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Talca

La caja

Siempre me intrigó la caja. López decía que solo la abriría el día que Rangers ganara la Libertadores o cuando MEO fuera presidente de todos los chilenos, no de la mayoría simple en segunda vuelta, sino de cada uno de los chilenos, incluidos venezolanos y haitianos. Todititos. Sé que está bromeando o bromeándome, pero la bendita caja me daba vueltas y no lograba encontrarle el chiste. López ni siqueira vota por MEO. Y lo de Rangers imposible tomarlo en serio.

Pero remitámonos a la caja. Decir caja es un decir. Es un envase tetrapak de leche, de esos larguiruchos con tapa rosca, que López dio vuelta y recortó y acomodó en dos partes unidas por simple presión, como esas cajas de tapa y fondo. Ni siquiera tiene candado. Podría quitársela y salir de una vez de la curiosidad.

Una vez López intentó explicarme. Me habló del costo de la vida, de las cápsulas del tiempo, del IPC, de que todo en la vida sube, irremediablemente sube, sin que uno pueda hacer nada. Me aseguró que el precio del pan viene subiendo desde la última cena, desde ese momento mítico cuando Jesús dijo: Tomen y coman, porque este es mi cuerpo. Pero ese no es el secreto que estamos pagando hasta nuestros días, agregó López como si estuviera dando un sermón. El secreto, acotó alzando el tono y retumbando en el pequeño living de mi pequeño departamento, hay que buscarlo en la advertencia que lanzó en esa misma cena: Uno de ustedes -dijo Jesús a sus apóstoles- me va a entregar.

Es decir, López, que además de tener que preocuparme de que en pandemia todo se fue a las nubes, ¿ahora también debo estar atento a que no me traicionen? ¿Qué tiene que ver la historia de la última cena con tu maldita caja plateada? Todo y nada, respondió dándose aires místicos. Recuerda, acotó, un día vas a abrir la caja y todo va a tener sentido.

No sé, López, no entiendo tu metáfora. Me aburrí, ya no me interesa lo que hay dentro de la caja. Ni tampoco que suba el pan, la leche, la carne, el arriendo, la UF, la bencina…

Hasta que un día llegó con la caja bajo el brazo y me la ofreció estirando ambas manos. Toma, no la abras aún, me pidió amablemente. Y se fue.

¿Y qué hago yo con la caja? No quiero  abrirla. No quiero saber qué contiene. Ni quiero que me traicionen.

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