Independiente de la postura política que se pueda tener respecto a la contingencia que genera el plebiscito del 4 de septiembre, existen algunas cosas que podemos pensar respecto a las encuestas y los resultados que estas arrojan.
Una de las posturas comunes piensa que estos mecanismos están influidos por quién paga para solicitar el estudio correspondiente, como podríamos pensarlo de las marcas comerciales que pagan un estudio que propenda a arrojar respuestas en los que resulten beneficiados tras formular preguntas orientadas y diseñadas para obtener respuestas en el marco de lo esperado. Bien es sabido que una pregunta planificada de cierta forma puede otorgar resultados proclives a aquello que se espera obtener.
Ahora pues, es válido pensar también que la vocación por la verdad existe, y que hay entidades de estudio social que buscan crecer como institución, que no se venden, buscando la certeza respecto a la verdad de los fenómenos sociales para solventar su prestigio. -Toda persona emprendedora sabrá que cuando se tiene una visión se sostiene más en alto el mástil del principio que del negocio, pues sabe los beneficios que entrega dicho prestigio-. El problema radica en que, así como el negocio ha infestado gran parte de los quehaceres de la sociedad, el ejercicio del estudio social de las encuestas no tendría por qué salvarse de las ambiciosas garras del deseo mercantil.
Pero creo que el problema va más allá. Sometamos el ejercicio de los estudios sociales a criterio: El filósofo alemán Reinhart Koselleck en su libro “Futuro Pasado” (1993) plantea que la Iglesia antigua y el Estado moderno han sostenido el dominio del futuro para sus propios beneficios. Dice que en la edad media la iglesia establecía el dominio del futuro mediante profecías autorizadas anunciando el fin de los tiempos. El aspecto apocalíptico mermaba el presente de las comunidades sociales, lo que otorgaba una naturaleza de entidad salvadora a su institucionalidad. Luego con la llegada de la modernidad, el Estado obtuvo el poderío del paradigma futuro. Gracias a los fundamentos de la racionalidad, instrumento de la era moderna, irrumpe la idea de pronóstico político, prohibiendo y censurando toda clase de profecía anterior. Comienza así el cálculo político en Italia en el siglo XV y XVI, el cual permite una proyección del tiempo a raíz del estudio diagnóstico del pasado. El problema que se presenta desde la filosofía de la historia es que, así como las profecías, los pronósticos reflejan las intenciones del colectivo determinando el comportamiento de la sociedad. De esta forma las profecías y los pronósticos se convierten en recursos de perpetuación de estas entidades que, bajo esta noción, tendrían cualidades imperialistas.
El primer sondeo de opinión, según Wikipedia, ocurrió en 1824 en Estados Unidos, un país veterano democráticamente hablando, que “predijo” la victoria presidencial de Andrew Jackson, utilizando consultas ciudadanas no científicas. Desde entonces han comenzado a perfeccionarse, convirtiéndose en un chiche de la democracia. Centros de estudios como la Cadem en Chile, fundada a principios de 1974 ofrecen premios a sus participantes (gifcards, ipad, invitaciones a restaurantes o viajes dentro de Chile) que permiten sostener un grupo determinado de personas para poder realizar sus encuestas e intentar reflejar una verdad del panorama social y político del país.
Si bien la intención de reflejar un panorama podría parecer inofensiva, estudios como estos que se han puesto en duda por la ciudadanía, con críticas respecto a resultados inflados hacia un sector determinado, problemas metodológicos, o conflictos de intereses en la esfera política -tal como se indica en el mismo Wikipedia- su naturaleza de ser no escaparía de las sospechas que podemos generar acerca de toda entidad que pretenda “predecir” el futuro o “reflejar el panorama ciudadano” que en pocas cuentas termina siendo lo mismo, porque tal como dice Koselleck, intentar profetizar, predecir o figurar un futuro es intentar estilizarlo.
Es por ello que el futuro, al igual que el presente, no se debiese capturar, políticamente hablando, porque las intenciones tras la captura terminarán estableciéndolo, delimitándolo y en definitiva imponiéndolo. El futuro y el presente político debiesen presentarse libremente ante el transcurso natural del comportamiento social. Todo estudio o pronóstico político induce y orienta el futuro, ejerciendo pues un dominio que limita la naturaleza esencial del devenir del tiempo.
Franco Caballero Vásquez