
Al término de la Guerra Civil Española en 1939, Pablo Neruda, quien se encontraba en Chile, se entera de la situación de los refugiados españoles en tierras francesas. Entonces realiza gestiones con el Presidente de la República, Pedro Aguirre Cerda, quien lo nombra cónsul especial para la inmigración republicana española con sede en el país galo.
Pero no fue objetivo fácil ni esto se entendió con claridad en Chile. Desde luego, durante la segunda administración de don Arturo Alessandri, ante las primeras persecuciones a judíos en Alemania, la migración para este pueblo se limitó a 60 familias por año. El ejecutivo chileno estaba, además, presionado por la derecha, que suponía la llegada de izquierdistas y revolucionarios, sin dejar de considerar atisbos racistas. Es más, en 1932 se había formado el Partido Nacional Socialista de Chile, que se declaraba anti comunista.
EL RECHAZO A SIGMUND FREUD
Poco antes que asumiera Aguirre Cerda, en julio de 1938, la Sociedad de Escritores de Chile, presidida por Alberto Romero, fue informado que en Alemania la familia del gran sicoanalista Sigmund Freud era hostigada por los nazis. Sus hermanas fueron arrestadas y murieron en campos de concentración. Se temía su detención y discípulos suyos tomaron contacto con el consulado chileno para traerlo a nuestro país. La SECH envió los antecedentes a la Rectoría de la Universidad de Chile, pero su vicerrector, Arturo Alessandri Rodríguez respondió que el Pleno Universitario determinó que la Casa de Estudios no estaba en condiciones económicas para efectuar ese contrato. Freud, como se sabe, se refugió en Inglaterra y allí murió en 1939. Su valiosa obra, papeles, apuntes, notable biblioteca y reliquias, que pudiesen haber estado hoy en Chile, se conservan en Londres.
EL DIFICIL ZARPE DEL WINNIPEG
Sin embargo, la elección de don Pedro Aguirre Cerda en 1938 (y la sangrienta y horrorosa matanza del Seguro Obrero) disolvieron a la agrupación nazi, pero el sentimiento contra la inmigración siguió vigente.
El Presidente Aguirre designó Ministro de Relaciones Exteriores a Abraham Ortega Aguayo, quien eliminó las restricciones a la llegada de refugiados desde Europa, invocando para ello razones humanitarias y dispuso que las visas, que antes las daba un organismo europeo, fuesen otorgadas por las autoridades consulares chilenas en España y Francia.
Fue entonces que Neruda informó tener ya dispuesto y próximo a partir al vapor Winnipeg. El Ministro Ortega hizo todas las gestiones necesarias para facilitar el viaje, que traería alrededor de dos mil españoles, de diversos credos y tendencias políticas.
Sin embargo, el Partido Conservador chileno difundió que arribarían peligrosos agitadores izquierdistas. A pesar de la fuerte presión, Ortega dio luz verde al zarpe del barco, pero el Mandatario chileno, enfrentado a un verdadera quiebre interno por este motivo, envió un telegrama a Neruda (del cual nunca se ha hablado) cancelando el viaje. Ante ello, el Ministro Ortega renunció. Temiendo una crisis de gabinete a poco de empezar su administración, Aguirre Cerda rechazó la renuncia de su Secretario de Estado y autorizó la llegada de la nave.
Pero las cosas seguían turbias: se decía que los agentes consulares chilenos de España y Francia vendían en dólares los pasaportes. Entonces, secretamente, el gobierno pidió a Neruda se hiciera responsable de quienes embarcaran, aun cuando no contaran con el documento respectivo.
Pero aquí surgió otro problema… ¿Cómo regularizar la entrada a Chile de casi dos mil personas?
EL PREFECTO ÓSCAR HORMAZÁBAL
Fue entonces que las autoridades chilenas se enfrentaron a la urgente necesidad de identificar y revisar los pasaportes de quienes desembarcarían en territorio nacional o de extenderlos si no los traían. Labor ardua, que debía efectuarse en las horas que demoraba el barco desde su llegada a Arica, hasta su arribo a Valparaíso.
La responsabilidad, desde luego recaía conjuntamente en los Ministros del Interior (Pedro Enrique Alfonso) y de Relaciones Exteriores, el ya citado Ortega Aguayo.
