Cuando el año 2010 se hizo público el caso Karadima la sociedad chilena se conmovió por los casos de abusos sexuales y de conciencia que se ejercían en la Iglesia de El Bosque de Santiago. Se pensó que habría un antes y un después del caso Karadima, que murió el año 2021 sin cumplir ninguna condena, es decir, no pasó ningún día en la cárcel. Pese a que se acreditó la ocurrencia de los delitos, estos ya habían prescrito. Sin embargo, el tema crucial que debe preocuparnos es que existe en la sociedad chilena, una trama más extensa de abuso sexual y de conciencia, que dos talentosas y valientes periodistas, María Olivia Browne Mönckeberg (Santiago, 1970) y Nicole Contreras Meyer (Chillán, 1993) se atreven a desentrañar.
Tras una exhaustiva investigación surge “Vidas robadas en nombre de Dios /Historias de abuso de conciencia y poder” (Editorial Catalonia, 2022), donde se recogen 19 testimonios, 12 hombres y siete mujeres que lograron revelar patrones, muchas veces normalizados, sobre el abuso de conciencia y poder en ámbitos eclesiásticos, cuyas dinámicas incluso también se expanden a otros espacios que pueden afectar la convivencia democrática, llegando a anular la propia personalidad, la libertad y el pensamiento crítico, en pleno siglo XXI. María Olivia y Nicole respondieron las preguntas de Diario Talca en conjunto, salvo donde se indica la autoría de alguna de ellas.
Durante la conversación, María Olivia y Nicole señalan que: “decidimos escribir el libro en primera persona, en forma de monólogo, una técnica periodística utilizada por la Premio Nobel de Literatura 2015, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, en Voces de Chernóbil. Luego de varias entrevistas con cada uno de los participantes, estructuramos sus relatos. Fuimos añadiendo datos de contexto, conceptos y de análisis, que permitieran al lector comprender a cabalidad cómo se dio el abuso de conciencia y poder al interior de cada movimiento o congregación”.
¿Cómo es posible que tras la caída de Fernando Karadima ocurran estas cosas?
“Sin duda, el caso Karadima marca un antes y un después en la crisis de la Iglesia católica chilena. Karadima fue un abusador sexual, pero quizás esos abusos no se hubiesen extendido con tanta magnitud sin el sistema de dominación de conciencias y de abuso de poder que instauró en la Iglesia de El Bosque, donde fue párroco por más de veinte años. Cuando los hechos se develaron en 2010, se vio más como un caso aislado. Recién en la visita del Papa Francisco, en enero de 2018, se evidenció el grito silencioso de cientos de víctimas en Chile, lo que luego se vio reflejado en las más de dos mil páginas recopiladas por los enviados papales, Charles Scicluna y Jordi Bertomeu. Pero esas denuncias no tuvieron respuestas acordes a lo que las víctimas esperaban. Esta investigación fue una esperanza anulada, entre otras razones, porque no se abordó el abuso de conciencia, origen del problema, como se explica en el libro. Ahí, los exsacerdotes Eugenio de la Fuente y Sergio Cobo, víctimas de Karadima, dan cuenta de ello. Incluso de la Fuente, en su intensa cruzada por denunciar estos casos ante el Vaticano, habla de un ‘genocidio sicológico despiadado’”.
¿Acaso, el caso de Karadima es la punta de un iceberg de un problema profundamente enquistado en la sociedad chilena?
“Precisamente este libro demuestra que ha habido, y siguen existiendo, varios y varias Karadima dentro de la Iglesia católica, pues dentro de la institución hay un sistema de abuso de conciencia que propicia el abuso sexual y el encubrimiento, tanto en diócesis como congregaciones y movimientos, además de las restricciones a las libertades personales a través de la obediencia ciega, lo que termina en una normalización de la conducta abusiva. Lamentablemente eso está enquistado en la sociedad chilena, donde la Iglesia ha tenido un rol fundamental en la formación valórica y modo de relacionarnos en todas las esferas de la vida”.
¿Qué mecanismo de relojería permite que se repitan ese estado de cosas?
“Un laicado con ausencia de fe con sentido crítico, que tiende a ‘pontificar’ a ciertos personajes de la Iglesia católica. Se les ha dicho que, si se piensa o se duda, no se puede tener fe. También la existencia de una institución que no se ha actualizado y, especialmente, que no ha sido supervisada, pese al poder que aún tiene en la sociedad. Se les inculca seguir una obediencia ciega y transparencia absoluta al superior o autoridad eclesial. La Iglesia católica aún no reconoce el abuso de conciencia”.
¿En el fondo el tema pasa por ejercicio del poder sobre las personas?
