Chile vive un proceso político que asemeja a un iceberg. Vemos los movimientos de superficie, pero no los torrentes profundos que mueven los procesos sociales. La lectura de Max Weber, lucido sociólogo, historiador y politólogo de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología, nos permite hacer una lectura fiel de los tiempos que vivimos. El filósofo Aldo Bombardiere aceptó conversar con Diario Talca y profundizar sobre Weber y darle una mirada al Chile actual, desde esa perspectiva. Le preocupa, “si cometemos el error de buscar acuerdos antes de buscar justicia y dignidad, entonces más temprano que tarde todo explotará nuevamente”.
Aldo, ¿parece inevitable que el poder lleva al precipicio a los hombres?
“Puede ser. Pero antes habría que dilucidar qué estamos pensando a través del concepto poder. Gran parte de la modernidad, quizás un tanto ingenuamente, ha entendido el poder como una energía que, emanada teóricamente de la soberanía popular, se cristaliza en el Estado. De ahí que los políticos profesionales, al verse seducidos por ese caudal energético de poder, con todos los beneficios personales que éste conlleva, olvidan su función esencial en una democracia representativa: ser representantes de aquella soberanía popular”.
Esta forma de pensar el poder es, sin embargo, meramente piramidal…
“Exactamente, es como si el poder estuviese ‘allá arriba’, en la cúspide de la pirámide constituida por el Estado, y la ciudadanía no tuviese ningún rol activo en las decisiones políticas, es decir, que nunca fuésemos efectivamente sujetos capaces de ‘poder de hacer’ o de ‘incidir’. Bajo tal prisma, habría que decir que sí; que el poder empieza a corromper desde que lo deseamos para nosotros, desde que lo concebimos como un objeto más y buscamos apropiarnos de él en términos individuales privatizando su potencia, esto es, haciendo de su potencia tanto un mero medio para satisfacer fines personales o bien gozando de ese poder como un fin en sí mismo”.
¿Hay otros modos de concebir el poder? “Ciertamente. Tal cual lo piensa Foucault, por ejemplo: como una red o entramado en el cual todos estamos participando desde siempre, generando y padeciendo relaciones de poder en cada acto que realizamos. En ese sentido, siempre estaríamos precipitándonos a un precipicio sin fin. Somos seres caídos; pero el Paraíso desde donde caímos nunca existió”.
Max Weber, ¿qué rol asigna a los políticos en el siglo XX?
“Para Weber el político es un hombre que se desenvuelve en el Estado. Pero, ¿cuál es la característica distintiva del Estado? Principalmente, tener el monopolio del uso de la violencia. En ese sentido, el rol del político consistiría en saber cuándo, por cuánto tiempo y en qué niveles habría que implementar esa violencia física ‘en resguardo’ de los ciudadanos y del Estado que los protege. Justamente, eso tornaría a la profesión del político una labor singular: determinar los alcances y límites del legítimo uso de la violencia como medio para cumplir con los fines o intereses del grupo al cual representa. Sin embargo, esa misma legitimidad del uso de la violencia está lejos de ser absoluta, pues, según Weber, yace limitada por los valores sociales, así como por la propia moral del político. La autonomía de la política, en suma, siempre reposa en un contexto mayor que, si bien no la determina, al menos la condiciona. El político debe saber leer ese contexto para darle coherencia y sentido de realidad (y realización) a sus ideales”.
NATURALEZA DE LA POLÍTICA
Aldo Bombardiere Castro (Santiago, 1985) es Licenciado en Filosofía de la Universidad Alberto Hurtado y estudiante del Magister en Filosofía de la misma universidad. Ha publicado el libro de ensayos sobre obras de arte titulado Donde reina un olor a vestimenta cansada (Carbonada Ediciones, 2016) y el libro de narrativa Relatos Menores (Editorial Luna de Sangre, 2017). Es, además, colaborador permanente del magazine Ficción de la Razón.
¿Qué rasgos de la naturaleza de un político detecta Max Weber?
