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ESPERANZA Y PACIENCIA por Pbro. Nelson Cháverz Díaz

En un clima de desconfianza, de peligro y de inseguridad, donde cunde el temor y el desaliento cada día, ¿qué lugar hay para la esperanza? Si tuviéramos un instrumento de medición para la esperanza (un “esperanzómetro”), en una escala de 1 a 10, ¿en qué nivel estaría nuestra esperanza?.

¿Dónde se alimentan nuestras esperanzas? Ciertamente para cada persona la esperanza puede ser distinta. Abriga esperanza un papá y una mamá en sus hijos, que son la promesa de un futuro feliz; a un estudiante lo mueve la esperanza de poder obtener un título y así desempeñarse en un trabajo de acuerdo a su profesión para que de esta forma pueda ganarse la vida. A un enfermo lo asiste la esperanza de poder superar su estado de dolencia para volver a vivir la vida con normalidad. Expectativas, deseos, ilusiones de que algo, razonablemente, pueda ocurrir en un futuro cercano o lejano. De alguna manera estas expectativas las vamos planificando, se van construyendo a fuego lento y progresivamente; es que para alcanzar ese horizonte anhelado hace falta el cumplimiento de pequeñas metas, graduales, que nos alcanzarán el punto decisivo y final no sin antes descubrir que, una vez cumplido, ya estamos pensando en un algo más. Pareciera ser que la esperanza como expectativa siempre está traspasada por una insatisfacción crónica.

Es que la esperanza verdadera –y no la simple expectativa- requiere una buena dosis de paciencia. Aprender a ser paciente. No ceder ante la tentación de la prisa de quererlo todo, ya, sin proceso sino instantáneamente. Algo de sufrimiento comporta siempre la virtud de la paciencia. El pathos griego nos indica que hay que aprender a postergar la ansiedad y la satisfacción inmediata. Y eso nos perturba, nos desconcierta ya que en las situaciones en que experimentamos la paciencia normalmente no somos nosotros quienes tenemos el control de las cosas, sino que tenemos que abandonarnos y dejarnos afectar y tocar incluso sobrepujando nuestra voluntad. Ese es pecisamente el momento del padecer para convertirlo en paciencia. La esperanza aloja, queramoslo o no, a la paciencia. Y la paciencia engrendra la esperanza.

Francisco, al convocar al Jubileo del año 2025 (Bula Spes non confundit, 2024) nos invitaba a renovarnos en la esperanza; esperanza que en el decir de San Pablo, siempre adviene en momentos de tribulación y dificutad. La esperanza como don indisponible del Espíritu Santo que irradia luz y que mantiene encendida la llama en medio de la más desoladora oscuridad. Esperanza que ya no sólo es una virtud sino una Persona: Jesucristo. Esperanza que se traduce en confianza y entrega absoluta a Él que no engaña ni defrauda pues, para quienes creemos en Él, tenemos la certeza de que nada ni nadie nos separará del amor divino.

Pbro. Nelson Cháverz Díaz

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