Tuve un profesor que decía que la filosofía esperaba que sucedieran las cosas primero y después analizaba. El mismo decía que la pedagogía al contrario, actuaba. A continuación vamos a atender la Inteligencia Artificial (I. A.) como fenómeno que nos aleja de las facultades humanas, para cimentar la urgencia del actuar pedagógico. Vale decir que no se busca criticar los avances tecnológicos, pero sí creo necesario ponerlo en perspectiva. No es mero recordar el Mark I, el primer ordenador de la IBM en 1944 con 800 kilómetros de cable y con 5 segundos de demora para realizar un cálculo sencillo y compararlo casi 80 años después con la I. A. que controla la ciudad de Pekín en una pantalla donde se ven la cantidad de camas disponibles en los hospitales hasta la identificación de alguna persona sospechosa gracias a la cantidad de cámaras instaladas en la urbe.
Fui a una charla de verano donde se planteaba el pensamiento de Averroes, filósofo musulmán del siglo XII, que veía el pensamiento como una actividad externa al individuo, pues habitaba en la colectividad, es decir, el intelecto es una enchufe al cual nos conectamos, pero que no reside en nosotros. Lo que es propio del ser humano, dice el filósofo, es la imaginación, y gracias a ella podemos alcanzar el pensamiento. Ella es el cable. Uno podría pensar que es una idea interesante y no polémica, pero la filosofía religiosa lo trató de inmoral, por restar voluntades al individuo, puesto que, para ellos, la colectividad no es el pensamiento en sí, sino que es algo que algunos pueden alcanzar. (En ese sentido Averroes estaría a favor de una nueva Constitución realizada por el pueblo, y Tomás de Aquino, uno de sus críticos, estaría a favor que la hiciese una comisión de expertos). Lo que nos convoca en esta oportunidad es tomar la idea de Averroes para abordar la I. A. como una tecnología que piensa por sí misma, y que comienza a desplazar al ser humano de algunas labores permitiendo una revolución que ya venía dando atisbos con Alexa, Siri o Hey Google, pero que con los programas de creación de imágenes ya parece cimentar su camino. Y sí, da la impresión de que este es su año de instalación.
La IBM dice lo siguiente de la I. A.: “La inteligencia artificial aprovecha las computadoras y las máquinas para imitar las capacidades de resolución de problemas y toma de decisiones de la mente humana”. Tal como los vehículos que se manejan solos, los restaurants que funcionan cibernéticamente en Pekín, los supermercados sin cajeros ni atenciones en California, o como toda la implicancia robótica que comenzó su fama con robots que reemplazan a los médicos. Estos bocados tecnológicos otorgan inquietud en el dinamismo de un futuro que parece estar subsumido en el presente, y que como toda invención tiene sus beneficios, pero también sus bemoles.
En navidad mi primo Víctor, especialista en informática, me mostró su nueva app del celular llamada Dall E, una app de I.A. que permite crear imágenes con las descripciones que uno agregue. Se acabaron las búsquedas de imágenes para hacer afiches en Canva pensé, porque le pedí un elefante rosado tocando guitarra en la playa y en algunos segundos de espera me ofreció cuatro creaciones inéditas. Aplicaciones como estas buscan las palabras claves en Google y luego entregan resultados similares a lo solicitado. Con este ejemplo, pienso que la I. A. no solo desplaza al humano de su intelecto, al pensar por él, sino que también puede desplazarlo de su imaginación, en la medida en que mientras más nutrida sea la información a disposición de esta inteligencia, mayores especificaciones tendrán sus creaciones. Ahí es cuando urgió la llamada educativa.
Pues ¿será pertinente continuar con los modelos tecnocráticos en Educación, considerando estos cambios que se avecinan? La virtud educativa permite configurarse en base a lo que se requiere socialmente, y si acaso la idea de Averroes nos determinara como seres objeto capaces de llenarnos con información y habilidades, ya no tendría sentido si acaso una I. A. de un vehículo puede decidir mejor que una persona. Si acaso la única facultad humana es la imaginación, ante el actual vehemente avance de la tecnología, la Educación tiene que hacer de los seres humanos unos mucho más humanos para que el progreso no sea una amenaza a la subsistencia de la humanidad, por ello la Educación, la eterna promesa, debe atender un nuevo paradigma. La tecnología no significa evolución, sino progreso, y un puente entre ambos es la actividad educativa. “Pensar políticamente en los niños, eso es evolucionar” decía el teósofo C. Jinarajadasa. Entonces ¿cómo es que tenemos que educar a los más pequeños?, desarrollando la potencialidad de su creatividad, en base al Arte, más que a las técnicas, cultivando el espíritu, atendiendo sus sentimientos para que se permitan expresar su verdadera voluntad, como pensaba Froebel, el creador de los jardines infantiles; la primera preocupación del maestro es despertar en el niño la actividad voluntaria. Hasta ahora no lo hemos hecho y eso es justamente lo que entusiasma de sobre manera, porque en las ideas de pedagogos como María Montessori, Johan H. Pestalozzi o Federico Froebel hallamos guías para comenzar a trabajar la educación desde el enfoque humano. Ellos sabían que lo importante no es la inteligencia, sino que la voluntad.
Franco Caballero Vásquez