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LA COMISARIA FIGUEROA por Juan Carlos Pérez de La Maza

Los comisarios políticos son de antigua data. Sin ánimo de aburrir, sólo diré que la Historia los registra por primera vez durante la Revolución Francesa, cuando muchos soldados que integraban el Ejército Revolucionario no provenían de los grupos más exaltados y, por ende, había que vigilar y cautelar su ardorosa fidelidad a los principios que inspiraban ese movimiento.  Pero, sin duda, la figura de los comisarios políticos se encuentra mucho más identificada con otro proceso revolucionario. Fue en Rusia, en el contexto de los primeros años de la Revolución, cuando Trotsky creó esta suerte de guardianes de la ortodoxia en las filas del Ejército y, más tarde, en toda instancia social rusa, educacional, productiva, administrativa, vecinal, cultural, etc., que congregara grupos humanos susceptibles de desviarse de aquellos dogmas.   Los comisarios políticos tenían, como misión fundamental, resguardar la pureza doctrinaria de cada decisión, de todas las acciones y hasta las omisiones que fuesen adoptadas en la entidad bajo su tutela. Nada escapaba a su visto bueno y, por cierto, nadie podía rebatir o contrariar su parecer. Los comisarios políticos eran la voz y la conciencia del Partido Comunista.

Para concluir la introducción histórica, habría que agregar que los Comisarios Políticos rusos se extinguieron incluso antes que la propia Unión Soviética. Sin embargo, la idea de que alguien resguarde el apego doctrinario sigue presente en algunos partidos políticos que hacen de su ideología un dogma inamovible. Entre ellos el ya mencionado Partido Comunista, cuya larga trayectoria se debe, al menos en parte, a la fidelidad, apego y cohesión estricta a los principios del marxismo-leninismo, que observan sus militantes. La disidencia es una falta que se paga caro en estos ambientes.

Si, con la venia del Lector, hacemos un poco, sólo un poquito, de política-ficción e imaginamos un proceso electoral que incluyera una candidata (presidencial) del Partido citado, que quisiera aumentar sus posibilidades y sumar sufragios, para lo cual tuviera que disimular, atenuar y deslavar los principios que la inspiran, ¿cómo se aseguraría el Partido que la candidata no se desviara de la correcta doctrina? Si la candidata necesitara forjar alianzas y acercar adhesiones, para lo cual requiriera introducir en su discurso y sus propuestas leves variaciones, sutiles diferencias y tenues innovaciones, ¿de qué manera su Partido prevendría una fatal desviación ideológica? O sea, para decirlo más claro, ¿cómo se consigue que, en el fragor de la contienda electoral, la candidata no se tiente, “ni por un millón de votos”, y “queme lo que adoró y adore lo que quemó”?  La solución, no tan difícil, una vez más está en la Historia.

Es que ahí entra en el juego la figura del antiguo Comisario Político. Habría que poner, al lado de la candidata (no a su lado diestro sino, más bien, al otro) alguien que haga las veces de aquellos antiguos comisarios. Alguien que, como dijimos, vele por la pureza ideológica y el apego doctrinario. Alguien que, cada tanto durante la campaña, cautele que la candidata no se separe de la línea estricta de la ortodoxia. Esta tienda sabe, mejor que muchas, que las elecciones y las candidaturas pasan, pero la doctrina y el Partido permanece.

De este modo, estimo yo, debe interpretarse la reciente información, dada a conocer a hace pocos días, que señala que se ha designado a Bárbara Figueroa, Secretaria General del Partido Comunista, como el enlace de su Partido con el comando electoral de la candidata presidencial Jeannette Jara. Una figura tan relevante como la citada dirigente, con una trayectoria de décadas y un currículo indeleble, fue considerada la persona idónea para tal misión. Ella estará permanentemente al lado (ya dijimos cual) de la candidata y, perceptiblemente o de manera más sutil, cuidará que toda propuesta, programa o promesa de campaña, se enmarque en los sólidos principios del Partido. Es que los Comisarios Políticos hablan y actúan en nombre de este, por lo que su visto bueno (o veto) es más poderoso que cualquier voluntarismo, por tenaz que parezca.

Así, una vez más comprobamos que en política, como en tantas otras cosas, nada nuevo hay bajo el sol. Y que una figura creada hace un siglo, puede volver a estar vigente.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

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