En “Matar a Letelier”, Alan McPherson profundiza en un crimen que estremeció a la sociedad chilena y al mundo. “Investigar y escribir el libro ha sido uno de los proyectos más satisfactorios de mi vida”, precisa McPherson (por Mario Rodríguez Órdenes)
El excanciller de Salvador Allende, Orlando Letelier del Solar fue asesinado a través de una bomba instalada en su vehículo, el 21 de septiembre de 1976 en Washington DC. Lo acompañaban Michael Moffitt y su esposa Ronni. Escrito como una novela policial, McPherson ha escrito un libro que es un registro fundamental para comprender ese crimen y la época.
Escribe McPherson en “Matar a Letelier /El crimen que puso en el banquillo al régimen de Pinochet” (Editorial Catalonia, 2023): “Cuando Letelier ingresó con el vehículo a Sheridan Circle, el individuo presionó primero un botón y luego el otro. En el asiento trasero del Chevelle, Michael Moffitt oyó un ruido parecido a como “cuando se vierte agua sobre una plancha caliente”, según lo describió el mismo al FBI. Después “hubo un destello en la parte superior derecha del vehículo, justo detrás de la nuca de Ronni”, y a un silencio momentáneo siguió una explosión tan estruendosa que se pudo oír en el Departamento de Estado, a casi ochocientos metros del lugar”.
Alan McPherson (1970) es historiador y director del “Centro para el Estudio de la Fuerza y la Diplomacia” de la Universidad de Temple. Entre sus libros destacamos “Breve historia de las intervenciones militares estadounidenses en América Latina y el Caribe” (2016). Ha recibido los premios Murdo J. MacLeod Book Prize (2015) y William LeoGrande Prize (2014).
Los efectos de la bomba en Letelier fueron devastadores. Escribe McPherson: “La bomba, colocada directamente bajo los pies de Letelier, había volado a su vez el piso del vehículo y le había cercenado las piernas justo a la altura de las caderas. El estallido del propio auto arrastró consigo sus extremidades inferiores, arrojándolas al asfalto de la calle. Su pie izquierdo, aún con el calcetín puesto y dentro de su zapato, dejaba ver el hueso y la medula y yacía a unos quince metros del lugar de la explosión… Orlando Letelier murió antes de que la ambulancia alcanzará a llegar al Hospital George Washington, situado a menos de un kilómetro del lugar. Terminó desangrándose en menos de diez minutos y su corazón no dispuso ya de sangre para seguir bombeándola. El juez de instrucción anotó como causa de su muerte: Desangramiento”.
Alan, ¿cómo surge su interés en el crimen de Orlando Letelier?
“Como profesor de la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, conocía muy poco del asesinato y sólo como un ejemplo de la Operación Cóndor. Pensaba que el caso había sido resuelto en los años 70, pero me di cuenta de que solamente algunos de los perpetradores habían sido identificados y que el caso seguía siendo un obstáculo en las relaciones entre Santiago y Washington. La historia de los años 80 y 90—cuando el gobierno norteamericano y los demócratas chilenos buscaron justicia en Chile—no había sido contada en un libro”.
¿Por qué tuvo tanta repercusión en Estados Unidos, especialmente en la intelectualidad?
“En parte por la violencia del asesinato —una autobomba— y en parte por su ubicación, en el corazón del imperio norteamericano. Esas dos cosas muy extrañas significaban que la impunidad otorgada a los aliados derechistas de Washington durante la Guerra Fría había superado lo aceptable para el ‘establishment’ político en Estados Unidos. El terrorismo que representaba la Operación Cóndor no podía arriesgar la seguridad de ciudadanos norteamericanos”.
Después de una larga investigación, ¿qué pruebas fueron fundamentales para identificar a los autores del crimen?
“Lo más importante era el testimonio de Michael Townley, el norteamericano-chileno quien fabricó la bomba y la puso bajo del auto de Letelier. Townley ya no tenía razón por la cual mentir y dio todos los detalles a las autoridades norteamericanas. Ellas pudieron confirmar los detalles con otros testigos menos centrales y con recibos de llamadas telefónicas en Estados Unidos”.
