Y el mundo, más bien una caravana infame, lo devoró a él. El libro “Archivo de una memoria. Historia de Francisco Lara Ruiz”, editado por Helena Ediciones y publicado por la Unidad de Memoria y Derechos Humanos del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, da cuenta de la vida de un joven que soñaba con la justicia social (por Gabriel Rodríguez Bustos)

La promesa de un mundo mejor parecía al alcance de la mano. Eran los años 60 que irrumpían con el estallido de París, las tomas universitarias y la música de Los Iracundos que proclamaban que “el mundo está cambiando y cambiará más”. Lo que no escuchamos de esa canción era lo que seguía “y la lluvia caerá, luego vendrá el sereno”.
Francisco Lara vivió su juventud acelerada e intensamente. Hijo del sector oriente de Talca conoció desde su infancia la dura vida del mundo popular y campesino. También la alegría de vivir. “Algunos domingos con nuestra familia subíamos caminando el Cerro de la Virgen y cuando llegábamos nos comíamos la sandía que pacientemente había cargado nuestro hermano…jugábamos hasta morir. Jugar, jugar, jugar, parecía que el mundo iba a estallar…bajábamos contentos, en picada, creyéndonos mariposas, aterrizando en la ribera del río Claro, para regresar revoloteando otra vez a casa”, recuerda Catalina Lara, hermana de Francisco, en el libro “Archivo de una memoria. Historia de Francisco Lara Ruiz”.
Y el testimonio continúa: “A los 12 años al Pancho se le acabó la jugarreta. En realidad, él no quiso seguir estudiando, quiso ser grande y se puso a repartir verduras…comenzó a frecuentar la sede del PS porque quería luchar ‘para que en Chile hubiera justicia social’”.
Ávido lector, amigo de sus amigos, a los quince años se incorpora a la Juventud Socialista porque deseaba ser parte activa en la transformación del mundo. Allí despliega todas sus energías y sus esperanzas.
En 1970, con dieciocho años de edad, contrae matrimonio con María y al cabo de algunos meses nace su hijo Francisco Arturo. Con sus manos y las de sus amigos construye su casa en el campamento Pedro Lenin Valenzuela, al costado oriente de la carretera, hoy población Panamericana Sur.
LOS AÑOS DEL COMPROMISO
Su presencia en el mundo político de esos años no pasa desapercibida. Su dedicación, alegría y vitalidad impresionan a sus camaradas. Entre ellos a Carlos Soto quien recuerda “…quienes le conocimos no podemos dejar de recordar sus dotes humanas…colaborando en la animación de actos políticos y culturales, sacando esa veta histriónica que llevaba dentro con la cual irradiaba alegría, entusiasmo y compromiso a memorables veladas…allí estaba Pancho dirigiendo jornadas, alegres fogatas de descanso y charlas en las pausas de estos eventos”.
El periodista y escritor Alfonso Morales Celis recuerda: “Debajo de un bigote demasiado fino para sus labios gruesos, colgaba siempre una sonrisa ancha y contagiosa, irreverente casi…En verdad era un niño, sincero y leal…Muchas veces viajamos juntos. Entonces intentaba llevarlo al terreno de las ideas. No le gustaba. Él quería hacer cosas. Podía comerse el mundo y pretendía demostrarlo. Nunca lo vi cansado”.
A los veinte años, con un metro setenta y siete de estatura, complexión maciza, Pancho Lara es llamado a formar parte del Grupo de Amigos del Presidente, el dispositivo encargado de la seguridad del Dr. Salvador Allende. Un desafío que emprende junto a su inseparable amigo Wagner Salinas.
Se iniciaban los años 70 y Chile experimenta un proceso de profundas transformaciones en el marco de la institucionalidad vigente. Proceso que al tocar los intereses de grupos poderosos desatará las más intensas pasiones y llevará al país a una polarización que sólo se resolverá con el violento golpe de Estado de septiembre de 1973.
LA MUERTE SIGUE TUS PASOS
El 10 de septiembre Francisco y Wagner habían llegado a Talca para pasar unos días con sus familias. Al día siguiente las noticias sobre el golpe de Estado los enfrentó al peor de los escenarios. En el momento de mayor peligro estaban lejos del hombre que debían proteger. No dudaron. Resolvieron regresar de inmediato a la capital. Lograron pasar el control de Panguilemo no sin dificultades, pero en Curicó fueron detenidos, trasladados a una comisaría y posteriormente a la cárcel de la ciudad.
Su padre Arturo Lara cuenta que “ocho días después supimos que estaba detenido…viajamos allá y tomamos contacto con él. Pero dos domingos después no nos dejaron verlo. Un día fui sólo a verlo y un gendarme me sopló que ya no estaba ahí, que había sido trasladado al Regimiento…Me vine desolado y temí lo peor. Perdimos contacto con él”.
La familia lo siguió buscando. Estaba en los listados del Estadio Nacional, pero ya no estaba allí. Un día un pastor evangélico que había ido a retirar el cuerpo de Wagner Salinas al Instituto Médico Legal de Santiago les avisó que había visto el cadáver de Francisco. “El cadáver de nuestro hijo tenía 5 tiros en el pecho y un sexto balazo en la oreja derecha… Nada se recuperó de sus efectos personales”. Francisco volvió sin vida a su ciudad el 11 de octubre de 1973.
LA BÚSQUEDA DE VERDAD Y JUSTICIA
Dicen que el tiempo todo lo cambia y suele ser verdad. Pero las ansias de verdad y justicia permanecen. La familia de Francisco y en especial su hermana Aurora Lara no descansan en su afán de establecer la verdad y exigir justicia para su hermano asesinado al margen de toda ley.
Con los años las indagaciones judiciales establecieron que Francisco Lara y Wagner Salinas fueron parte de las víctimas de la caravana de la muerte encabezada por el general Sergio Arellano Stark. El paso de la caravana terminó con un total de 105 víctimas de las ciudades por donde pasó.
Entre las medidas judiciales la ministra en visita de la Corte de Apelaciones de Santiago decretó una condena de 18 años de cárcel por secuestro y homicidio calificado de los dos GAP al general (r) Luis Ramírez Pineda, ex jefe del regimiento Tacna quien ordenó la ejecución de los detenidos.