“El abuso de conciencia es un abuso de poder, donde el superior se apodera de la conciencia del otro. Es como un proceso de infantilización, de anulación de la propia voluntad, pero también que puede alcanzar el ‘genocidio sicológico’. Estos abusos se cometen en nombre de Dios, ya que el superior asume su imagen, controla sus vidas y exige que acepten humillaciones y todo tipo de sufrimientos, incluso físicos, como la utilización de cilicios y ‘disciplinas’, dormir en el suelo, etcétera”.
¿Se puede concluir que el caso Karadima no es una excepción, sino que el abuso en la Iglesia es y ha sido transversal?
“Efectivamente, se extiende en sistemas conservadores, como el de Karadima u otros movimientos religiosos como el Opus Dei o Schoenstatt que también se exponen en el libro, pero también en aquellos considerados más progresistas, como los jesuitas”.
¿Cómo ha afectado a la Iglesia católica chilena y mundial?
“El efecto es elocuente. Las cifras demuestran que la Iglesia católica ha perdido fieles. En Chile, según la Encuesta Bicentenario 2021, solo el 42 por ciento se declara católico, mientras que en 2006 el 70% lo afirmaba. Sin embargo, mantiene poder, control e influencia en espacios formativos como colegios y universidades”.
La jerarquía eclesiástica chilena, los arzobispos Ezatti y Errazuriz aparecen muy cuestionados…
“Los hechos demuestran que tanto el cardenal Errázuriz como Ezzati construyeron un sistema donde los denunciantes de abuso fueron revictimizados. En el caso del cardenal Ezzati no escuchó las advertencias de Eugenio de la Fuente sobre los abusos que ocurrían en la Arquidiócesis de Santiago. El cardenal Errázuriz tampoco actuó de forma transparente con el caso Karadima. Y él ha sido uno de los referentes más importantes de Schoenstatt, del que fue su superior general durante 16 años, y ha defendido a su fundador José Kentenich, cuestionado por abusos a religiosas en 2020. Errázuriz y Ezzati fueron la cara visible de la crisis, pero hay muchas autoridades religiosas que han actuado de la misma manera”.
La cultura del secretismo, ¿cómo ha ayudado a mantener esta situación?
“El secretismo es propio del abuso de conciencia. En el caso del encubrimiento, la autoridad religiosa les pide mantener en secreto los abusos o convencer a la persona de que no son hechos verdaderos. Y en el caso del maltrato físico y psicológico, el superior o superiora aísla a las personas de sus familias y amigos, y a la vez, les prohíbe incluso mantener conversaciones entre ellos, para evitar generar amistades particulares, lo que deja a la autoridad como la única persona válida para quien está siendo abusado. Salir de ese sistema de dominación es muy difícil porque son patrones de obediencia ciega que se sustentan en santos y en las constituciones de los movimientos”.
¿Cómo se puede cortar la madeja?
“Desde el periodismo, al menos, con este libro esperamos aportar en mostrar una verdad con el fin de generar un espacio de reflexión. En otros países se están formando comisiones independientes para buscar la verdad. Pero los cambios requieren cirugía mayor, porque el abuso de conciencia está en las bases de la Iglesia católica, en la espiritualidad de santos, como San Ignacio o San Benito, cuya regla les inculcaba ‘humillarse como un gusano’”.
¿Les fue difícil lograr la confianza con las personas que le entregaron sus testimonios?
“Fue un proceso largo, que pudimos lograr gracias a la ayuda de Eugenio de la Fuente, quien nos ayudó a reunir a la mayor parte de las personas entrevistadas del libro”.
Un testimonio muy relevante es el del exsacerdote Eugenio de la Fuente que profundizó en el significado del abuso de conciencia. ¿Cómo llegaron a él?
“Tal como contamos en la introducción del libro – precisa María Olivia – él nos llamó cuando aún era sacerdote, a mediados de 2020, en pleno encierro por la pandemia. Él había sido entrevistado en el libro ‘Karadima, el señor de los infierno’s, realizado por mi madre, María Olivia Mönckeberg, y del cual fui la primera lectora. En esa ocasión, me llamó la atención que Eugenio hablara sobre el abuso de conciencia que había sufrido de parte del líder de El Bosque”.
Eugenio de la Fuente le entregó personalmente al Papa Francisco testimonio de casos de abuso de conciencia en Chile. ¿Qué ha significado ello?
“Eugenio de la Fuente siguió todos los conductos regulares de los procesos de denuncias establecidos por la Iglesia. Entregó en su visita de junio de 2018 personalmente al Papa las denuncias de una religiosa de las Misioneras de la Caridad, de la madre Teresa de Calcuta, de ex laicas consagradas del Instituto Secular Cruzadas de Santa María, 30 testimonios en contra del movimiento brasileño Heraldos del Evangelio, entre otras. En ningún caso la respuesta de la Iglesia fue la esperada por las víctimas”.