“En la conferencia La política como profesión, de 1919, Weber detecta tres elementos constitutivos de, por decirlo así, la psicología de un político, los cuales lo tornarían un sujeto capacitado para vincularse con la violencia inherente a la política. Estas notas están vinculadas entre sí y forman parte de una especie de sistema que, en caso de encontrarse en equilibrio, determinaría el éxito de su profesión. Primero, su pasión desbordante por ciertos intereses y su ambición personal de destacar frente al resto de los ciudadanos; segundo, su sentido de la distancia ante esas mismas pasiones; y tercero, su sentido de la responsabilidad ante las consecuencias que se desprendan de sus decisiones. Dependiendo de la inclinación de este sistema derivarán dos tipos de éticas políticas, idealmente complementarias entre sí: por un lado, la ética de la convicción, propia de los políticos movidos por la pasión de idealismos utópicos, a los cuales les es difícil ejercitar el sentimiento de distancia frente a dicha misma pasión, y que suelen no hacerse responsables de las consecuencias que sus decisiones generan en otras personas, sobre todo en aquellas que no piensan como ellos; por otro lado, la ética de la responsabilidad, propia de los políticos que se distancian de su pasión idealista para calcular el modo de cumplir con el fin de llevar a cabo los intereses de su grupo, y, a su vez, perjudicar lo menos posible a quienes no forman parte de dicho grupo”.
¿Qué clase de políticos tenemos en la sociedad chilena?
“En Chile el modelo transicional, principalmente aquel que interpretó la Concertación, aspiraba a generar un político inclinado mucho más hacia la ética de la responsabilidad, es decir, aquel que era capaz de llegar a acuerdos, de negociar, de calcular salidas consensuadas y consiguiendo reformas en paz y orden. En eso Weber estaría de acuerdo, pues él, como sociólogo liberal, plantea que, pese a tratarse de una complementariedad, es conveniente la primacía de la ética de la responsabilidad por sobre la ética de la convicción. Sin embargo, lamentablemente esa inclinación fue excesiva, y en Chile tuvimos treinta años de un tipo de político obsesionado con los acuerdos, cómodo en el poder y servicial a los poderes económicos, el cual transó tanto sus ideales emancipatorios, su originaria pasión izquierdista que buscaba luchar por un mundo más igualitario y con menor dominación, que al final apagó casi por completo la llama de su pasión idealista. Cierta política, hizo del Estado un recinto de poder para satisfacer intereses privados, así como para hacer del poder un fin en sí mismo. De ahí que se haya llegado a hablar de ‘clase’ política para referirse incluso a partidos como el PS. De ahí, también, que muchos partidos políticos, perdiendo su conexión con las bases y movimientos sociales, se hayan convertido en máquinas clientelares, enfocándose en el poder como meta y minimizando todo debate ideológico”.
¿Y cuál es el político que necesitamos en este año crucial?
“Hoy en día, luego de la revuelta popular abierta en 2019, de un proceso constituyente con paridad de género y con representación de los pueblos originarios y del resultado de la mayoría de las elecciones (quizás con excepción de la parlamentaria) que se han abierto en Chile durante los últimos años, creo que felizmente estamos siendo testigos de un modo mucho más heterogéneo, diverso y socialmente comprometido de hacer política en comparación al que Weber constató en sus análisis históricos. Eso no significa, sin embargo, que no haya nada que aprender de Weber. Al contrario: sus enseñanzas son muy significativas a la hora de pensar y actuar estratégicamente, de formar una fuerza política amplia, capaz de dar pie a transformaciones estructurales de manera razonada y, sobre todo, razonable. Pero ojo, también es claro que, antes que extraviarse en la ansiedad de llegar a acuerdos rápidos, es necesario visibilizar y denunciar las desigualdades, abusos y miserias que ha generado este modelo. La paz social representa una conquista, no un parche con que se intenta tapar la rotura de una arteria. Por ende, si cometemos el error de buscar acuerdos antes de buscar justicia y dignidad, entonces más temprano que tarde todo explotará nuevamente”.
