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(IN) CONSECUENCIA por Juan Carlos Pérez de la Maza

Es posible que una de las cualidades que la gente más valora de los políticos (cuando encuentra algo valorable) es la consecuencia, es decir, que en aquel que pide nuestro voto se advierta una fuerte correspondencia entre lo que dice y lo que hace. Entre lo que dijo ayer y lo que hace hoy. A esa cualidad se le podría llamar de múltiples maneras: constancia, perseverancia, tesón, hasta porfía, pero la idea básica es que la postura del político no muestre oscilaciones excesivas ni vaivenes descomunales. Podrá, por cierto, matizar o corregir determinadas opiniones, pero sin variarlas de manera sustancial. Los valores y principios debieran mantenerse inalterados en el político consecuente. Debieran.

¿Tiene el político de su preferencia, tal conducta consecuente? ¿Advierte en la línea de conducta, en la opinión y en el actuar de aquel político por el cual Ud. ha votado, una consistencia en el tiempo, una firmeza y convicción inalterada? Si es así, le felicito. Ha logrado Ud. elegir bien. Debe estar satisfecho de su elección y de nuestra democracia representativa. ¿Cuántos chilenos están satisfechos con la conducta que observan en sus representantes? ¿Advierten esa coherencia, esa correspondencia en lo que el entonces candidato decía y lo que hoy sostiene, y hace, el elegido? Tal parece que ciudadanos satisfechos tenemos pocos. Y electores decepcionados tenemos muchos. Demasiados, para la salud de nuestra democracia.

Todos párrafos anteriores los escribo a propósito de un documento que consigna las votaciones del, entonces, Diputado Gabriel Boric, convertido hoy en Presidente de la República. En aquel documento encontramos, por ejemplo, que el Diputado Boric votó favorablemente los cuatro retiros de fondos de las AFP, calificando como un mito el que esa inyección de liquidez a la economía pudiera generar inflación. Y, más delicado aún, en todos aquellos proyectos de Ley referidos a tipificar como delitos determinadas conductas violentas, el ahora Mandatario votó en contra. Es el caso, por ejemplo, del proyecto que buscaba sancionar a quienes alteran el orden público y la libre circulación mediante barricadas. Igual ocurrió en la votación del proyecto que pretendían elevar la sanción al hurto o robo de madera y a los atentados incendiarios. Lo mismo en el proyecto que pretendía regular de manera más estricta el uso de fuegos artificiales. O al que buscaba proteger mediante resguardo militar instalaciones consideradas como infraestructura crítica (centrales eléctricas, instalaciones de agua potable, etc.). El ahora Presidente votó en contra de extender el Estado de Excepción Constitucional en la macro zona sur, señalando que no se puede “seguir con las mismas recetas que han profundizado la violencia”.

Hoy, cuando ejerce la Presidencia de la República, la opinión es otra. Se ha manifestado contrario a seguir retirando fondos previsionales y su gobierno se jugó con todo para detener el último intento. A la vez, condena la violencia de los atentados incendiarios, denuncia el robo de madera que se esconde en muchos de los atentados en la macro zona sur y declara, por dos veces (y se viene la tercera) el Estado de Excepción Constitucional en aquella zona, señalando que, gracias a ello, se ha logrado disminuir los atentados y la violencia.

Pese a todo lo anterior, hay veces en que las mudanzas de opinión pudieran ser comprensibles. Las circunstancias cambiantes pueden hacer variar una opinión. El transcurso de los años, la edad, puede aportarnos prudencia y morigerar intransigencias, por ejemplo. Seguramente el Lector no se reconoce en lo que pensaba o decía en sus años de adolescencia. Madurez le dicen. Pero, como no estamos comentando la conducta de adolescentes sino de políticos en los que, suponemos, hay madurez, juicios depurados y opiniones formadas, la pauta con que los evaluamos debiera ser distinta. Y si esos políticos, con el apoyo ciudadano, han logrado escalar a instancias de poder, más exigente debiera ser la escala evaluativa. Podemos aceptar que una persona cambie de opinión. Más aún, es meritorio si transita desde el sectarismo a la moderación o desde la soberbia a la tolerancia. Lo que no podemos aceptar es que esos cambios obedezcan más a un cínico oportunismo contingente, que a una genuina y sensata reflexión, fruto de la madurez y la mesura.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

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