¿Se acuerda Ud. de la “Guía TV”? Una pequeña revista (que tuvo una época en los 60’ y después otra que incorporó el cable en los 80’) que nos permitía saber el día y hora en que se transmitía la película o serie que queríamos ver en televisión. Era útil, pese a que la oferta no era tanta y las repeticiones eran muchas. Hoy, me parece que sería necesario contar con algo así, para estar al día en esa verdadera miniserie a que nos ha acostumbrado este gobierno. Me corrijo: No se trataría de una miniserie (una sola temporada), sino más bien una serie, con varias temporadas, anuales o semestrales.
La primera temporada que se nos ofreció fue una suerte de saga constitucional, una verdadera epopeya en que numerosos personajes se empeñaban en pos de un objetivo ideal: redactar una nueva Constitución para Chile. En esa temporada actuaba una variopinta gama de personajes, estereotipos bastante planos, más bien. Estaban los ancianos, sabios y experimentados, que no eran escuchados por los jóvenes furibundos. Estaban algunas mujeres, dispuestas a arriesgarlo todo por lograr sus obsesiones. Estaban los roles “de carácter”, que personificaban mujeres esotéricas, galanes otoñales, “outsiders” revolucionarios incomprendidos, y varios constituyentes “de relleno” a quienes se encomendaba semanalmente mantener la audiencia a fuerza de performance en las calles o en la ducha. Tuvo éxito, sin duda. Mantuvo una audiencia bastante fiel y, a medida que se aproximaba el capítulo final, se instaló el suspenso de no saber qué pasaría el día después. Hubo una temporada 2, por cierto. Sin embargo, esta no contó con el rating de la primera. El género, una especie de “reality constitucional” ya estaba visto y, se sabe, las segundas partes nunca son tan buenas como la primera. Igual tuvo su púbico, eso sí. Era como ver la revancha o el desquite de los injustamente despreciados en la temporada anterior. No obstante, el suspenso ante el capítulo final fue más bajo y muchos ya sabíamos en qué iba a terminar. Se notaba que el presupuesto y las ganas eran menos. Pero nos distrajo.
Después, la productora gubernamental de entretención popular nos ofreció una serie de la que no se sabe si habrá segunda parte. Titulada “Los Convenios”, relataba cómo un grupo de jóvenes encontraban la manera de hacer dinero fácil, que no mantenían para ellos, sino que financiaba Fundaciones… que eran de ellos. Al comienzo capturaba nuestra atención por su novedad argumental, pero avanzados los capítulos, ya fue demasiado. Una tras otra aparecían Fundaciones. A veces los personajes cambiaban, pero el televidente ya sabía lo que iba a ocurrir. Demasiado esquemática, cada semana observábamos lo mismo: una Fundación, un abultado botín que desaparecía sin que alguien supiera qué se hizo y poco más. Se intentó avivar al público con un poco de lencería, con discursos furiosos y el destierro expiatorio y temporal de una legisladora. Pero la serie se fue apagando sola. Sigue emitiéndose pero nadie sabe dónde y pocos la recuerdan.
Y este año el gobierno, en un esfuerzo no exento de sacrificio, nos ofrece una versión “made a chilean way”, de una de esas series “de tribunales” que tanto pueblan el espectro televisivo. Se ha puesto cuidado en elevar la puntería. La idea es captar una audiencia formidable. Todavía no tiene nombre definitivo. Por eso la serie, cuyo nombre definitivo todavía está pendiente (“NCIS Santiago” o algo así), incluye casi de todo. Hay personajes poderosos, desplazamientos en aeronaves, mucha tecnología, celulares por montón, espionaje, policías, agentes casi secretos, declaraciones en directo de las altas esferas, intrigas palaciegas y hoteleras, hombres iracundos y mujeres por las mismas. Casi todos los ingredientes de “House of cards” (ya conocimos al Kevin Spacey criollo). Por cierto, se agregó también un buen poco de glamour. Citas imprudentes, cenas románticas, escarceos amorosos y más allá. Y todo esto, nada más que en el comienzo. Se presume que podría haber mucho más, en varias líneas argumentales. El desenlace, eso sí, ya es conocido. Es cosa de buscar el hilo más delgado. Se obliga a renunciar a unos cuantos secundarios, se cubre todo con una neblina relativa, se empata con los conocidos habituales y, al final, el público se desmotiva. La gente se da cuenta que es casi la misma serie de antes, con actores diferentes, pero en la que los poderosos siempre se salen con la suya.
Pero, por lo menos el gobierno nos entretiene mientras esperamos algo mejor. Una serie de ficción que, ahora sí, le pueda ganar a la realidad.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho