En “Un chal para arroparlas”, Verónica Feliu se sumerge en las complejas relaciones humanas. “El mundo que relato en la novela me es muy familiar, pero la visión es de ella, de Doris”, precisa la autora (Mario Rodríguez Órdenes)

“Un chal para arroparlas” (Editorial Aken, 2024) es la primera novela de Verónica Feliu, donde tras una exhaustiva investigación se puede comprender cómo una vida al cuidado de los demás puede terminar por anular la propia.
Su interés por los feminismos, los movimientos sociales y el testimonio como género híbrido entre la literatura y la antropología, llevó a Verónica a investigar el rol del trabajo doméstico en Chile y las contradicciones que presenta al interior del pensamiento feminista.
“Me interesó hablar de un mundo, el actual, pero también el de los años 70 y 80 que fueron muy dolorosos para Chile, desde la perspectiva de Doris. La novela ahonda en realidades que me son familiares, pero están narradas a través de sus ojos y su experiencia de vida”, explica la autora.
Verónica Feliu (Santiago de Chile, 1961) estudió Literatura en la Universidad de Chile en los años 80 y luego obtuvo su doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Duke en Carolina del Norte.
Actualmente reside en Santa Cruz de California desde donde se traslada cada semana para impartir clases de lengua y literatura en el City College de San Francisco. “Contar la historia de Doris es un modo de arroparla, a ella y muchas otras mujeres que se dedican al cuidado”, indica Verónica.
En palabras de la escritora Pía Barros, “la protagonista de esta novela nos muestra el peor rostro del cuidado, aquel donde nuestras historias, nuestra piel, cuerpo y alma, están subordinados a vivir vidas subrogadas. Doris es la amalgama que une las historias a costa de la suya propia. Ama y cuida ajeno, en otro idioma y otra forma de la discreción que debe aprender a diario. Resguarda padres, militancias, hijos, secretos, dolores y efímeras alegrías. Ve crecer generaciones en su soledad acompañada. En lengua ajena, debe hacerse a sí misma y a los que están bajo su protección”.
Verónica, ¿cómo fue construyendo el personaje de Doris?
“Aunque suene a cliché, Doris se fue construyendo más o menos sola como personaje. La escritura creativa tiene mucho en común con el ámbito de los sueños donde los personajes y las historias cobran vida propia. Obviamente la pluma es mía, pero los sucesos y los diálogos me sorprendieron a mí misma muchas veces. Aunque yo tenía una idea inicial, Doris me fue revelando sus características personales, sus recuerdos y su manera de interactuar con el entorno a medida que la fui escribiendo. El mundo que relato en la novela me es muy familiar, pero la visión es de ella, de Doris. Los acontecimientos están narrados desde su perspectiva. Doris es una mujer de la tercera edad que viaja a Estados Unidos a cuidar a la suegra, también mayor, de uno de los niños que ella cuidó hace muchos años. Esta historia nos invita también a conocer esa relación compleja, no solo debido a la diferencia de idiomas, sino también por la vulnerabilidad de ambas. A pesar de las dificultades y el dolor que acarrea, Doris es, también, capaz de valorar la vida, la alegría y el amor hacia quienes son su familia y los niños que crio. Los lectores acompañan a Doris en situaciones lúdicas, políticas y emocionales que invitan a la reflexión”.
Precisa que es una historia que le dio vuelta por años. ¿Qué le complicaba escribirla?
“No me complicaba escribirla, pero no me surgió la necesidad de hacerla novela hasta después de darle muchas vueltas. No sé si todos los escritores tienen una experiencia similar. En los momentos de reflexión cuando no estaba trabajando en mis clases, la historia de Doris se me aparecía con frecuencia y fue tomando forma con el tiempo. Nunca me di prisa, ni siquiera cuando comencé a escribirla. De hecho, el proceso de escritura me tomó más de cuatro años. Nunca me impuse una meta y si había días o incluso semanas en que no escribía nada, no me importaba. Cuando la retomaba lo hice siempre con un inmenso placer. Era como reencontrar a una vieja amiga entrañable que tenía mucho que contarme”.
Doris no tuvo hijos, ¿ese fue un costo por cuidar otros hijos?
“Sin duda. Conozco a otras cuidadoras a quienes les pasó algo similar. Y también he escuchado testimonios de trabajadoras de casa particular que sí tuvieron hijos, pero que se vieron obligadas a abandonarlos con mucho dolor para cuidar los ajenos. Doris entró a trabajar puertas adentro muy joven, de 19 años, y tuvo una experiencia muy traumática en su primer empleo”.
