Desde la Constitución de 1833, las elecciones presidenciales en Chile fueron, si realizamos una comparación poco feliz, un simple traspaso del testimonio (representado por la mal llamada banda presidencial atribuida a O’Higgins) de un mandatario a otro que ya estaba prácticamente nominado desde la propia Moneda. Si en 1851 el candidato derrotado, José María de la Cruz, alzó las fuerzas militares de Concepción para oponerse al triunfo de Montt, el presidente saliente, Manuel Bulnes, avanzó hacia el Maule, donde logró aplastar la intentona en la batalla de Loncomilla el 8 y 9 de diciembre de 1851.
Ni la elección de Balmaceda, cuyo período concluyó cruentamente en 1891, fue motivo de alteraciones en el grueso de la población. Tras concluir su período (con el suicidio del presidente derrocado) una oportuna amnistía evitó represalias y venganzas.
Hasta 1920, los candidatos no hacían campaña en el sentido y forma que hoy hemos visto. Tampoco estaban los medios. Bastaba la mención de su nombre. Además, se votaba a través de “electores de presidente”, sin la participación directa de la ciudadanía.
Pero, como lo expresábamos precedentemente, en 1915, hace 110 años, emerge una figura carismática, audaz, de inédita energía política y desafiante lenguaje. Su nombre salta a las primeras planas súbitamente cuando, tal vez por orgullo o un capricho de su ascendencia italiana, intenta ser candidato a senador por Tarapacá, donde era caudillo indiscutible Arturo del Río Racet.
Sin embargo, algunas dudas mantienen indeciso a don Arturo. Pero una tarde, al entrar al Congreso, Del Río, irónicamente, le pregunta si pretende ser postulante al hemiciclo por la zona norte. “Lo estoy meditando”, replica Alessandri. Del Río remata: “Mejor no lo haga, porque lo puedo hacer ‘fondear’”. El aludido vuelve de inmediato y enfrenta a su oponente. “He cambiado de opinión: iré de candidato a senador por su zona”.
Desde este instante, las campañas políticas cambiaron diametralmente en Chile. Alessandri se instaló en Iquique junto a sus partidarios. De Río hizo lo propio con un bando armado. Don Arturo no temió el enfrentamiento ni a llevar un revólver al cinto. Hubo balazos, desde luego, muertos, heridos, asaltos a secretarías y apaleos por doquier. El gobierno de Barros Luco intervino en favor de Del Río a través del ministro del interior Pedro Nicolás Montenegro. El 12 de febrero de 1915, Alessandri, con la vehemencia que le caracterizó toda su vida, acusó en la Cámara de Diputados la vergonzosa intervención del ejecutivo y señaló al secretario de Estado ya citado como culpable de los hechos y a renglón seguido éste, tras ser obligado a renunciar, lo desafío a duelo. El enfrentamiento, que no pudo ser evitado pese a los oficios y gestiones de ambas partes, se realizó el 12 de febrero de 1915 en el sector llamado Villa Tranquila de Ñuñoa. Ambos contendores cambiaron disparos sin herirse, negándose a la reconciliación.
Indudablemente, la forma de hacer política había cambiado. Y de qué forma.
Ganó Alessandri en la elección realizada el 7 de marzo de 1915 derrotando al caudillo Del Río por el sesenta por ciento de los votos y quien tenía a su haber más de veinte años de vida política en el norte.
La enorme actividad y valor desplegado por el nuevo líder que emergía lo llevó a ser llamado “El León de Tarapacá”, denominación que le acompañaría hasta su muerte.
Pero la elección de Juan Luis Sanfuentes, “otra rama del mismo árbol” como dijeron los líderes estudiantiles de la Federación de Estudiantes, fundada en 1906 y de creciente ascendencia, puso en el debate la urgente necesidad de un cambio en la estructura política del país.
En 1918 los alumnos de la Universidad de Chile fundan la revista “Juventud”, destinada a debatir una situación que recién aparece en la palestra: “la cuestión social”, como surge la exigencia de “derechos sociales” y claras exhortaciones a defender el marxismo leninismo. Se denomina una “cruzada en defensa de la clase trabajadora”. En 1920 la publicación cambia su nombre a “Claridad”. Y no se piense que en ella participan nombres desconocidos. Los apellidos Alessandri, De María, Vigorena, Prado, Donoso, Schneider y otros de reconocidas familias capitalinas, forman parte de esta pléyade que rompe violentamente los lazos con la clase conservadora de sus padres.
El Presidente Sanfuentes es execrado con un lenguaje casi procaz. En las elecciones de 1920 se da un tibio voto de confianza a Arturo Alessandri, pero la Federación está por derrotar al capitalismo: bancos, empresas, todo lo que ellos consideran explotación del hombre, del obrero y sus derechos.