Tras conocer el informe del arzobispo Scicluna, también referido a Chile, el Santo Padre afirmó que existió «una cultura de abuso y encubrimiento…»
“Como mencionábamos, el Papa fue informado de la mayoría de los casos de abuso que están abordados en el libro. Sabe que para las víctimas son movimientos y congregaciones que han funcionado como verdaderos sistemas de dominación de conciencias. Pero no se ha visto ningún cambio acorde a lo esperado. La cultura del abuso y encubrimiento seguirá mientras la Iglesia no reconozca el abuso de conciencia y siga inculcando el voto de obediencia ciega”.
¿Cómo opera un abusador de conciencia?
“Un abusador de conciencia, en el contexto religioso, busca conquistar la necesidad espiritual de las personas. En varios casos del libro esto comenzó en el colegio en que estudiaban. Al comienzo se les muestra un ambiente de participación y encuentro con Dios al que la persona aspira a pertenecer. Luego, se usa la confianza de la víctima para comenzar a exigirle obediencia al superior o superiora, quienes asumen el lugar de Dios. En el caso de las mujeres, las someten a rígidas normas, como estado de ayuno y trabajo extenuante, de esa manera, también van perdiendo la lucidez y la capacidad de discernir lo bueno de lo malo. Y cuando tienen dudas vocacionales, los hacen sentir culpables por no ser capaces de seguir los designios de Dios y lo atribuyen a tentaciones del demonio”.
¿Qué consecuencias tiene? ¿Existe reparación?
“Las personas que consiguen dejar estos sistemas de opresión son una parte mínima de las que permanecen. Para los que logran salir, las consecuencias son de por vida, ya que, en muchos casos, no logran adaptarse al ‘mundo de afuera’, el que les enseñaron que es malo, no saben tomar decisiones y viven en constante angustia. Con las terapias y el tiempo, en general logran sobrellevar sus vidas”.
El abuso de conciencia, ¿antecede al abuso sexual?
“El abuso de conciencia casi siempre antecede al abuso sexual reiterado en contexto religioso. Para que el abuso sexual continúe en el tiempo, el abusador primero domina la conciencia de la víctima, y así evita que lo denuncie. Si el abuso de conciencia no es exitoso, el abuso sexual suele detenerse”.
¿El abuso sexual tiene curación?
“Creemos que no, porque el abuso sexual para una víctima es una herida irreparable y tiene consecuencias de por vida. Y en el contexto espiritual aún más, ya que el abusador ha dominado también la conciencia de la víctima”.
Señalan que «es fundamental que el periodismo pueda ayudar en su rol de desentrañar la verdad, aunque duela. Porque de lo contrario, tal como dice el lema de The Washington Post ‘la democracia muere en la oscuridad’. ¿Cómo enfrentaron la cultura del secretismo durante la investigación?
“Partir en plena cuarentena por la pandemia del Covid-19 quizás le dio un carácter especial a esta investigación, también por el reencuentro con el sentido intrínseco del periodismo de buscar la verdad, pese a la adversidad y sobre todo en un país con muy pocos espacios para realizar una investigación de este tipo, con problemas serios de confianza a todo nivel, libre de presiones y con las condiciones y tiempo necesarios. Ahí fue clave la colaboración de Eugenio de la Fuente y luego de todos los participantes del libro, como también con toda la libertad y apoyo de una editorial como Catalonia”.
Entiendo que algunas investigaciones las realizan desde La Discusión de Chillán. ¿Cómo valoran el rol de la prensa regional?
“Trabajé dos años en el diario La Discusión de Chillán, entre 2018 y 2019 -precisa Nicole- donde investigué casos de abusos cometidos por sacerdotes de la diócesis. Eso me sirvió como experiencia para comprender el tema, pero este libro no incluye casos puntuales de esa región, pero sí de diversas zonas del país. El periodismo regional es muy importante para defender los derechos de la ciudadanía y fiscalizar a las instituciones, y su impacto puede incluso ser mayor al de un diario de circulación nacional”.
Cómo periodistas, ¿cómo les llegó la investigación en sus vidas personales?
“Han sido dos años muy intensos… por lo que fue clave poder trabajar en equipo y contar con el apoyo de nuestras familias, junto con la confianza y colaboración de todos los participantes del libro”.
¿Comparten lo que dice Eugenio de la Fuente, en el sentido de que también es un libro esperanzador?
“A nivel de la institución eclesiástica, tal como mencionamos en la introducción, hay una ‘esperanza anulada’. Sin embargo, la verdad periodística, aunque dolorosa, construida gracias a 19 valientes testimonios, hace que este libro sea esperanzador y sea un aporte para construir una sociedad más sana, donde toda persona contribuye desde su libertad de pensamiento y espiritualidad, sin intentar moldear las vidas de otros”.