“Flores para un cyborg”, del escritor Diego Muñoz, es una novela fundamental de la literatura chilena. Su reedición permite revisar algunas claves del escritor maulino. “La lectura permite vivir otras vidas y épocas como si fueran la nuestra”, sostiene Muñoz (Mario Rodríguez Órdenes / Fotografía: Eloísa Muñoz Ferhmann)
Al referirse a “Flores para un cyborg” de Diego Muñoz, el crítico Ramiro Rivas ha señalado: “Diego Muñoz, al crear esta simbiosis genérica en su relato, con elementos tan dispares como la ciencia – ficción y el realismo sociopolítico, logra una originalidad narrativa pionera en nuestro medio”.
“Flores para un cyborg” tiene dos secuelas: “Las criaturas del cyborg” (2011) y “Ojos de metal” (2014), a las cuales se suma “Los sueños del cyborg” (2022). En la saga, una trama delirante conduce a un androide a trasponer el límite que separa a las máquinas y humanos, haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial.
Diario Talca tuvo una larga conversación con Diego Muñoz, en momentos que aparece una nueva edición de “Flores para un cyborg” bajo el sello de Simplemente Editores.
Seguramente “Flores para un cyborg” de Diego Muñoz Valenzuela es una obra clave de la literatura chilena reciente. Como certeramente escribe Cristián Montes Capo: «’Flores para un cyborg’ es una cruda y potente reflexión sobre el Chile de postdictadura, con todas sus fisuras, promesas incumplidas y sueños derrumbados. En medio de una cultura neoliberal donde la posibilidad de hacer memoria es cada vez más compleja y difícil, el discurso de la novela revela por un lado el rechazo a toda forma represiva de poder y por otro, el valor asignado a una conducta que enaltezca al ser humano y le otorgue dignidad a su vida».
Diego, usted nació en Constitución en 1956. ¿Qué recuerdos tiene del Maule de su infancia?
“En mis primeros cuatro años de vida mi familia vivió en Santiago y Constitución, cuna de mi grupo materno, en forma alternativa. La casa de Constitución se vendió en 1960 y ahí nos establecimos en la capital. Sin embargo, íbamos en los veranos de vacaciones, pues quedaban amistades por allá. Para mí el ambiente maulino es forjador: ese cruce entre mar, río, agricultura y cerros me resulta entrañable; lo añoro y está siempre presente. Es una memoria anterior a la llegada de la celulosa, que transformó de manera irreversible el orden de las cosas: Constitución pasó de ser un pueblo pequeño a convertirse en una urbe industrial, invadida por los negocios. Surcada por camiones enormes cargados de rollizos y celulosa, animada en lo económico por la empresa y sus necesidades inagotables. Ese pueblo ya no existe, desafortunadamente. La agricultura fue absorbida por las forestales. Desaparecieron los pequeños propietarios campesinos, exterminados por el empuje voraz de la usina hambrienta; y con ellos, la cultura, las costumbres, la artesanía y el folclore. Se alteró el paisaje, el río perdió caudal, la economía y la vida tuvieron un giro implacable. Ya ve usted, soy un nostálgico de ese pasado que vive conmigo y me nutre de emociones. Vuelvo cada cierto tiempo a sentir el viento feroz del océano, palpar la arena negrísima, mirar la Piedra de la Iglesia, recorrer esos parajes entrañables, comer piures en el mercado, comprar sabrosas callampas secas y cochayuyo oscuro. Vivo en Santiago como maucho desterrado, disfrutando de su vida intensa en todos los campos. Pero sigo perteneciendo a ese pueblo que ya no existe”.
Entiendo que su enseñanza media la terminó en el Instituto Nacional. ¿Qué facilitó su acercamiento a las letras y al arte?
“El Instituto Nacional me dio lecciones inolvidables, partiendo por el lema ‘Labor omnia vincit’, el trabajo siempre triunfa. Ahí aprendí la importancia del esfuerzo en cuanto a lograr resultados, a disfrutar del aprendizaje, a valorar la perseverancia. Allí tuve maestros definitivos que nos formaron y obsequiaron una impronta extraordinaria en tiempos complejos; de ellos aprendimos el amor por aprender más allá de las calificaciones. También el valor de la tolerancia y la capacidad de dialogar con quienes piensan diferente. Y a convertirme en un buen lector: amplio, tenaz, profundo, cuestionador, incisivo; ¿qué puede ser más importante para un escritor?