Es electo Alessandri, pero no logra la mayoría y se instaura un “tribunal de honor” que le da el triunfo por un voto. El nuevo presidente trae leyes sociales de importancia, pero el congreso no las deja pasar. Los oficiales jóvenes del Ejército toman partido por los trabajadores. La situación se vuelve peligrosa (se arriesga un golpe de estado) y Alessandri prefiere alejarse del mando.
Indudablemente, las elecciones han dado un giro en ciento ochenta grados en la política chilena.
Vienen otros comicios, tras los fracasos de don Juan Esteban Montero y Emiliano Figueroa. Surge la figura, hasta ahora en las sombras, del coronel Carlos Ibáñez del Campo. Se las arregla para ser “candidato único”. Los que pretenden competir en la elección son encarcelados o exiliados. De todas formas, hubo algunos “audaces” que lanzaron su candidatura. Ibáñez, en un hecho inédito hasta hoy en una contienda presidencial, logró el cien por ciento de los votos de un total de 238.100 habitantes registrados en los comicios del 22 de mayo de 1927, asumiendo el 17 de julio de ese año. La verdad, a su llegada a La Moneda hizo tabla rasa de los derechos constitucionales, respeto a los poderes del Estado e incluso las elecciones del Congreso, el cual, al corresponder su renovación en marzo de 1930, el mandatario, reunido en las Termas de Chillán con sus asesores, designó a dedo a los elegidos según su particular criterio, asegurándose así una mayoría absoluta. Pero la crisis de los años 30, la baja de las ventas del salitre, la inflación desatada y otros problemas derivados del autoritarismo de Ibáñez, forzaron su dimisión el 26 de julio de 1931, tras intentar, incluso, sacar al Ejército a las calles.
Ya la estabilidad de las elecciones presidenciales que se conocieron hasta 1915 se había esfumado. Es electo don Juan Esteban Montero, luego viene Manuel Trucco Franzani, después de nuevo Montero, le sigue una Junta de Gobierno de la República Socialista y seis mandatarios más de efímera duración. Finalmente se realizan elecciones y retorna don Arturo Alessandri en 1932. Su período está marcado por ingratas situaciones. La más oscura de todas, la tragedia del Seguro Obrero donde mueren 59 jóvenes a manos de la policía el 5 de septiembre de 1938. Esto inclina la balanza en favor de la candidatura de Pedro Aguirre Cerda, izquierdista (con apoyo del Partido Comunista) quien asume el 24 de diciembre de 1938. Cuando las fuerzas de izquierda que le apoyan esperan las más duras sanciones para los hechos del Seguro Obrero, en definitiva, no se dieron las condenas esperadas.
De Aguirre Cerda, fallecido en 1941, a Eduardo Frei Montalva viene un período de cierta estabilidad, marcado sólo por la muerte de Juan Antonio Ríos en 1946.
En 1952, 1958 y 1964, Salvador Allende, varias veces senador, médico, proveniente de la alta burguesía chilena, es candidato a la presidencia. Finalmente es elegido con un tercio de los votos el 4 de septiembre de 1970. Los sufragios que le restó Radomiro Tomic de la Democracia Cristiana fueron decisivos en la derrota de Jorge Alessandri.
Una marcada inquietud sigue al triunfo del Dr. Allende a quien, sin embargo, se reconoce su trayectoria democrática y su respeto a los poderes del Estado mientras ejerció cargos de congresal durante más de treinta años.
Días después (relato de Sergio Onofre Jarpa al autor de esta crónica) el Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, convoca a los partidos de derecha y les expresa que las fuerzas armadas respetarán el veredicto de las urnas y no intervendrán en el proceso (lo que pasó a denominarse “la doctrina Schneider”).
El resto es historia conocida. El día 4 de septiembre de 1970 se cumplieron exactamente cincuenta años desde que Alessandri agitaba las aguas políticas con su elección.
El último episodio de ese período fue el bombardeo de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Pero, ante el asombro de todos los medios opinantes del mundo, en un hecho inédito en las historias políticas de los países, el actor que impulsó los acontecimientos que llevaron a un régimen dictatorial durante 16 años, entregó las insignias del poder a quien, además de ser su más férreo opositor, ganó las elecciones el 14 de diciembre de 1989 con un 55.2% de los sufragios y recibió el poder el 11 de marzo de 1990.
El 25 de abril de 1990, por Decreto Supremo 355, Aylwin crea la Comisión de Verdad y Reconciliación para investigar las violaciones a los derechos humanos en el período pasado, presidida por el abogado Raúl Rettig, el mismo que el 6 de agosto de 1952 se había batido a duelo con pistola con Salvador Allende, sin herirse, pero lo cual hizo que jamás volvieran a dirigirse la palabra. Las razones de este enfrentamiento son varias y ya hablaremos en otra ocasión de estos desafíos ocurridos en Chile.








