Carlos, Ambrosio y Manuel Rodríguez Erdoysa vivían en la calle Agustinas 27, en el centro de la capital del Reino. Muy cerca, en Huérfanos 29 estaba la casona de la familia Carrera. Sus juegos y su amistad marcarán su vida y su prematura muerte.
Inquieto, estudió en el colegio Carolino desde el cual se escapaba junto a José Miguel para corretear por las calles y visitar especialmente el barrio La Chimba. Fue un buen estudiante que alcanzó el grado de Bachiller en Derecho y el título de abogado, pero nunca consiguió el doctorado, cuyo costo económico su familia no pudo costear.
Su corta vida está llena de misteriosos enigmas y vacíos, como corresponde a un revolucionario que empeñó su vida en la lucha por la independencia de la patria y por vivir a fondo sus profundas convicciones libertarias. “Fue abogado, procurador de Santiago, diputado, secretario de guerra, ministro, capitán de ejército, Director Supremo, pero ninguno de estos cargos le dio tanta fama como el rol que cumplió en el periodo de la reconquista española” (“Manuel Rodríguez. Aún tenemos patria ciudadanos”, de Soledad Reyes del Villar, Empresa El Mercurio, 2018.).
Los años pasaban lentos en la aburrida colonia del fin del mundo. Manuel se entretenía asistiendo a las peleas de gallos, los toros y las carreras de caballo. También le gustaba guitarrear, jugar al naipe y al billar en las tabernas de la época. Y aunque era bajo de estatura, era ingenioso y conquistador. Hasta que todo comenzó a cambiar.
AIRES REVOLUCIONARIOS
Y llegó 1810. Las tropas de Napoleón invadieron España y ante la crisis del poder imperial, en América surgen las primeras Juntas de Gobierno. En Santiago los vecinos notables se suman a la tendencia con el grito de ¡Junta queremos! Manuel siente el vértigo de la libertad. Comienzan a surgir proclamas libertarias e independentistas. Gradualmente el proceso va a radicalizarse.
Un golpe de timón definitivo surgirá con el regreso de su amigo José Miguel desde España. No pasará mucho tiempo para que los tres hermanos Carrera, a cargo de distintas tropas en la capital, den un golpe de Estado. Y Manuel los acompañará durante casi todo el proceso que será conocido como la Patria Vieja.
LA GUERRA EN EL SUR
Se convierte en diputado por Talca y después por Santiago, pero Carrera lo nombra Secretario de Guerra. En los últimos meses de 1811 Manuel se incorpora al ejército con el grado de capitán. Pero no todo será miel sobre hojuelas. En julio de 1812 renuncia al ejército y se le pierde la pista por unos meses. Tras una confusa acusación es tomado preso junto a sus hermanos y acusado de conspiración. Las acusaciones no prosperan. Recupera la libertad y nuevamente nada se sabe de sus andanzas.
Carrera impulsa importantes reformas que van sentando las bases de una república independiente. Pero el virrey del Perú, Fernando de Abascal no estaba dispuesto a permitirlo. Una expedición militar a cargo del brigadier Antonio Pareja desembarca en el sur y en poco tiempo recupera Valdivia y Chiloé. Y avanza hacia el Maule. Carrera ordena cavar trincheras e instalar artillería en los cerros de Bobadilla, donde se reúnen regimientos y milicias. Y desde allí saldrán las tropas para atacar al enemigo en Yerbas Buenas.
La guerra en el sur se estanca en el sitio de Chillán que termina en un fracaso para los patriotas. Una nueva Junta asume en Santiago y nombra a O’Higgins general en jefe. Aunque sus relaciones habían partido bien, sus liderazgos se diferencian cada día más. Carrera regresa a Santiago y mediante un nuevo golpe retoma el poder. O’Higgins no lo reconoce y los patriotas se enfrentan en los campos de Maipo. Lo que vendrá será la crónica de una muerte anunciada. Sin lograr concordar una estrategia común, O’Higgins y sus tropas se refugian en la plaza de Rancagua. Hay diversas versiones sobre el rol de Carrera. Para algunos nunca llegó a prestar ayuda. Para otros lo intentó y fue derrotado. Lo cierto es que la batalla fue un verdadero desastre. Tras una furiosa y desesperada embestida los patriotas sobrevivientes emprenden el camino al exilio hacia Argentina.
