De todas las formas de relacionarnos socialmente, la escuela es, sin duda, la mejor. La escuela como institución puede sufrir diversas críticas, siempre necesarias porque es una institución de naturaleza variable y contingente. Sin embargo, en cuanto a lo que es realmente y no lo que debería ser, sigue siendo el mejor lugar y espacio temporal donde nos vinculamos socialmente. Porque el trabajo si que no lo es, eso está más claro que el agua. Y el agua de la historia fluye en la escuela, en el liceo, en el kínder, en la universidad, el instituto, la formación técnica, talleres, espacios de encuentro organizado, cualquiera con cultura de aprendizaje.
El lugar y el tiempo de la escuela hoy se presenta como un espacio protegido de la asperidad social de la calle. El establecimiento educativo —término más neutro de referencia— está organizado, normado por un orden afectivo y jerárquico en cuanto a aprendizaje y complejidad, adultos y jovencitos. En rigor, los profesionales de distintas dedicaciones y múltiples especialidades que gobiernan un pueblo estudiantil que en proporción, si fuera el colegio un país como Chile sería de 1 por cada 24 habitantes, considerando que la población es de 19 millones y los funcionarios públicos varían entre 800 y 900 mil personas. La mayoría es enorme, es inmensa, y se domina con la palabra, porque funciona la norma que se ha construido en la historia, a través de cambios y revoluciones que esculpen su actualidad.
La escuela expresa un rasgo afectivo del ser humano, si pensamos que esas mayorías no se rebelan siempre, y cuando lo hacen es porque es necesario, ya que la mayoría no se concreta para hacer locuras, casi siempre se compone cuando es por un fin consciente. El afecto se percibe en el respeto por una norma que posibilita su existencia.
La escuela pareciera ser la más amorosa. La enseñanza básica, de buena calidad en este tipo de instituciones tiene Talca, emblema de ciudad con educación primaria. Qué decir de la Educación superior, la hacen una capital educativa. Viva la educación. Si nuestros hijos están en la escuela trabajamos tranquilos. Si estuvieran en la casa trataría de salir antes o no querría ir. Es un origen para generar amistad, socializar, desarrollarse, crecer, entender, compartir, cooperar y todas las cosas buenas que son el campo fértil de la afectividad.
Hoy en día, se presenta transversalmente en diversos formatos, en definitiva, es el espacio donde soy alumno en un grupo organizado de personas. La escuela es una energía social. En un país donde se supone la energía social es baja, la escuela es nuestro encuentro que genera esa corriente. Aún así, el Decreto N° 524 que recuperó Lagos como Ministro de Educación de Aylwin, aun otorga potestades muy formales a los Centros de Alumnos/as y sin injerencias importantes en la conducción del reducto. Estos organismos son los principales formadores de política en educación, así reza el artículo N° 1 del decreto “Su finalidad es servir a sus miembros (…) formarlos para la vida democrática, y de prepararlos para participar en los cambios culturales y sociales”. La mayoría enseñándose a sí misma, impenetrada por el perpetuarse gracias a que existe el egreso. Aun así, se requiere mayor participación, tanto para fortalecer la identificación, es decir, la identidad institucional como para enriquecer la formación ciudadana, hábitat de la soberanía democrática. Plantemos árboles para respirar.
Ya comienza el periodo de ingresos 2025, visible en la fracción sistémica entre lo público y lo privado para sortear o postular. Las matrículas florecen en primavera; en el segundo semestre, en el fin de semana del año. Los uniformes brillan ante los destellos de un sol esperado, los últimos esfuerzos después de un año pesado. La escuela es democracia, el colegio es el valor de la república. El liceo es manifestación de auto-cuidado. La educación como objeto y edificio es un lugar seguro y protegido, es nuestro pilar más importante, es cuna de todas las esperanzas.
Franco Caballero Vásquez