Juan Carlos Cruz tenía 15 años cuando perdió a su padre. Entre el desconsuelo y la esperanza, el adolescente se acercó a la parroquia del Sagrado Corazón del Bosque. Educado en la cultura católica, había escuchado hablar de Karadima y de ese lugar donde muchos jóvenes del llamado “barrio alto” lo seguían como líder espiritual: “Karadima tenía por entonces unos cincuenta años y pesaría unos ochenta kilos, con entradas pronunciadas en la frente, de cara redonda y nariz ganchuda. Pero había algo imponente en su presencia y, visto por los ojos de un adolescente impresionable y acongojado descubrí que este sacerdote provocaba en mí una actitud reverencial”, confiesa el periodista, actualmente radicado en Estados Unidos.
Juan Carlos nunca imaginó que esa aproximación sería el inicio de una relación de abuso y sufrimiento que duraría ocho años. Soñaba con ser sacerdote y dedicar su vida a servir a los más humildes. Fernando Karadima, sacerdote conservador con extensas redes de apoyo en la elite económica y política, gozaba de una artificial fama de santidad que él mismo alimentaba. Llevaba una vida de lujo que incluía viajes anuales al extranjero y vehículos de alta gama, y administraba departamentos y propiedades de alto costo adscritos a la parroquia. Pero se declaraba discípulo y amigo del padre Hurtado. Y en el secreto de su pieza, donde sólo llegaban los más cercanos acostumbraba someterlos a todo tipo de abusos sexuales. Practicaba además abusos de conciencia y empleaba el secreto de confesión como un instrumento de amenazas y extorsión.
“Tras la comida, de vuelta en la parroquia, unos pocos y especiales eran invitados a subir a su pieza, donde se aflojaría el cuello sacerdotal y se tendería en la cama con uno o dos jóvenes al lado, mientras los demás se agruparían en torno al televisor. Y después, ese mismo atardecer, Karadima los despediría a todos, excepto a uno o dos de sus preferidos. En esa época, yo era tan ingenuo que envidiaba a los que disfrutaban de ese acceso ‘privado’ al padre Fernando”, declara.
ATRAPADO
Poco a poco el pedófilo se iba acercando a su presa. Vivía rodeado de jóvenes bien vestidos que le debían obediencia ciega y con quienes compartía poco a poco su intimidad y sus privilegios. Con él estaba asegurada una vida cómoda y los mejores contactos. Pero cualquier disidencia podía significar el bloqueo y el desprestigio, especialmente para quienes comenzaban a soñar con dedicar su vida a la Iglesia.
“Tenía dieciséis años cuando pidió que lo acompañara a entregar una invitación matrimonial a Pinochet en nombre de su hermana. Cuando íbamos en el automóvil rumbo a la casa del dictador, Karadima me dijo: ‘Verás, Juan Carlos, el general Pinochet y la señora Lucía no acuden normalmente a un matrimonio, a menos que sea de gente muy cercana a ellos, pero, aunque no van, si te conocen y te estiman, te suelen mandar un increíble juego de cubiertos de plata, ¡muy distinguido y muy caro! Tengo la certeza de que le mandarán uno a mi hermana…’”. Y así fue. En El Bosque se vivía al margen de la Iglesia del cardenal Raúl Silva Henríquez a quien Karadima consideraba un “comunista”. Pero gozaban del abierto apoyo del Nuncio Apostólico Ángelo Sodano, también ultra conservador, quien sería clave para el nombramiento de varios obispos salidos de la escuela del pedófilo.
Consumados los abusos, Juan Carlos Cruz no lograba escapar de la sutil pero férrea red de encubrimiento, extorsión y amenazas del criminal: “Las vejaciones, el abuso psicológico, el miedo prosiguieron incluso más tiempo …yo no era el único. A menudo lo veía besando a otros en corredores sombríos y, en ocasiones lo sorprendía acariciando descaradamente o tocando los genitales de algún joven”.
EL SEMINARIO
En 1985 Juan Carlos Cruz fue aceptado en el Seminario. A pesar de no depender ya de Karadima éste extendía sus tentáculos a través de sus fieles seguidores y seguía controlando su vida. Debía confesarse con él y permanecer en la parroquia durante los fines de semana. Tampoco podía hacer amistad con seminaristas ajenos al grupo de El Bosque. “Era una suerte de Gestapo que te seguía a todas partes, te espiaba y luego informaba acerca de ti a Karadima”, narra el profesional.
Sin embargo, Juan Carlos comenzó a revelarse de la secta de El Bosque. Lentamente fue descubriendo otra Iglesia que compartía la vida de los más pobres en las poblaciones y algunos campamentos. Obligado a resignarse a los abusos, su cuerpo le pasó la cuenta y se enfermó. Tuvieron que operarlo de urgencia y como se fue a recuperar a la casa de su madre sin el permiso del delincuente, éste se enojó. Juan Carlos llegó a pensar que la única forma de escapar de las garras de Karadima era morirse.
EL JUICIO
A pesar de su decisión de dejarse morir, lentamente Juan Carlos comenzó a mejorar. Y cuando pudo volver al Seminario fue citado por Karadima. Cuando entró a la sala donde lo esperaba, “vi a Karadima sentado en la cabecera y a varios curas y seminaristas flanqueándolo a ambos lados”. Entre los más conocidos estaban Juan Barros, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela.
Fue enjuiciado por el grupo. Juan Carlos recuerda que esa humillación terminó por gatillar en él una decisión que años después lo llevaría a denunciar los abusos y prácticas perversas ante la Iglesia, los medios de comunicación y la justicia. Ese fue el momento en que “desde las honduras de esa situación miserable y arrasadora, tomé una decisión real. Resolví que hallaría una forma de denunciar el abuso que había sufrido. No sabía cómo lo haría, sólo que lo haría”.
No pasó mucho tiempo en que tras violar el secreto de confesión Karadima, a través de Juan Barros, consiguió alejarlo del Seminario. Regresó con su familia y lejos de la secta de El Bosque su vida comenzó a renacer. Estudió periodismo, trabajó en el canal de TV La Red, conoció a grandes profesionales. Pero la larga mano de Karadima lo seguía. Decidió emigrar a Estados Unidos y le fue bien.
LOS TRES VALIENTES
El año 2009 recibió la primera llamada de Jimmy Hamilton. Después se sumaría Andrés Murillo y otros. Todos ellos habían denunciado a Karadima ante las más altas autoridades de la Iglesia, pero pasaban los años y el criminal seguía reinando en El Bosque sin que nada lo afectara. Con Jimmy y Andrés sostendrían una larga lucha al interior de la Iglesia, en los medios de comunicación y en los tribunales de justicia que culminaría en la expulsión de Karadima y su condena vaticana. Las consecuencias de ese tsumani eclesial fueron gigantescos. Todos los obispos chilenos fueron citados a Roma. Los tres principales denunciantes fueron invitados especiales del papa Francisco en Roma. Dos obispos formados por Karadima fueron alejados de sus responsabilidades pastorales, los otros continúan en sus funciones.
Un drama humano que ha dejado una secuela de desprestigio de la cual la Iglesia no logra recuperarse. Un drama personal que sólo alcanza su redención cuando la verdad se socializa y la plena justicia condena los delitos y repara a las víctimas. Un libro ineludible para conocer desde el interior este triste y vergonzoso capítulo de nuestra historia reciente y la profunda crisis de una de las instituciones más influyentes del país.