NACE EL GUERRILLERO
En Mendoza, el general José de San Martín ejercía un fuerte liderazgo y acogió solidariamente a los emigrados. Pero no reconoce el liderazgo de Carrera y sus seguidores a quienes envía con guardias a Buenos Aires. Manuel se entrevista con el astuto general, quien estaba convencido que era necesario liberar a Chile y desde acá el Perú. Mientras se inicia la formación del futuro Ejército de los Andes, Manuel regresa clandestino a Chile e inicia la etapa más audaz de su inquieta vida. Despliega todas sus capacidades para sumar aliados entre los cuales no pocos serán terratenientes, campesinos, artesanos, las clases populares e incluso los bandidos de la zona central del país.
Los peninsulares harán poco para reconquistar a los chilenos. Por el contrario, la crueldad, la persecución y las humillaciones volverán a los “godos” cada vez más impopulares. Manuel, con el apoyo de San Martín desarrollará una variada actividad de espionaje, desinformación, rumores, ataques sorpresas, y burlas al sistema de dominación española. Su ingenio y coraje lo lleva a disfrazarse de fraile, campesino, mendigo, comerciante ambulante, logrando evadir siempre la persecución del régimen. La situación se volvió tan inmanejable que el gobernador Casimiro Marcó del Pont ofreció una recompensa de mil pesos equivalente a unos 15 millones de pesos actuales por información para capturarlo. Nadie lo delató.
Esta es la parte de su vida en que la realidad y la leyenda se funden y será la base de su identificación como un verdadero héroe del pueblo. Alfredo Sepúlveda dice “un guerrillero de clase alta, pero sin demasiado dinero: un hombre atractivo que guitarrea, galopa, se disfraza, es amigo de ladrones y mujeres de campo; un tipo que engaña a sus enemigos con ingenio, picardía y arrojo”.
CON LA PLUMA Y LA ESPADA
Entre Santiago y el Maule las guerrillas mantienen en alerta a las tropas españolas. La idea es dispersarlos, confundirlos, despertar el espíritu patriótico y de lucha de los criollos. Las hazañas de Manuel corren de voz en voz. Recibe ayuda de algunos conventos de religiosos. Proclamas revolucionarias se pasan de mano en mano. Se toman pequeños pueblos como Melipilla y San Fernando. Requisa recursos de las autoridades y las reparte entre sus seguidores. Mantiene correspondencia permanente con San Martín, pero también hay registros de varios viajes a Mendoza. Se ha llegado a decir que lo hacía a través de una ruta propia, llamada de las 24 horas, tiempo que supuestamente demoraba en cruzar los Andes.
Una de sus hazañas más recordadas es que disfrazado de mendigo le abrió la puerta del carruaje al gobernador Marcó del Pont, cuando este llegaba a la plaza de Armas. El gobernador le habría dado una moneda como propina. Sintiéndose ofendido por la recompensa ofrecida por su cabeza, le envió una nota al gobernador incluyendo la propina que éste le había dado. La nota decía: “Te devuelvo la onza que me diste de limosna para que la agregues a la recompensa que ofreces por mi cabeza. Manuel Rodríguez vale más de mil pesos, roñoso”.
Las redes y las audaces acciones de Rodríguez y sus montoneras consiguen dispersar las fuerzas monárquicas evitando su concentración y facilitando la liberación que vendrá dividida en varias columnas por diversos pasos cordilleranos.
AUGE Y CAÍDA DEL GUERRILLERO
En la batalla de Chacabuco buena parte de las fuerzas realistas son completamente derrotadas. Los sobrevivientes huyen hacia el sur. Rodríguez mantiene una buena relación con San Martín, no así con O’Higgins, nombrado Director Supremo. Se le encarga la gobernación de San Fernando, pero se le reemplaza rápidamente. Le ofrecen enviarlo a Estados Unidos y a Buenos Aires como representante del nuevo gobierno, pero Rodríguez no acepta. Sus diferencias van escalando en intensidad. La impetuosidad de Rodríguez, su estilo poco afecto a la disciplina, su amistad con los Carrera, lo mantendrá bajo sospecha frente a la nueva elite en el poder.
Se debe recordar que en las altas esferas de las nuevas autoridades se mueven los hilos oscuros y secretos de la Logia Lautarina, que tendrá un rol de primera importancia en los procesos de Argentina, Chile y Perú. Y tras ella la aún más peligrosa Sociedad Secreta de Buenos Aires, formada por los más influyentes personajes de la época, entre ellos O’Higgins y San Martín.