¿Qué fue clave para llegar a Pinochet, cómo el que dio la orden?
“Bueno, tiene que quedar claro que ningún sistema de justicia ni en Estados Unidos ni en Chile acusó a Pinochet, y el dictador nunca pagó ningún precio real por el asesinato. Tenemos dos claves para la acusación que Pinochet fue el autor intelectual del crimen. La primera es que la CIA, en los años 80, llegó a la conclusión de que Pinochet dio la orden. La segunda es que Manuel Contreras mismo indicó que todas sus órdenes venían de Pinochet. Claro que esa última no es fiable como acusación dada su fuente de parte del jefe de la DINA, pero queda claro también que nunca Contreras hubiera dado una orden de asesinar que su superior hubiera rehusado”.
Los autores materiales del asesinato, Michael Townley y Armando Fernández Larios, se acogieron a un programa especial de testigos del gobierno de Estados Unidos. ¿Qué significó esto y cómo ayudó a aclarar el caso?
“Una corrección: Sólo Townley hizo un trato con el gobierno para entrar en el programa de protección de testigos (donde, se supone, sigue viviendo). Fernández, por su lado, hizo un trato para recibir una sentencia acortada, pero después de servirla, no fue protegida su identidad. Como dije antes, el testimonio de Townley fue crucial para todos lados del caso. Lo de Fernández fue menos crucial, pero, llegando en 1987, ayudó a confirmar, sobre todo para los chilenos bajo la influencia propagandística del régimen de Pinochet, que el gobierno chileno tenía alguna culpabilidad en el crimen. Fernández fue el primer militar chileno declarado culpable en una Corte norteamericana”.
Es un tema delicado, ¿se acerca a la impunidad?
“Si entiendo la pregunta, diría que sí y no. No, porque los más culpables pagaron por su crimen—o, en el caso de Pinochet, murieron. Pero sí, porque la mayoría de los acusados pagaron un precio bastante bajo —pocos meses en prisión— como Fernández y tres de los cubanos”.
En su opinión, ¿existen situaciones no resueltas en el caso?
“No, o por lo menos ninguna situación importante. Claro que sería bueno tener alguna evidencia material de la orden de Pinochet a Contreras, para confirmar de una vez por todas que tal orden existió. Y el rol de la CIA —por lo menos su falta de ayuda al FBI— tendrá que ser mejor detallado algún día. También podemos descubrir más sobre otros crímenes cometidos por gente como Townley y Fernández. Pero por el caso mismo de Letelier, es difícil imaginar un detalle importante que falte”.
Alan, ¿qué ha significado el caso en su propia vida personal?
“Investigar y escribir el libro ha sido uno de los proyectos más satisfactorios de mi vida. Visité Chile por primera vez cuando tenía solamente 20 años, meses después de la salida de Pinochet del poder, entonces fue para mí un placer de regresar a un país por lo cual siempre tenía recuerdos cariñosos. Además, el estilo del libro —escrito como un thriller político— fue una labor nueva y desafiante para mí”.
El atentado contra Letelier fue atroz. ¿Quiénes lo acompañaban en el auto?
“Sus colegas Ronni Moffitt y Michael Moffitt, ambos de 25 años y recién casados”.
Escribe McPherson: “Ronni Moffitt, flautista y melómana, tarareaba una melodía al interior del vehículo. Ella y Letelier, que siempre conducía pausadamente, debatían acerca de un texto científico que los dos habían leído cuando niños. A espaldas de ellos, Michael interrumpía de vez en cuando, miraba al exterior o se extasiaba con el perfil de la que ahora era su esposa. Enseguida abrió la ventana para que saliera el humo del cigarrillo de Letelier”.
Ronni Moffitt, entiendo que pudo haber sobrevivido…
“Ella tuvo muy mala suerte. La bomba fue diseñada para matar solamente el conductor, pero un pequeño pedazo de metralla percutó la garganta de Ronni Moffitt, resultando que se ahogó en su propia sangre en pocos minutos”.
¿Qué ha sido de su esposo Michael que también sufrió el atentado?