Los acuerdos sólo podrán traer estabilidad en la medida que estén fundados en un diálogo radical…
“Efectivamente, es decir, en un diálogo donde los sujetos sean capaces de integrar su cuerpo, de expresar cuáles han sido sus experiencias, de acoger las experiencias de los otros y otras, y recién ahí abrir horizontes de expectativas comunes, comprometiéndose con ellas más allá del simple discurso. Pero eso se ve difícil, pues hay un grupo mínimo de esta sociedad, que concentra un mayúsculo poder económico, político y mediático, al cual, lejos de interesarle tener razón o no, lo único que le importa es defender sus privilegios”.
MOVIMIENTO SOCIAL ARROLLADOR
¿Le parece que el movimiento social se ha impuesto a la clase política?
“Sí, sin ninguna duda ha sido así. Desde el año 2006, marcado por las manifestación de los estudiantes secundarios, pasando por un 2011 que denunció las desigualdades educativas y la falacia de la movilidad social, hasta llegar al 2019, ha habido un proceso (con sus avances y retrocesos) donde las manifestaciones no sólo fueron más masivas y frecuentes, sino también más creativas y socialmente y culturalmente significativas. Lo que solía llamarse la clase política, imperante en Chile por más de 30 años, ha sufrido una destitución, tanto a nivel de partidos como de sujetos. Y esto va mucho más allá de una simple crisis de confianza en la democracia representativa de corte liberal. Ya no se trata de entender la política en sentido restringido, creyendo que ésta consiste en una dimensión autónoma (como lo creía Weber), capaz de darse su propio lenguaje, elaborando sus propios códigos y prácticas. Más bien, apunta a comprenderla como fuerza expresiva y participativa que siempre nos está cruzando y tensando, y ante la cual también siempre tenemos más de algo que hacer, decir e imaginar. Por lo mismo, la irrupción de lo social implica descentrar a la política tradicional de su enclaustramiento y de su servilismo a ciertos grupos de poder y, con particular énfasis, implica denunciar y juzgar la colonización económica de la cual ella fue presa desde, más que el retorno a una democracia de baja intensidad, la consumación de la post-dictadura (ejemplarmente representada en el consenso que despertó la Constitución del 80). Así, la irrupción de lo social, con toda su diversidad, marginación, rabia y pluralidad, significa, antes que todo, visibilizar y denunciar la rabia producida por los abusos, desigualdades y omisiones que ha forjado un modelo político-económico despiadado, cuyos políticos se han limitado a administrar la hacienda patronal-empresarial constituida por la República Portaliana y exacerbada por la Constitución del 80. En una palabra, la emergencia de lo social con su potencia popular empuja a la política a abordar la violencia estructural de un sistema que justamente se empeñó en buscar todo lo contrario: en individualizar y en despolitizar”.
Recuadr
Nueva Constitución
Los constituyentes que están escribiendo la nueva Constitución, claramente hacen política. ¿Qué condiciones deben tener?
“La Convención Constitucional es la institución política más representativa que tiene nuestro país. En ellas encontramos un abanico de integrantes de gran diversidad étnica, social, económica, educacional, de género y territorial. Creo que ahí reside su mayor virtud: en la pluralidad representativa y en haber empezado a derogar, a nivel cultural, un prejuicio ilustrado: que quienes merecen un puesto político deben cumplir con un cierto perfil determinado, con ciertas cualidades previas que, generalmente, son definidas por la clase dominante. Sin embargo, es necesario afirmar categóricamente que la Convención excede con creces la suma de cualidades de todos los convencionales. Su virtud de origen, permitió abrir un porvenir irreductible a la institucionalidad, e incluso a la Convención misma. Por ende, el éxito o estabilidad que genere la Nueva Constitución -y también del gobierno de Boric, quien se articulará con ésta- sólo podrá concebirse en la medida que se encamine hacia una transformación profunda de la sociedad signada por la protección de los derechos sociales y en el gradual retroceso del mercado en el ámbito de los bienes públicos”.
Foto 1: “La irrupción de lo social implica descentrar a la política tradicional de su enclaustramiento y de su servilismo a ciertos grupos de poder”, argumenta Aldo Bombardiere.