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LA CLASE DEMOCRÁTICA: GENTRIFICACIÓN por Franco Caballero

En cuanto a libertades y derechos, por lejos, esta es nuestra mejor época. Nunca antes fue tan amplio el radio social de liberalidad, nunca antes fuimos tan participativos políticamente, nunca hubo tanta opinión como hoy, nunca fuimos tan creativos como hoy. Es la expansión del mundo como concepción política y social, es decir, democrática, la que nos ampara bajo una atmósfera de bienestar. Hoy cada uno se puede dedicar a lo que le plazca. Hoy, tiempos en los que pareciera romperse lo generacional, somos todos juntos al mismo tiempo siendo, todos, todas y todes. Pero ¿a quiénes nos referimos cuando hablamos de inclusión, de libertad y de derechos?

Insisto, esta es nuestra mejor época. A mí que me gusta el presente abierto, colmado de porvenir (Spinoza, Marx, etc.) me aventura este tiempo que sorprende, que libera a las personas a estudiar siendo viejos, a casarse y separarse siete veces, a ser pobres y después ser ricos, a ser villanos y héroes, monjes, magos y luego ignorantes. ¿En qué otra época cualquiera de nosotros podría ser presidente? aquí el quiebre ¿quién es cualquiera de nosotros, quiénes somos nosotros? Todos aquellos que pertenecemos al Estado benefactor por supuesto, todos aquellos que pagamos nuestros impuestos y deudas. En el fondo, todos aquellos incluidos en el excluyente término de ciudadanía, término que se ha convertido en una condición socioeconómica.

Esta época, con su democracia y capitalismo, grandes configuradores del ser social de hoy, y sinónimos por lo demás, permiten la libertad, permiten el derecho a ser emprendedores, a ir al gimnasio, comer lo que nos gusta todos los días y hacer hartos asados con amigos. Eso está muy bien, el problema es que no hay fármaco sin veneno. Esa libertad la tienen aquellos que pertenecen al globo democrático que se infla lento como una ola. Es una sociedad que crece —en el fondo una clase social— yo prefiero verla como una clase democrática, ya que incluye además de lo económico, también la legislatura de vivir bajo el orden liberal; y el veneno que deja es la herida que arrastra: los marginados, los pobres, la clase en vías de extinción, que viven sin la legislatura y que la padecen, a diferencia de la clase democrática que la necesita para dormir calentito y seguro.

Un ejemplo del crecimiento de la clase democrática es el fenómeno de la gentrificación, a propósito del nuevo álbum de Bad Bunny, donde hace alusiones a la gentrificación que vive Puerto Rico a causa de los norteamericanos que se han ido a vivir al país. Por supuesto esta transición o ensanche de los demócratas no es hurtado, ni bélico, sino más bien algo propio de la sociedad democrática: es comprado. La “gente” compra propiedades y se asienta en un nuevo territorio excluyendo al pobre cada vez más afuera, o a “barrios satélites” como dice un reportaje. ¿No es lo mismo que ocurre con los negocios chinos que siguen instalándose como colonizadores comerciales? No es acaso la gentrificación una forma de colonización ¿No es lo mismo que ocurre con los colegios particulares y los puntajes PAES? Educación privada que crece y crece comprando a los profesores expertos en puntajes dejando afuera de los rankings al sistema público.

Sabemos que la gentrificación es una reestructuración espacial que reemplaza usuarios de ingresos medios-bajos por otros de poder económico superior (López-Morales, 2013). Más claro lo dice una crónica de La Tercera el 2019 “el cielo se quiebra, se instala un café, probablemente un Starbucks (como el McDonalds de La Florida), más allá una tienda, otra tienda, el lugar de siempre ya no es habitado por los de siempre. Todo parece natural. Pero las ciudades, los territorios, nunca son una casualidad” (Diego Zúñiga)

Con la expansión democrática, me pregunto ¿llegará el día en que seamos todos Providencia? Y no lo pregunto desde la gentrificación, puesto que esta se puede considerar en algunos casos como recuperación de barrios, sino más bien del crecimiento de una clase, que se expande y recubre a su paso todo de derechos y libertades, como un gran osito de peluche que al sentarse en la juguetería desplaza a los legos, chiches y toda tonterita que ocupe espacio.

Franco Caballero Vásquez

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