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Había una vez… cientos de patitos cojos

Pese a que el Lector debe saberlo, aclaro que el “síndrome del pato cojo” (“lame duck”) afecta a una autoridad próxima a dejar su cargo y que ve notablemente disminuido su nivel de ascendiente o influencia. Típico es el caso de los Presidentes, cuando ya ha sido electo su sucesor. Los “patos cojos” poco a poco se van tornando irrelevantes.

Tal como le ocurrirá, a contar del próximo domingo, a un selecto grupo de notables de nuestra política, que de pronto dejarán de serlo. Porque uno de los muchos efectos que producirá la postergada y deslucida elección de los miembros de la Convención Constitucional, que tendrá lugar el fin de semana que viene, será precisamente sumir en la irrelevancia a numerosos miembros de la clase política, hasta hoy acostumbrados a los focos, las cámaras y las primeras páginas.

Los 155 diputados (y diputadas, para ser inclusivo), además de los 43 senadores en ejercicio, de pronto dejarán de ser los protagonistas de estos días históricos por los que estamos transitando. Su opinión importará cada vez menos. Y, pese a que intentarán mantenerse en primer plano, los titulares, los matinales y los tuits les serán notoriamente esquivos. 

Por cierto, estos 198 parlamentarios que devendrán en la cojera a partir de una semana, usarán todas sus artes, herramientas y maniobras para evitar el olvido y el desdén. Nuevos bonos, subsidios y paliativos a la crisis. Más impuestos, gabelas y aranceles para financiarlos. Abundantes leyes que respondan prestamente al clamor de los matinales y a las voces de la calle. Diligencia extrema para corregir las mismas leyes, que quedan mal cuando los apuran. Presurosa corrección de las correcciones, que tampoco quedarán buenas con la prisa. Pero la verdad es que ya pocos les escucharán y menos aún les harán caso.

Ante la perspectiva de una nueva Carta Fundamental que podrá cambiar todo de raíz, no habrá legislación que goce de certeza ni legislador que pueda sostenerla. A contar de una semana, todos los focos cambiarán. La Convención, una vez inaugurada, habrá de ser la única voz que importe, los únicos oídos a los que susurrar sugerencias y las únicas orejas a las que gritar exigencias. Las leyes, las antiguas y las nuevas, habrán de importar poco. La Convención podrá cambiar todo. El Legislativo ya no importará.

¿Y el Ejecutivo? ¿Podrá el Presidente superar el trauma de no ser más la primera figura de la escena? En los meses que le quedan de mandato, ¿cuánto podrá conducir, disponer y resolver? ¿Y los tribunales? Nuestro sistema, tan legalista y apegado al tenor literal de la norma y a la rigidez institucional ¿no se perturbará ante la inminencia de profundos cambios normativos e institucionales? Lo único cierto es el cambio, decía Heráclito, hace 2500 años. La incerteza será el ambiente a contar de los próximos días. Y así como nosotros, la gente de a pie, habremos de acostumbrarnos a la incertidumbre y la perplejidad, otros, los patos cojos de este cuento habrán de asumir que su momento ya no es más. Que su opinión no cuenta, que sus decisiones no quedan firmes y que sus figuras ya no ocupan la testera principal.

Como consejos, por si les sirven de algo, la nostalgia no es tan mala. Muchos viven de ella y de las glorias pasadas. Ser un pato cojo no es tan malo. Piensen que peor sería ser el pato de la boda. O que les echen al agua con tanto frío. Desde ahora, habrán de conformarse con mirar, melancólicos, cómo los Convencionales se apropian de la escena. Lo que deben asumir y tener claro es que habrán de alejarse, rengueando, hacia la irrelevancia, el ostracismo y el desdén.

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