Es complejo el cuidado de los demás…
“Sí. Una vida al cuidado de los demás, puede terminar por anular la propia. Es muy común que las personas que se dedican al cuidado se descuiden a sí mismas en el proceso. A diferencia de otros empleos, el trabajo doméstico tiende a tener los límites bastante desdibujados y, aunque exista un contrato laboral, la relación entre el empleador (que suele ser una mujer) y la empleada es problemática. Muchas veces la lealtad de la trabajadora está ligada a sentimientos de culpa, de entrega, de sacrificio y gratitud o retribución que suelen responder a expectativas de parte de la empleadora que van más allá de lo estrictamente laboral. Cualquier trabajo que se realice en la casa de otros y que conlleve el reemplazo de las labores de los dueños de casa en parte o en su totalidad, presenta situaciones muy complejas especialmente si ello se sustenta sobre la base de una gran diferencia económica y social”.
En Chile, ¿quiénes hacen el trabajo doméstico?
“En Chile, como en la mayoría del mundo, el ámbito doméstico sigue relegado a la responsabilidad de las mujeres. Eso se vio con mucha claridad durante la pandemia, en la que fueron en su mayoría las mujeres quienes abandonaron sus trabajos para hacerse cargo del hogar y los hijos. En Chile, las trabajadoras de casa particular son mujeres de muy diversos orígenes, y sus razones para emplearse en el servicio doméstico son muy variadas. Algunas lo hacen luego de haber criado a sus hijos, otras lo hacen muy jóvenes, algunas viajan de provincia a ciudades, otras lo hacen para pagarse sus estudios o para costear el de sus hijos. Hoy, según los números de Sintracap (Sindicato de Trabajadoras de Casas Particulares), una de cada diez mujeres que realizan esta labor en Chile es migrante”.
Verónica, ¿las feministas chilenas no han podido superar la contradicción del trabajo doméstico?
“La contradicción del trabajo doméstico no se puede superar mientras ese sector de la producción continúe siendo responsabilidad casi exclusiva de las mujeres. En la primera década del siglo XXI, Chile tenía una de las jornadas laborales más largas del mundo. Eso se ha empezado a cambiar recientemente. En los hogares donde padre y madre trabajan, o en los monoparentales, atender la casa y los hijos se hace extremadamente difícil sin la ayuda de una trabajadora. La contradicción también yace en que para que una mujer pueda realizarse profesionalmente necesita dejar lo doméstico en manos de otra mujer que no tiene los medios para lograr esos objetivos. Solo cuando lo doméstico se asuma como parte integral del sistema productivo y sea una responsabilidad compartida por todos los sectores de la sociedad, y, dentro del hogar, por los adultos y también los hijos, la contradicción puede desaparecer”.
¿Cuál es la realidad del trabajo doméstico en Estados Unidos?
“En Estados Unidos solo una minoría muy privilegiada puede contratar los servicios de una trabajadora a tiempo completo y, menos aún, ‘puertas adentro’. Las personas que tienen una situación económica solvente suelen contratar compañías que les hacen la limpieza por unas horas a la semana o al mes. Ese trabajo, casi en su totalidad, es realizado por mujeres inmigrantes”.
Siendo niña vivió la experiencia e hizo vínculos con las personas que trabajaban en su casa…¿Cómo fue la experiencia?
“Muy especial. El vínculo que se forma con una persona que, en muchos sentidos reemplaza a la madre, y con quien se pasa mucho tiempo y se comparten vivencias esenciales es muy profundo. Esos lazos, en mi caso, estuvieron conectados a la complicidad, el cariño y el inmenso respeto hacia un trabajo que nunca he dejado de admirar”.
¿Por qué no ha querido repetirlo?
“Tal vez por lo mismo. Porque, además de ser muy caro, me horroriza la idea de que alguien esté realizando el trabajo que me corresponde, mientras yo estoy leyendo un libro o descansando. Porque me hace sentir tremendamente culpable y no sé cómo justificarlo ante mis propios ojos. Pero reconozco que me fue más fácil que si hubiese criado a mis hijos en Chile, pues en Estados Unidos los horarios laborales son más cortos, algunos aspectos de la vida se han simplificado y la gente pasa más tiempo dentro de la casa. Cuando no cuentas con ese servicio, las obligaciones diarias se organizan de otra manera, lo que implica necesariamente una colaboración mayor entre todas las partes y la solidaridad entre amigos y vecinos. Esto también ocurre en Chile”.
¿Qué textos prepara ahora?
“Estoy en el proceso de escribir otra novela, esta vez usando el género del diario en primera persona. Busco ahondar en la psicología de los personajes, la intriga y la decepción o las trampas de la memoria”.