¿Por qué, en definitiva, se inclinó por la ingeniería?
“Es una trama curiosa, que se cruza con los avatares de la historia. Yo egresé de la educación media justamente el fatídico 1973. Tenía una beca para ir a estudiar en la Universidad de Lomonosov, la mejor institución de aprendizaje de las ciencias en la extinta Unión Soviética. La carta de confirmación llegó en agosto y mi corazón dio un vuelco: me esperaba una aventura extraordinaria, aprender otro idioma, conocer otro sistema y otra cultura, estudiar física nuclear. Pero vino el golpe militar y entendí que eso abortaba esta posibilidad; ya no había representación soviética en Chile. Sin embargo, a fines de septiembre, recibí una misiva de la embajada india, representante de los intereses de la URSS en ausencia. La nota decía que debía cruzar a Buenos Aires y trabar contacto con la embajada de la Unión Soviética para viajar e iniciar mis estudios. A los 17 años tuve que tomar esa compleja decisión y creo que lo hice bien. Las personas en mi entorno anunciaban que la tiranía duraría unos pocos meses, los más pesimistas un par de años. Yo tuve la convicción de que los militares se harían con el poder un sexenio o más. Mi padre tenía 70 años a esa fecha y pensé que lo más probable es que no pudiera regresar en ese tiempo y quizás no lo vería de nuevo. Por eso, decidí quedarme. Otra cuestión era decidir qué estudiar en esos momentos críticos para las universidades reprimidas e intervenidas. Mis intereses eran amplios y diversos, pero las escuelas humanísticas y científicas estaban desmanteladas. La Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile se eximió de una intervención mayor; por eso resolví estudiar allí. Y creo que fue la mejor opción”.
¿Qué influencias decisivas reconoce en su formación de escritor?
“Mis padres eran escritores y periodistas, entre las amistades y el círculo familiar era dominante el mundo de las artes y las humanidades, con un tinte de compromiso político marcado. Mi padre había sido compañero de curso de Pablo Neruda en el Liceo de Temuco; ellos fueron amigos de la vida entera. Con una casa repleta de libros y artistas habría sido difícil eludir la misión implícita. Sin embargo, hay una dificultad invisible, yo creía que la escritura era algo normal, natural; entender que tenía una naturaleza especial me llevó mucho tiempo. Siempre escribí, desde muy niño. Algunos profesores me impulsaron y trabajé en el diario mural de la escuela, gané varios premios literarios en educación básica y media, sin darle mucha importancia. Me parecía que formaba parte normal de la existencia. Y así debería ser: el arte y la creación debería integrar cualquier vida humana. Ya estudiando ingeniería percibí que la literatura era mi centro vital”.
Haber participado en la Agrupación Cultural Universitaria, en los años 1978 y 1981. ¿Qué le significó?
“La ACU es otra experiencia formadora que atraviesa el campo de la gestión cultural, la creación, la organización, la resistencia y la acción política por la restauración de la democracia. Mi vida estudiantil cambió con la ACU: allí tuvimos la oportunidad de hacer universidad, pues la institución estaba fuertemente intervenida, cercenada en sus funciones por la dictadura. En el espacio de libertad creado por los talleres culturales pudimos desarrollarnos en aquellos planos esenciales que la academia no estaba fomentando debido a las restricciones y prohibiciones. Mi vida, y la de muchos otros cientos de estudiantes, habría sido muy limitada y gris sin la ACU. De esa experiencia, puede encontrarse testimonio literario en varios libros míos”.
Chile vivía en plena dictadura, ¿cómo la vivió en su condición de escritor?
