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LA MÁQUINA DEL DESEO por Franco Caballero Vásquez

Somos lo que consumimos, como cuerpo y persona en general, somos cuerpos que se ponen amarillos cuando comen mucho zapallo o morados con tanta betarraga, al menos estos alimentos se perciben, pues no todo lo que se consume es materialmente evidente. Mas, si nos pensamos como sistema de procesos, orgánicos en este caso, nos asimilamos a una máquina al estilo Deleuze. Al momento de ingerir, comer, o consumir aquello ajeno, lo consumido continúa por nuestro organismo tal como si fuese avanzando por una máquina, interactuando con sus organismos, modificándolos, adhiriéndose a ellos al punto de convertirnos en eso que se consume.

El consumo es una cualidad determinante de la máquina/cuerpo: si todos los días me dedico a leer, mi máquina se conducirá más mentalmente, así como si practico deporte la conducción de mi aparato será el entusiasmo. Lo consumido como agente externo afecta los organismos internos que me componen, modificando para bien o para mal la condición maquinaria.

Ambos ejemplos de consumo, tanto intelectual como anímico, requieren de disciplina -antagonista del desánimo- que se erige como liberadora cuando elijo el consumo que guiará mi máquina, implicada como constructo general de la persona. Lo importante es la elección, el verdadero estado del deseo, pues todo otro consumo que no sea elegido a voluntad debe estar bajo sospecha al convertirnos en «cuerpos sin órganos» (Deleuze). La capacidad de elegir lo consumido hace de la máquina un cuerpo vivo, con organismos que interactúan dentro de ella y que expresan una voluntad. En el caso del Estado, que también se asimila como máquina, cada organismo que lo compone, desde su interacción, expresa la voluntad de la gente. Pero, todo dependerá del consumo que este tenga.

Surge preguntar ¿cuál sería el consumo del Estado? Difícil cuestión, pero si pensamos en lo que produce este tipo de cuerpo podemos hallar una condición utilitaria con la necesidad consumida. La producción evidente sería el derecho, la administración y la seguridad social. Una producción menos evidente sería riqueza y pobreza. Lo que se consume entonces es neoliberalismo, gran responsable de la enajenación del deseo voluntario cuando el capitalismo es el productor de «cuerpos sin órganos» (Deleuze/Guattari). El consumo de capitalismo neoliberal prefija las instituciones/organismos, desconectando la inter-actividad entre ellas, lo que implica una inactividad también entre las relaciones atómicas que las componen. Es decir, el cuerpo estatal se perpetúa, quedando sin capacidad de acción, manteniéndose rígido y trascendente, haciendo del Estado una máquina sin deseo. Lo mismo ocurre en el sujeto atómico, la voluntad natural del organismo propio se corrompe apáticamente, desnudando de valor lo más auténtico de la naturaleza particular: el deseo.

Así como el mar hace al pescador y la madera al carpintero, el consumo es la producción de nuestra máquina. Producimos los aparatos consumidos, haciendo del celular nuestra mirada del mundo, y el dinero una condición identitaria. Aquí surge otra duda que gracias a Alexis Sánchez, podemos referirla sin pudor -a diferencia de Gilles por supuesto, que no tiene reparos en mencionar- si la máquina como cuerpo tiene proceso de ingestión ¿cuáles son los desechos del capitalismo? Gran pausa con muchas imágenes que se cruzan: delincuencia, individualización, derrota del honor, descuido del medioambiente, etc. Mejor pensar en los residuos del Arte, la lectura, la comida saludable, el ejercicio físico, disciplinas que surgen voluntariosamente, como elección y compromiso de la plena libertad. De ahí que la libertad sea un esfuerzo y algo a alcanzar, pero con residuos positivos como la intuición, la claridad mental, la motivación, la mejora del estado anímico, que alejan a la persona de convertirse en un reproductor del consumo que lo apropia. El desafío por la democracia en el Estado y por la libertad personal es encender el deseo auténtico que nos libre de ser máquinas industriales.

Franco Caballero Vásquez

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