¿Es usted libre?
Pareciera que en tiempos donde el mundo se polariza, vuelve a asomar el fundamento por la libertad de las personas, la libertad de elegir y la libertad de actuar. Este argumento tantas veces utilizado para las definiciones políticas ha sido estrujado por distintos sectores que lamentablemente han reducido la libertad, a una meramente económica, donde puedo elegir según el alcance financiero. Esta es la lógica norteamericana, que en el fondo es liberalismo, donde se defiende el “derecho” a “elegir”, pero bajo la condicional mercantilizada. Como cuando alguien dice “yo quiero elegir el colegio de mis hijos”, violenta postura ante quienes no tienen esa opción.
Creo que ese es un nivel muy básico y vulgar de libertad.
En otros niveles se aproxima la concepción de libertad al término de libre albedrío, el cual también se comprende como un derecho a poder pensar y elegir según mis propios criterios personales, sin imposiciones de ningún tipo, ni adoctrinamientos. Creo que este precepto de libertad es mucho más noble. Pero vale considerar una cosa: cuando “elegimos” están involucrados en dicha elección, constructos culturales y formativos que han influenciado la percepción que tengo de la realidad y del mundo. De esta manera entonces yo podría elegir por conductas o pensamientos en los que busco la ganancia individual y el resto no me importa mucho, porque fui criado para “ganador”. Desde ese punto, la educación como agente de formación personal, no haría más que repercutir las habilidades necesarias para que cada quien piense y haga lo que su criterio otorgue, el problema es que cada uno puede pensar cada cosa, cuando se priorizan los “derechos a pensar”. Tampoco se trata de convertirnos en Facundo Cabral: “Yo siempre elijo más que por mí, por mi hermano”. Pero si acaso hay que mejorar la sociedad entonces podremos comenzar a trabajar con algo más que la mente y la libertad de pensamiento, poniendo a la Ética como base principal.
Cabe pues hacerse una pregunta elemental: Cuando estamos eligiendo, ¿somos realmente nosotros quienes elegimos? Cuando estamos conduciendo nuestras vidas, ¿las estamos conduciendo nosotros? Ya lo dijo René Guénon, un filósofo metafísico que no creía en la democracia pues pensaba que gobernantes y gobernados no podían ser los mismos, decía que las masas estaban dominadas por las fuerzas de los agentes activos. Sea esto cierto o no, lo interesante es pensar quien soy yo. Cuando decimos “yo puedo elegir”, ¿quién es ese yo? La era racionalista nos ha hecho pensar que ese “yo” es nuestra mente, creo prudente entonces traer a colación la metáfora de la carroza.
Esta metáfora puede ser descrita en Platón (en Fedro) como en George Gurdjieff (en Relatos de Belcebú a su nieto). Se trata de lo siguiente: Las personas somos como una carroza, compuesta por distintos componentes. El carruaje en sí, es nuestro cuerpo material que es llevado por el mundo por los caballos que representan nuestras emociones, quienes se participan en los instintos y sentidos sensibles a todo cuanto sucede y ocurre. El cochero es quien domina a estos caballos, el cochero es quien dirige y da las direcciones de las emociones, es pues entonces el cochero nuestra mente, que mediante los pensamientos controlan y encaminan a las emociones. Pero el cochero no es quien ha elegido la dirección de nuestro camino, no tiene pues la potestad para tomar ese tipo de decisiones, ya que solo puede buscar mejores rutas para llegar al lugar indicado. Quien toma esas decisiones es quien va dentro de la carroza. ¿Quién es esta persona? Ni más ni menos que la Conciencia. Para Platón el verdadero “yo”, para Gurdjieff el ser esencial; es que la conciencia es por tanto la intuición, nuestro genuino ser, quien guía los caminos con la sabiduría espiritual.
Conocer esta metáfora nos permite comprender que muchas veces actuamos dirigidos por el cochero, y no por el amo de la carroza, haciéndonos pensar que somos nuestra mente. Nuestra mente es vulnerable ante creencias y doctrinas creadas por el mismo hombre, y se torna difícil comenzar a atender aquella voz interior cuanto menos filtro apliquemos a todo lo que consumimos. Ya lo hemos visto en Chile con la llegada de la tecnocracia a nuestro sistema educativo, eliminando horas de Historia o Filosofía. Somos víctimas de los sistemas reinantes que alimentan nuestra mente, o nuestro intelecto, a merced de los contenidos dominantes. Lo mismo ocurre con la televisión o las redes sociales que sin filtros internos nos convierten en meros consumidores guiados por el cochero. El estudio formal o autodidacta, la meditación, la apreciación de la naturaleza, del Arte, ayudan a no ser víctimas de los agentes activos que menciona Guénon, quienes interfieren en los pensamientos colectivos generando las llamadas “masas”.
Por ello es propio, establecer criterios de libertad desde las elecciones de la voz interior, de aquella vocecita que va dentro de la carroza, aquella que no ha sido interferida por los sistemas externos, y que conduce a las personas desde las intuiciones. Personalmente, creo que esa es la verdadera libertad, aquella que se despoja de adoctrinamientos, que se libera de los dolores y sufrimientos que se nutren en la mente (la ilusión); esta no sabe más que lo que ven sus ojos, y no entiende más que lo que fue explicado, no logra captar los movimientos de los gatos negros en las noches sin luna.
Franco Caballero Vásquez