Jaime Huenún nació el 17 de diciembre de 1967 en el Hospital John Kennedy de Valdivia. Su padre, René Huenún era huilliche y su madre, María Luisa Villa, chilena. Se crio en la Población Nueva Esperanza de Osorno. Su primera formación la recibió en el Colegio San Mateo. Posteriormente en la Universidad de la Frontera de Temuco se recibe de profesor de Castellano.
De su infancia ha recordado en más de una oportunidad: “Viví toda mi vida en el barrio Francke, a pocos metros del Rahue, que es un río que aparece en mis poemas. Tuve la dicha y la desdicha de ser parte de un entorno donde tenía la posibilidad de conversar con mucha gente. Mis padres eran dueños de un bar y yo desde pequeño lo atendí…”.
Acaba de publicar “Crónicas de la nueva Esperanza”, una edición bilingüe que contó con la traducción de Cynthia Steele, hispanista estadounidense y logradas imágenes del fotógrafo Álvaro de la Fuente.
Jaime Huenún Villa (Valdivia, 1967) es un escritor huilliche chileno, que escribe en español. Con una fecunda obra, entre sus libros señalamos Ceremonia (1999) y Puerto Trakl (2001). Entre sus premios destacamos: Premio Nacional de poesía Jorge Teillier, otorgado por la Universidad de la Frontera (2020); y el Premio Pablo Neruda (2023). En el año 2005 recibió la beca Guggenheim.
Su poesía ha sido traducida al mapudungun, inglés, italiano, alemán, francés, holandés, portugués y catalán. Huenún actualmente reside en Santiago, donde da clases de poesía indígena latinoamericana en la Universidad Diego Portales. Acerca de su identidad ha señalado: “La verdad es que no puedo sentirme sino mitad huilliche, mitad huinca, porque mi madre no es indígena. Sin embargo, desde los 19 años estoy descifrando mi pasado, buscando las raíces. Claro que antes de todo, soy poeta”.
Jaime, ¿cuándo comienza a escribir?
“Desde muy niño, estimulado por múltiples lecturas. Pero en forma ya más seria, a finales de la adolescencia, entre los 18 y los 20 años”.
¿Cómo surge la escritura de Crónicas de la Nueva Esperanza (LOM, 2024)?
“Este libro lo terminé de escribir el año 2019 y lo fui gestando a partir de viajes desde Santiago a Osorno. Es un texto que surge a partir de divagaciones y nostalgias en torno al poblado donde crecí (la población Nueva Esperanza), que fue levantada entre 1973 y 1974 por un puñado de familias huilliches y mestizas dando luego origen a un vasto sector en el que hoy viven más de cuarenta mil personas. Es un volumen en el que las crónicas de la vida y la muerte, de lo material y lo espiritual, de lo individual y lo colectivo se escriben y entrelazan bajo el influjo determinante de la poesía, haciendo de lo cotidiano un ámbito de hallazgos y pérdidas, de sueños y pesadillas, de asombros y rutinas. Por supuesto, mi libro le debe parte de su existencia a otros libros: Crónica del Forastero de Jorge Teillier, Crónicas del Niño Jesús de Chilca de Antonio Cisneros, En la Calzada de Jesús del Monte del cubano Eliseo Diego, La noche a la deriva de Olga Orozco. Durante el periodo de escritura de este texto, mi madre enfermó gravemente. De ahí que varios de los poemas estén habitados por su espíritu y el libro completo se haya dedicado a su memoria”.
¿Busca recuperar un paraíso perdido?
“Lo que en Occidente llamamos paraíso perdido no es sino una ilusión, tal vez la necesaria imagen de un mundo ideal, un lugar sin muerte, tedio y maldad. Algunas cosmogonías indígenas también poseen relatos que refieren momentos y lugares aparentemente paradisiacos. Pero en general los sistemas religiosos de los pueblos originarios comprenden que las energías creadoras y las energías destructoras son las que forman y preservan mundos y tiempos visibles e invisibles. Lo que se extraña son territorios muy concretos, montañas, ríos, bosques, selvas, frutos, animales, costumbres comunitarias, la naturaleza viviendo y muriendo a su ritmo. Considerando aquello, mi poblado de origen no es una arcadia, un edén perdido, sino un espacio histórico marginal que la memoria muchas veces mistifica y la poesía reinventa. Uno de los trabajos de la poesía es otorgar luz, sentido y lenguaje al pasado, a las experiencias y emociones humanas contenidas en él”.