Es en estas circunstancias que el Director de la Policía de Investigaciones, Osvaldo Fuenzalida Correa, recordó al Prefecto, por esa época destinado a Talca, Óscar Hormazábal Labarca, en quien se reconocía prolijidad e inteligencia en su trabajo. Mediante un escueto telegrama de seis líneas, le encomendó la no fácil tarea de “legitimar” el ingreso de los inmigrantes españoles a nuestro país. La misión era la de realizar, en pocas horas, la enorme labor de examinar, identificar y precisar exactamente quiénes eran los casi dos mil refugiados que venían en el barco.
En consecuencia, el Prefecto Hormazábal, con los escasos medios que tenía, especialmente de personal, debió asumir la gestión de determinar los nombres, nacionalidades y otros datos relevantes, de los pasajeros que traía la nave desde Francia.
Tenemos ante nosotros el informe evacuado por este notable oficial, siendo de interés las medidas que dispuso para dar cima a su tarea:
“Esta prefectura, escribe en oficio 4489 fechado el Valparaíso el 4 de septiembre de 1939, dispuso un servicio especial con el objeto de evitar desórdenes, dejando diez hombres a bordo de la nave y 30 en la bahía, distribuidos en el espigón de atraque y sus alrededores”. (Copia en nuestro archivo).
Para ganar tiempo en este trámite de identificación realizada con inusitada premura y en reducido tiempo, el Prefecto Hormazabal ordenó al Comisario Humberto Fuenzalida F. que viajara hasta Arica y se embarcara en el Winnipeg e iniciara, durante el trayecto hasta Valparaíso la documentación de los refugiados. Tras el arduo trabajo, se comprobó que los pasajeros eran 1979 personas entre hombres, mujeres y niños, y que 16 de ellos carecían de pasaportes. Efectuada la indagación respectiva, se tomó conocimiento que dichos documentos les habían sido pedidos por el ciudadano chileno Ernesto Mollenhauer Arriagada, sobrino del General Ex Director de Carabineros Humberto Arriagada Valdivieso, cuya presencia a bordo de la nave nadie explicó. Requerido informe de la persona individualizada, éste respondió, extrañamente, que solicitó los pasaportes de esos refugiados “para facilitar su desembarco en Chile”, sin embargo más tarde manifestó “haberlos extraviado, debido a desavenencias entre los viajeros”, toda vez que los españoles venían separados por ideologías políticas (es decir, comunistas y socialistas), aun cuando se presumió que eran indocumentados se les dejó subir al barco sin pasaportes, para después utilizarse el pretexto de la pérdida de ellos.
El Prefecto Hormazábal, pese a diversas presiones para omitir el hecho, puso los antecedentes en conocimiento de las autoridades en Valparaíso, estampándolo en el oficio ya citado. Como también detalló que, al realizarse el desembarco, el senador socialista Marmaduque Grove Vallejos expresó al oficial de Investigaciones, que los 16 ciudadanos “habían salido desde Francia con su documentación” al día e hizo valer su investidura para que se les permitiera descender irregularmente en Valparaíso. Hoy habría sido impresentable.
No tenemos antecedentes de cómo las autoridades de gobierno resolvieron esta ilegalidad.
SE ORGANIZA LA INMIGRACIÓN
La desconocida y acuciosa labor desarrollada en este episodio de nuestra historia política y cultural por el Prefecto Hormazábal Labarca, toda vez que en el Winnipeg llegaron españoles que hicieron notables aportes intelectuales al país, no ha sido lo suficientemente destacada en su profesionalismo, rectitud y precisión de los datos informados. Es más, sin la minuciosa tarea desarrollada, es probable que hasta hoy no se hubiese determinado, a ciencia exacta, quiénes fueron los viajeros del legendario vapor gestionado por Neruda.
Este incidente dio origen a la creación de un Departamento de Migración, que inició, en 1940, el control de los extranjeros que llegaban a nuestro país. Desde 1953 el Presidente Ibañez del Campo lo transformó en Departamento de Inmigración, fue reestructurado en 1975 y desde mayo del 2021 se funda el Servicio Nacional de Migraciones, que depende del Ministerio del Interior.
Pero el nombre del Prefecto de Investigaciones, Óscar Hormazábal Labarca, pionero de este fundamental servicio, está olvidado.
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