“Michael estaba en el asiento trasero y entonces sobrevivió con heridas menores. Durante años él ayudó a Isabel de Morel, la viuda de Orlando Letelier, para buscar justicia. Pero aquel trabajo fue demasiado difícil para su salud mental y, desde los años 80, se separó de aquellos esfuerzos para encontrar otro trabajo y otra familia”.
Alan, Orlando Letelier, ¿era un peligro para la dictadura de Pinochet?
“Solamente en un sentido limitado. Era un activista pacífico contra el régimen, escribiendo artículos y haciendo discursos en contra de Pinochet. El acto con más consecuencia de Letelier fue de convencer a la federación local de estibadores para que boicotearan el manejo de mercancías chilenas. Eso logró la cancelación de un plan de inversión minera que llegaba a 62,5 millones de dólares por parte del Grupo Stevin, una inversión que hubiera transformado a Holanda en el mayor de los inversionistas extranjeros en Chile a nivel individual. Creo que la dictadura tenía miedo de que Letelier, como socialista moderado, iba a crear un gobierno en el exilio, tal vez para preparar un contragolpe y regresar los socialistas al poder. Pero los exiliados estaban bastante divididos y ningún plan de esa índole existía”.
¿Qué importancia tenía Letelier en la sociedad norteamericana?
“Era un representante de la resistencia contra Pinochet entre los exiliados. Trabajaba con políticos en el Congreso, con intelectuales, con artistas. Fue respetado, además, como un exembajador y excanciller. Pero era un personaje sin mucho poder. Por ejemplo, nunca tuvo un mitin en la Casa Blanca”.
Al momento de su asesinato, ¿cómo era la actividad pública de Letelier en Estados Unidos?
“Escribía artículos en revistas de la izquierda. Enseñaba en la American University. Introdujo a la cantante Joan Báez en un concierto para Chile en los días anteriores a su muerte. En otras palabras, hacía un trabajo importante, pero no tenía la influencia igual a la de un líder gubernamental en Washington”.
¿Qué importancia tuvo su trabajo en el Instituto de Estudios Políticos?
“Mucha importancia. Trabajaba sobre su proyecto de mayor importancia para él, que era la resistencia a Pinochet y los servicios a los exiliados. Pero también hablaba de derechos humanos en América Latina en general, y sobre todo fue un líder en un plan para reformar la economía global que se llamaba la New International Economic Order (NIEO), un plan que nunca sucedió, pero que dio luz a muchas esperanzas en la comunidad internacional de los años 70 y 80. Al ser economista de formación, Letelier trabajaba en eso con Michael Moffitt”.
Previo al asesinato, el gobierno chileno le quitó la nacionalidad chilena a Letelier, ¿cómo lo afectó?
“Como dijo Isabel en mi libro, ‘Orlando casi se murió. Fue un golpe tremendo para él’. Se encontraba un hombre sin país, rechazado por el país al cual había dedicado toda su vida. Pero del otro lado, la pérdida de su nacionalidad le convenció que ese sería el castigo que le propinaba la dictadura de Pinochet y lo liberaba de la muerte”.
Alan, ¿sigue vinculado al tema, por ejemplo, a los hijos de Orlando que viven en Estados Unidos?
“A los hijos de Orlando que viven en Estados Unidos, les he mandado copias del libro cuando fue publicado, pero viven en Los Ángeles, lejos de mí, y no los quiero molestar. Pero sigo buscando cualquiera noticia importante sobre el caso o la familia. A Isabel tampoco la he querido molestar. Todos los familiares han sufrido y merecen vivir una vida tranquila si la quieren. Siempre les agradezco a todos el tiempo que me han otorgado”.
Este libro, ¿es un libro definitivo sobre Letelier?
“Sí. Después de haber estado desclasificados cientos de documentos sobre Chile en los años 2015 y 2016, durante mi investigación para el libro, no pienso que existan, por los menos documentos norteamericanos, que puedan aclarar el caso. Ahora, con este libro, tenemos la historia definitiva de un caso importantísimo para la historia de Chile y las historias de la guerra fría, del terrorismo, y de la defensa de los derechos humanos”.
Foto 2: SIN LECTURA DE FOTO