¿Cómo recuperar a través de la lengua la cultura mapuche?
“A mi juicio las culturas originarias, entre ellas la mapuche, habitan subrepticiamente el inconsciente colectivo de la chilenidad. Ninguna cultura desaparece por completo, a pesar de los intentos que se hagan para conseguirlo, y en el caso del pueblo mapuche es posible decir que éste ha sobrevivido en la transformación y en intercambio, adaptándose y preservando elementos culturales como el idioma, las ceremonias, las comidas, la toponimia, la memoria familiar y comunitaria, incluso en las vertiginosas e impersonales urbes contemporáneas”.
Jaime, ¿considera la cultura mapuche aplastada, digamos, por la lengua del conquistador?
“La energía poética, mítica, histórica y territorial del mapuzugun mantiene en pie la necesidad de enseñarlo y transmitirlo (el mapuzugun es el idioma del pueblo mapuche y se habla en Chile y en Argentina). Ni la conquista española ni la pretendida conquista chilena terminaron con este idioma que acuna una visión de mundo y una versión de la historia que lamentablemente gran parte del país aún desconoce. Pero creo que las nuevas generaciones de mapuches y chilenos mestizos están haciendo suyo este legado lingüístico y cultural, simplemente porque ninguna nación del mundo puede vivir con la herida del despojo de sus orígenes”.
¿Cómo enfrentó su condición de ser un escritor de dos mundos?
“No creo ser un poeta de dos mundos, un escritor bicultural, una bisagra. Creo que más bien soy un sujeto con intereses artísticos pluriculturales y diversos. Por supuesto, me levanto como artista desde un contexto mapuche-huilliche y desde el mestizaje chileno y latinoamericano, pero mi necesidad de aprendizajes y mi curiosidad intelectual me hace visitar todas las estéticas posibles. América Latina es un vasto territorio pluricultural y plurilingüístico y sus poetas inevitablemente deben testimoniar y tributar aquello”.
Después de crecer en Osorno, Temuco y Freire, ¿le ha sido difícil vivir en Santiago?
“Vivir en Santiago es recorrer un montón de pueblos aglomerados, pegados a la fuerza con el bruto cemento de la modernidad. Una de las cosas que agobia en las capitales es la miseria humana, pero aquí también es posible encontrar lugares donde la imaginación logra despegar: galerías comerciales de más de un siglo, bares anacrónicos, algunos parques salvados de las inmobiliarias, mercados y ferias en las que los comerciantes pueden ser cavernícolas o gentleman. Santiago le permite a uno transformarse en un avezado recolector de imágenes, voces, espectáculos. Últimamente me quedo pegado viendo y escuchando a los dobles de artistas famosos. Algunos son tan buenos que francamente da pena que no aparezcan en la tele”.
¿Cómo ha sido la experiencia de escribir desde la provincia?
“Todos los poetas, creo yo, escriben desde la provincia. La poesía a estas alturas es un género absolutamente provinciano. Un género que Gonzalo Rojas llamaba «el oficio mayor», pero que en realidad siempre está en decadencia, aunque nunca termine de morir. La gran diferencia es que en los pueblos y aldeas todavía existe gente que le asigna cierta importancia a la poesía. En la capital, sólo algunos periodistas se interesan por los poetas, pero muy pronto los olvidan”.
¿Considera que el centralismo nos tiene atrapados?
“Bueno, creo que hay un ombliguismo centralista y otro regionalista. Finalmente, los futres urbanos y los huasos de salón siempre se ponen de acuerdo”.
Su poesía, ¿cómo ha logrado sobrevivir en este mundo neoliberal?
“La poesía que me ha tocado escribir no es la del gurú ni la del guerrillero ni la del inventor de vanguardias. Es la de un sujeto que oye voces que no lo dejan dormir en paz. La poesía sobrevive si la especie humana sobrevive, es probable. Aunque sospecho que existe otro tipo de poesía que no necesita de la humanidad. Los poetas tal vez hacemos una mala copia de esa poesía infinitesimal, indetectable, intraducible”.
¿Qué proyectos literarios tiene en curso?
“Escribo una novela interminable, un lujo que me doy en madrugadas de insomnio. Tengo ya terminado un libro de relatos, que llamo memorias ficcionadas, eso que en los ámbitos letrados denominan cuentos. Y trabajo en dos libros de poesía, uno mapuchista de largo aliento y otro muy exiguo de carácter oscuro y transnacional”.