“El Libro de la Cárcel” fue editado por el reconocido académico y arquitecto Andrés Maragaño. Para el actual decano de la Facultad de Arquitectura, Música y Diseño de la Universidad de Talca, sus textos, ensayos, entrevistas e imágenes “participan de la idea fragmentaria de la memoria e intentan adentrarse en la cultura urbana de la ciudad de Talca, en su memoria colectiva, teniendo como eje y a la vez marco su cárcel”.
En palabras del alcalde Juan Carlos Díaz, el libro pone en valor el centro histórico de la ciudad de Talca “como una forma de contribuir a fortalecer nuestro sentido de pertenencia e identidad”.
En la obra también subyace el fin de una era. Por primera vez en su historia, la penitenciaría de Talca estará fuera de la ciudad. Y la manzana desocupada podría acoger un proyecto público detonador, que impulse la recuperación del centro fundacional de la capital regional, agrega el edil talquino.
La publicación -que tardó dos años en ver la luz debido a las restricciones generadas por la pandemia de covid-19- reúne los trabajos de once autores entre arquitectos, historiadores, periodistas y artistas visuales.
El lector del libro podrá recorrer la historia de la cárcel talquina creada a la par de la fundación de la ciudad, cuando fue establecida frente a la esquina suroriente de la plaza de armas, donde hoy está el edificio Cervantes.
Los historiadores Alejandro Morales y Jorge Valderrama amplían considerablemente el relato del edificio, reconociendo los diversos intentos para su mejoramiento y traslado, concatenando con la historia de la ciudad y, de forma inevitable, con el devenir de nuestro país.
Ejemplo de ello es la inédita narración de Abel Cortez sobre la organización ciudadana para celebrar el Centenario de la República en Talca: la comunidad insistió en que parte de los festejos considerara acciones solidarias con los encarcelados de la época.
Otro hito trascendente se conoce en el íntimo relato del enfermero de Gendarmería que cumplió la misión de acompañar, hasta su fusilamiento, al último condenado a la pena capital que alojó en esta cárcel. Y la testimonial instalación de un campamento por parte de las familias de los internos en el bandejón de la Alameda, a la par que los reos efectuaban una huelga de hambre para alcanzar beneficios carcelarios.
Muros que encierran y puertas que abren la edificación, como revelan los vestigios de la penitenciaría de Rancagua que fueron trabajados por el artista Sebastián Preece. El arquitecto Glenn Deulofeu reflexiona sobre el actual estado del centro de cumplimiento penitenciario talquino.
Esta edificación es parte sustantiva del circuito de edificios públicos asentados en la Alameda de Talca, parque urbano que es “espacio simbólico de felicidad y de memoria”, según plantea el periodista Eduardo Bravo.
Talca es una de las tantas urbes construidas y reconstruidas por (y a pesar de) los terremotos que la afectan periódicamente. Es posterior al sismo de 1928, con epicentro en esta ciudad, donde surge la Diagonal como boulevard que conecta la plaza de armas con la Alameda y entrega vitalidad al centro fundacional, rozando el vértice surponiente de la cárcel. Es la respuesta urbanística local al afán de “renovar para conquistar el deseado porvenir”, según explica el arquitecto, académico e investigador Alberto Gurovich.
Espíritu que vuelve a detectar el doctor en Arquitectura Jorge Insulza, cuando evalúa los efectos ocasionados por el megasismo de 2010 en el centro de Talca y los cataloga como “una nueva ventana de oportunidades (de) cómo queremos re-imaginar nuestro territorio”. En este sentido, Insulza apunta directo al proyecto Nuevo Espacio Cívico y Ciudadano impulsado por el municipio local para utilizar el terreno de la actual cárcel como “la buena forma de hacer ciudad (para) hacer frente al desarrollo inmobiliario especulativo”.
Porque no es un secreto que “El Libro de la Cárcel” es una creación colateral de esa maravillosa colección de ideas planteadas hace exactamente dos años, cuando la ciudad de Talca recibió 311 propuestas de arquitectura que viajaron desde 20 naciones para revitalizar el terreno de su penal.
A fin de cuentas, como afirma Maragaño en el artículo que cierra el libro, la cárcel de la ciudad no es solo un edificio sino también un “emisor de valores, orientaciones y aprendizajes… son la misma sociedad comprimida, hecha duradera, pero también complejizada, construida de significados e ideas”.