Me ha rondado la pregunta ¿cómo piensa el sol? Es una duda navideña. Pero claro, el sol no piensa, nosotros los sujetos -término del pensamiento político- nosotros somos los que pensamos. Cosas tan variantes y diversas se piensan, intentando construir presentes que se subyacen en la realidad establecida de la época que habitamos. Muy diferente al sol, que no piensa, no siente, no instituye nada, solo avanza silente de ideas, permitiendo la existencia. El sol no piensa, pero la entrometida imaginación dimana preguntas que en el caso del sol no me permito responder. De todas formas, no en vano distingo entre un astro de tal volumen y su utilidad a los millones de sujetos hormigas que al crear su propio sistema de administración -el Estado- depositan en él, como en el sol, la confianza para subsistir, colectivamente.
Separemos el sistema del sol y del Estado de los sujetos, porque los sujetos son efímeros y variables. El Estado, en cambio es un sistema que existe desde antes que naciéramos los sujetos actuales; lo hemos creado para tener una mejor vida de la que teníamos: monárquica, aristocrática e imperialista. Logramos establecer un sistema de gobierno para ser más libres y autónomos de lo que fuimos. En tal perspectiva, en el futuro podría ocurrir que hayamos inventado una nueva forma de gobernarnos para ser más libres y autónomos de lo que somos ahora (idea que sumaría al pensamiento de liberación ante la esclavitud psíquica y emocional del capitalismo estatalizado). Aun así, sin duda el Estado tiene mayor solvencia que los sujetos diminutos y diferentes que somos. El Estado, la monarquía, el imperio, perduran por largos periodos, aunque ninguno más que el tiempo solar.
La pregunta por cómo piensa el Estado es más asequible. Si el Estado pensara, quizás se sentiría viejo o joven, eso no lo podría estipular. El Estado chileno yo creo que estaría curioso, se sonreiría al ver que dentro de medio siglo tuvimos dictadura y procesos constituyentes que marcaron precedentes históricos para el mundo, al manifestar formas de intentar ser más libres y autónomos desde parámetros tan igualitarios. Lo importante es no dejar de intentarlo. Yo creo que al Estado le gusta que le actualicen su carta central de vez en cuando, se siente más vital y rejuvenecido -le da vida; antes que se asfixie en la saturación de una trascendencia que promueva el fin de sus tiempos y llegue el cedazo donde, sin oxígeno, se ate a la guillotina de su cargo.
La separación entre sujetos y sistema, sujetos y Estado, complace la manifestación de lo real en el tiempo contemporáneo. Urge la realidad por la expresión de la democracia cuando se ha vuelto un problema el pensar de manera colectiva y conjunta. El sol es un astro, ni siquiera piensa, además es solo uno, no como nosotros, que en Chile ya vamos en casi veinte millones de elementos que han estado pensando, últimamente, la evaluación de sus propuestas constitucionales; de todas maneras, un asunto mucho más complejo que solo ser un enorme astro que viaja a una velocidad exorbitante. El Estado que hemos creado es el vehículo para la democracia que con el pasar de los años hemos visto formas de regular o desregular su función; aún así, avanza como el sol, confortado en el sillón del establecimiento contemporáneo. Perenne como la luz hace al día y la noche.
Así entonces ¿en qué piensa el Estado? Piensa en la democracia, como una actitud de conveniencia diría Antonio Negri (QEPD) si pensamos que la conveniencia mutua entre dos elementos mejora sus estadios. Quizás por eso la centralidad de la ética está en el Estado para Habermas. La conveniencia mutua, lo que es bueno para mí y para los demás -otra idea navideña- es el precepto de la inmarcesible democracia, muy distinto a lo que es bueno solo para mí sin importar el resto, propio de la racionalidad actual. Mejor quedarse con la poesía que en Huidobro más que un verso es un apotegma: “Hay que saltar del corazón al mundo. Hay que construir un poco de infinito para el hombre”.
Franco Caballero Vásquez