Por esos meses sus misteriosas desapariciones responden a una poderosa razón: se ha enamorado de Francisca de Paula Segura y Ruiz, heredera de la hacienda Pumanque, hija de patriotas a quien había conocido en 1816 en medio de su vida clandestina. De esta relación nacerá su único hijo Juan Esteban, quien será parlamentario durante varios periodos.
Tras varios incidentes menores, los patriotas son sorprendidos en Cancha Rayada. Las confusas noticias que llegan a Santiago llevarán a Manuel a la cúspide de la popularidad y al mismo tiempo será la causa probable de su muerte. Los rumores daban por muerto a O’Higgins y desaparecido a San Martín. Muchos emprenden nuevamente la fuga hacia Mendoza. El Director interino era Luis de la Cruz. En medio del desaliento y el temor, Manuel Rodríguez recorre la ciudad llamando a la resistencia frente a los odiados “godos”. Impulsado y apoyado por la muchedumbre, un improvisado cabildo lo aclama como Director Supremo junto a Luis de la Cruz. Por intensas 48 horas, realiza una increíble actividad: libera a los presos políticos carreristas, reúne armas, recupera los caudales públicos, hace cavar trincheras, recluta unos 200 voluntarios y crea el regimiento Húsares de la Muerte. Pero lo más relevante es que con su oratoria vehemente logra detener la emigración a Mendoza. Inflamado declaraba: ”¡Aún tenemos patria ciudadanos! El tímido, el cobarde, que huya; pero los hombres de corazón deben quedarse, organizarse, y tener resistencia; el enemigo aún dista mucho de la capital, los recursos sobran”.
Guillermo Parvex sostiene que “Esto lo transformó – en esos momentos de tanta aflicción de la población – en el hombre más popular de Chile”.
Cuando O’Higgins llega herido a Santiago se somete de inmediato a su autoridad. Pero su relación con el Director Supremo estaba irremediablemente rota.
ASESINATO Y DESAPARICIÓN
Tras el contundente y definitivo triunfo en Maipú donde los Húsares de la Muerte participan activamente, la suerte del guerrillero quedó sellada. Hay registros de cartas de O’Higgins destinadas a sus amigos de la Sociedad Secreta que mencionan la necesidad de deshacerse de los revoltosos hermanos Carrera y del “bicho” Rodríguez, para asegurar la tranquilidad de la nueva república.
La muerte de Luis y Juan José Carrera pocos días después tras un oscuro juicio dirigido por el siniestro Bernardo José de Monteagudo, integrante de la Sociedad Secreta generará la airada reacción de Rodríguez, que junto a sus seguidores exigirán justicia en las calles de Santiago.
Un nuevo Cabildo Abierto organizado por el popular Rodríguez exigirá “poner término a la dictadura y su reemplazo por un gobierno constitucional”, entre otras medidas. Rodríguez es detenido el 17 de abril al ingresar al Palacio de Gobierno y es trasladado al regimiento Cazadores de los Andes.
Después de más de un mes detenido en dicho recinto una nutrida partida de militares divididos en diversos grupos lo traslada hasta Quillota. Abundan las versiones y los detalles de su asesinato por cuanto se realizaron diversas investigaciones. Sin embargo, ninguna logró establecer con certeza quiénes lo asesinaron. Lo cierto es que los criminales fueron protegidos y consiguieron completa impunidad.
Parvex afirma: “Los nombres de los homicidas difieren, la fecha, hora y lugar coinciden: Cancha del Gato, próximo a Til Til, entre las 21,30 y 22 horas del 26 de mayo de 1818”. Manuel Rodríguez tenía 33 años. También coincide la forma: le disparan por la espalda y dos cabos lo ultimaron a bayonetazos.
Le roban sus ropas y su reloj de oro y su cuerpo es dejado a la intemperie expuesto a las alimañas del campo. La justificación del alevoso crimen será un falso intento de fuga. Nada nuevo bajo el sol.
Cuando la noticia llega a Santiago se producen manifestaciones de protesta frente al Palacio de Gobierno. Los gritos exigen la renuncia del Director Supremo. Por la tarde tres partidas de caballería deben dispersar a los revoltosos. Tristemente será el primer detenido desaparecido de la naciente república.
Décadas después testigos declararon que sus restos habían sido rescatados y enterrados secretamente en la iglesia del pueblo.
Su cobarde crimen y desaparición acrecentó su leyenda. Sigue siendo uno de los más atractivos y amados próceres de nuestra independencia nacional.