“En algún sentido, igual que todos los ciudadanos cuyos derechos fueron conculcados por 17 largos años. Más grave quizás por la falta de libertad de expresión materializada hasta 1984 por una ley de censura implacable que le otorgaba a un organismo despreciable denominado DINACOS (Dirección Nacional de Comunicación Social) la atribución omnímoda para autorizar o rechazar cualquier publicación de libros, periódicos o revistas. Sin embargo, nosotros nos saltábamos la ley, imprimiendo sin permiso nuestras obras en tirajes modestos de circulación restringida. Yo publiqué mi primer libro, el volumen de cuentos ‘Nada ha terminado’, en 1984, el año en que desapareció la indigna DINACOS. Ahí me afilié a la Sociedad de Escritores de Chile, donde funcionaba desde inicios de los 80 el Colectivo de Escritores Jóvenes (CEJ), que dejó huella literaria en los 80. En el CEJ participó una pléyade muy variada y valiosa de autores y autoras emergentes. Nos fuimos integrando al directorio y quehacer de la SECH, que siempre había actuado como un valiente baluarte de los derechos humanos desde el mismo golpe militar. La incorporación de escritores jóvenes y autores que regresaban del exilio fue dando a la SECH mayor fuerza y más vigor a su accionar en defensa de la democracia. Allí conocí y trabé amistad con colegas cuya enumeración sería tarea larga e imposible”.
En los últimos años ha desarrollado diversos proyectos para afianzar la lectura. ¿Qué importancia tiene la lectura para la formación de una persona libertaria?
“La lectura es fundamental en los tiempos que corren, el imperio del neoliberalismo, donde se superpone el valor del dinero, el éxito y la posición social a los principios del humanismo. La lectura permite vivir otras vidas y épocas como si fueran la nuestra, empatizar con culturas desconocidas. Más libros, más libres, podríamos resumir”.
Diego, ¿cómo liberarnos de las fisuras dejó la dictadura en la sociedad chilena?
“Las fisuras están ahí y seguirán estando. No hubo plena justicia en la penalización de las devastadoras violaciones de derechos humanos. Tampoco pudieron restaurarse las transformaciones del Estado y las leyes que permitieron instalarse al modelo neoliberal, ni las transferencias de empresas bienes públicos a la empresa privada, ni las pérdidas de capacidad del Estado en el ámbito de educación, salud y previsión. Están ahí y conforman nuestro status quo. No digo que sean irreversibles, pero seguimos avanzando en una ruta que amplía las brechas sociales y económicas de nuestra sociedad”.
¿Cómo visualiza la literatura negra y fantástica chilena reciente?
“Desde los años 80’ en adelante, en la última década de la eterna dictadura, con la irrupción de la Generación del 80’, del Golpe o NN (que es aquella a la que pertenezco), aparecieron novedades en la narrativa chilena, siguiendo la tendencia de desarrollo, continuidad y ruptura que puede observarse en el siglo XX y que prosigue este nuevo milenio. Muchas tendencias emergieron dentro del campo de la narrativa, entre ellas la presencia importante de las autoras y el feminismo, la irrupción del microcuento y otras brevedades, la aparición de la novela negra, así como de cuentos y más adelante obras fantásticas”.
Entre el 4 y el 7 de septiembre próximo se realizará en Santiago y Viña del Mar el Segundo Encuentro Internacional de Literatura Negra y Fantástica. ¿Qué alcances tiene?
“Tendremos una oportunidad inédita de conocer y reflexionar acerca del status del mundo literario de lo negro y lo fantástico, con figuras de primer nivel de Argentina, China y Chile. En la página web www.letrasdechile.cl hay una sección especial que puede ser útil para informarse”.
Comparte lo que señaló el crítico español, David Roas, especialista en literatura fantástica y del terror, en un reciente viaje a Chile: «Lo fantástico destruye nuestra concepción de lo real y nos instala en la inestabilidad»… ¿Qué podemos esperar, entonces, en el mundo tan turbulento que vivimos?
“La armonía es lejana a lo humano, esa es la verdad. La función de la literatura es y seguirá siendo incomodar, sacudir, despertar, estremecer, asombrar al lector. Esa es su misión mientras exista la humanidad”.
En su propio trabajo literario, ¿qué prepara ahora?
“Estoy escribiendo una novela fantástica que trata de indagar en las claves de nuestro futuro cercano, teniendo en cuenta las tendencias más fuertes de la actualidad: la presencia de la IA y las nuevas tecnologías, los poderosos intereses económicos que sobrepasan a los Estados, los conflictos bélicos, la destrucción de la naturaleza y el cambio climático. Trato de indagar e imaginar hacia dónde vamos, procurando ser optimista (tarea nada fácil) y encontrar salida a nuestros enormes problemas”.