemada… Mi literatura se hace cargo de eso desde múltiples lugares. En ese sentido, mis cuentos podrían ser lugares de exploración. En Jaloguín, nos enfrentamos a los fantasmas y monstruos del pasado.  En este cuento colisionan varios asuntos: para empezar los espectros del pasado, que aún no han muerto y que vuelven más vivos que nunca. Colisiona esto con la tranquilidad supuesta del mundo, con nuestras ilusiones y cómo lidiamos con nuestros miedos más radicales”.

 

Sigmund Freud, ¿habrá develado lo que existe detrás de la epidermis de la cultura?

“Freud nos ha enfrentado con uno de los ámbitos más importantes de nuestra vida, la vida oculta que llevamos en los sueños. Este espacio, que para muchos es un lugar tal vez menor, incluso despreciado, para mí es uno de los espacios neurálgicos de la vida, y es parte fundacional de mi literatura”.

 

¿Qué ha encontrado en sus viajes a provincia?

“Mira, se trata de encuentros muy enriquecedores, la gente de regiones en muchos casos tiene aún más alma de descubrimiento incluso que la gente santiaguina. En mi caso, tengo deseos de lanzar mis libros en Talca, para toda la región de El Maule. Mientras, los lectores pueden acceder a mis libros a través de Librería Casiopea, en la propia Talca”.

 

Por último, los protagonistas de sus cuentos están al borde del precipicio. ¿Es algo que lo perturba?

“No me perturba, hay ciertas cosas que en tu literatura no puedes elegir. Al ver el desastre que hay en el mundo, existe mucha perturbación de por sí… la prueba de ello no es solo la guerra global a la que asistimos como si fuera matiné, sino que, por ejemplo, el deterioro de la salud mental en este país de manera dramática y la depresión: la gente que se arroja al Metro, entre otras cosas, es algo clarísimo de ello. Ahora bien, traspasado a mi literatura, yo creo más en las cosas de borde, de frontera, en aquello que sucede en los entresijos de la vida y la muerte, en la posibilidad de esa magia oscura, no de manual, sino que en la ocurrencia de lo extraño de la chispa que nos podría catapultar al otro lado del espejo: la extrañeza, así como se define en todo lo que se vuelve siniestro, es lo que muchas veces guía mi escritura, entre otras claves que tienen que ver con la articulación de las voces de los protagonistas”.

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