
En nuestra hipertecnificada sociedad actual, existe una bullada retórica sobre el respeto que se debe tener por los senescentes. Sí, porque incluyendo políticos, psicólogos, conductores de TV e infinidad de otros personajes: todos están de “acuerdo” en que se debe respetar a los ancianos. ¡Se predica, pero no se practica! En cambio, las etnias originarias -como nos lo demuestra la antropología cultural- valoraban a los viejos, sus tradiciones y experiencia, tanto como hoy se proclama el culto a la juventud. Los ancianos eran venerados como guías espirituales, guardianes de la sabiduría, iniciadores de aquellos integrantes más jóvenes en el puente que va de la infancia a la adultez, a la par que las ancianas transmitían la esencia de ser mujeres a las más jovencitas, ejerciendo de curanderas, matronas y fogueadas conocedoras de herméticos secretos de los bosques. Si ancianos y ancianas transmitían sentido de vida a todos los demás: ¡La vejez no es tan mala como nos la han dibujado!
CULTO A LA ETERNA JUVENTUD
El siglo XX aplastó sociedades y personas con su vertiginoso avance, con una macro tecnología hasta entonces inexistente (tablet, iPhone, Cámaras 3D, agendas digitales, comunicaciones globalizadas, etc.), especialmente con la consolidación de una inmediatez cultural, es decir, de jóvenes que lo quieren todo al instante, sin mediar esfuerzo alguno. Ese imperio “del no compromiso” conlleva a no proyectarse responsablemente… porque se vive el aquí y ahora. Han nacido y crecido en un mundo que le otorga casi todo. Que vende lo que sea… siempre y cuando al lado se coloque a una joven semidesnuda y/o en pose provocativa. Por todas partes la publicidad que rinde pleitesía a los jóvenes nos inunda.
No obstante, los de más edad aún recuerdan la autoridad que ejercían sus padres, abuelas y abuelos, tíos y tías; lo valioso que estimaban sus enseñanzas, conversaciones, sabiduría, experiencias e historias. El viejo en la familia era el abuelo/a, abuelito/a al que se respetaba. ¡Un abismo de diferencia respecto a las actuales generaciones!
Hoy, cuando los índices de longevidad son más amplios cada día, la sociedad no posee un manual para convivir e integrar adecuadamente a las ancianas y ancianos, porque cada uno de los que formamos parte de ella no lo tenemos interiorizado (las familias tienden a disgregarse cada vez más). Por tal razón, algunos familiares entregan a los más viejos a instituciones “serias” para quedar con sus conciencias “en paz”. Y la estructura social crea clubes del adulto mayor, programa visitas a Hogares de Ancianos, celebra que “pasaron agosto” (lo que obviando la parte cómica se sustenta en un sustrato moral denigrante), constituyendo anacoretas trasplantados o patéticas sombras jugando a ser jóvenes, a través de concursos de belleza (como los “Miss” y “Míster”), de bailes, o hasta en competencias atléticas. Ese inmediatismo superfluo los exhibe, pero no los integra.
Igualmente, para los de más edad existen muy pocos satisfactores sinérgicos que estimulen y contribuyan a la satisfacción simultánea de otras necesidades, tales como protección, participación, ocio, identidad, afecto, libertad, entendimiento y creación. Sobre el tema de los/as anciano/as, pareciera que el mundo enfila hacia una axiología invertida, trastocada y pleitésica hacia la eterna juventud, en la cual la vejez -discursos de por medio- es una maldición sin sentido en la que no se desea caer, un macizo infierno de Dante. A los abuelos, cada vez en mayor número, se les está desechando en asilos y casas de acogida.
Por todas partes se observa una publicidad que reverencia a los jóvenes, reforzada por una televisión que remarca programas en que sus modelos parecen mujeres-muñecas o titánicos escandinavos.
Además, en un plano de vulnerabilidad similar al de las mujeres, los viejos y viejas son el centro de interés de delincuentes y parásitos sociales. Los asaltan, los acosan pidiéndole dinero, y si lo ven conduciendo un vehículo es candidato a sufrir una agresión de algún “valeroso” joven que lo increpará a que descienda para aniquilarlo a patadas… o será víctima de uno de los cientos de portonazos a los que nos tienen “acostumbrados” las autoridades. Se olvida que así como Clitemnestra esperó el regreso de Agamenón, así aguarda la vejez a quienes tengan el privilegio de “llegar”.
¡¡HACE RATO QUE EL MUNDO CAMBIÓ!!
En la sociedad actual, se observa que el romanticismo trascendente de los de más edad contrasta con la carencia de ideales que exteriorizan algunos jóvenes y adultos, que creen que conocer el pasado y proyectarse hacia el mañana es desperdiciar su filosofía de inmediatez absoluta.
En ese contexto, da la sensación que el mundo -con nosotros a cuestas- enfila hacia una axiología invertida, trastocada, pleitésica hacia la eterna juventud, en la cual la vejez es una maldición sin sentido en la cual no queremos caer, un macizo infierno de Dante, pero entronizado en el siglo XXI. Una época de la existencia para la que han creado eufemismos, tales como octogenarios, Tercera y Cuarta Edad. ¿Qué seguirá después…?
Se olvida que la vejez es parte de nuestro tránsito, y por la noche el perfume camina dejando su huella, la misma que debemos dejar en las movedizas arenas del tiempo, para revalorizar al poeta Sófocles que en el siglo V A.C. pronosticó que “el mundo está lleno de maravillas, pero nada es tan maravilloso como el propio hombre”. Aunque entre nieblas y destellos pensemos que estaremos perdidos cuando las afiladas garras de la senectud nos hiendan. Ser más sabios o ejemplos de viejos de mierda, depende de no extraviarnos en esta niebla artificial, ni olvidar ni matar jamás la esperanza. Como afirmaba Ingmar Bergman: “Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. Teniendo siempre presente que los viejos/as no son todos iguales.
NO SUBESTIMEMOS LA VEJEZ
Enfilados en el tercer milenio aún subyuga ver a los más ancianos sentados en un banco capturando algo del calenturiento sol… o quizás cambiando con la mente el “escenario real”. Jugando con sus evocaciones. El mundo, entonces, sería sólo el huso de hilar con el cual tejerían realidades de arriba-abajo, de adentro-fuera, mientras hacen rodar madejas como juguetes para invisibles gatos regalones. Quizás recuerdan cuando acunaron a sus nietos/as, o aquellos días en que alguien los acunó a ellos, y esas inolvidables narraciones
nacidas en el telón de sus memorias que van proyectando imágenes de su pasado. Cierto que los clubes del adulto mayor ayudan, pero no los chistes denigrantes ni la marginación social. Se debe valorar su experiencia, sabiduría e inagotable fuente de recuerdos. No los concursos de belleza o de “agilidad” y “fuerza”.
No subestimemos el poder creativo de la longevidad. Francisco Antonio Encina escribió sus mejores obras después de los 50 años. Sin mencionar a Da Vinci y a tantos otros. Como a los rusos Boris Chertok, de 95 años, diseñador de naves espaciales; el académico Iósif Friedlander, de 94 años, creador de centrífugas nucleares; y el también académico Vitali Guinzburg, de 91 años, Premio Nobel, quien se desempeñó hasta los 85 años en el Instituto de Física Lébedev de la ACR, son ejemplos de lucidez intelectual que poco se cultiva en nuestra sociedad. Aquí recién estamos en la era del “obligados a aguantarlos”. Respecto a la belleza de la senectud, numerosos poetas y filósofos la han retratado de diversas maneras, por tanto no es indispensable la criogenización para perdurar en el tiempo, ni para valorar lo hermoso y positivo que nos regalan los más ancianos.
EPÍLOGO
Si la vida pudiera reescribirse “a la carta”, como algunos pretenden, sería superficial, monotemática y repetitiva. Sobre el tema en comento existe una amplia bibliografía, cuadros, esculturas y citas célebres desde hace centurias.
Las abuelas/o pueden testimoniar el “paso de la historia”. Por ejemplo, no hace más de 70 años -poquísimos en el en plano humano, insignificantes en escala geológica- en nuestro territorio aún se empleaban velas, palmatorias y chonchones para prodigar luz; se pasaba, de mano en mano, el mate con malicia; los juegos favoritos eran simples, y pasaban por interacciones entre pares; los de más edad deleitaban a niños y no tanto, con improvisados o clásicos cuentos a la orilla de un fogón o brasero. Hoy el ropero de los abuelos desapareció de toda casa; los relojes de bolsillo pasaron a digitales y ¡en verdad ya casi nadie usa relojes de pulsera! Tan raros como espuelas de plata, son actualmente las camas de bronce con somieres y aquellos mullidos colchones de lana de oveja. Para finalizar, recuerdo que en la habitación principal de mi abuela, justo encima de su cabecera, sobresalía un intimidador crucifico “para alejar a los malos espíritus”, me decía; y en su velador, jamás faltó un rosario con un librito pequeño (Biblia), ni su sagrado escapulario. ¡Vaya a explicarle a un Millenium lo que eran! Como leí por ahí, cada vez que alguien te diga viejo, sonríe con el señorío y la tolerancia que te dan los años. Hazte la idea que te dijo triunfador, porque es casi lo mismo […] Y cada mañana al despertar, agradece a Dios el haberte premiado con tan prolongada existencia. ¡Quién como tú, triunfador!, no todos tienen tu suerte.
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