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LA TERCERA VUELTA. Por Juan Carlos Pérez de La Maza

Juan Carlos Pérez de La Maza, Licenciado en Historia, Egresado de Derecho

Mañana, cuando el júbilo de las celebraciones (y los llantos) se haya atenuado un poco, la elección presidencial de hoy habrá pasado y cada quien volverá a su rutina habitual. Excepto, por cierto, aquellos que hoy se disputaron la primera magistratura del país.  El elegido, de más está decirlo, será absorbido por un aluvión de saludos, felicitaciones y parabienes. Luego, pasará sus horas y sus días en una cantidad mayor aún de reuniones y cónclaves en las cuales preparará su desembarco en la Moneda, para dar inicio desde allí a eso que gustan tanto decir los candidatos: los primeros 100 días en el gobierno. Todo esto es sabido y se entiende habitual.  Pero, que no es tan evidente, es el rol que ha de desempeñar desde mañana aquel candidato que no triunfe hoy.

Un político que obtiene más de 3 millones de preferencias, aun cuando ello no le signifique el triunfo, no se va para la casa ni se dedica a descansar, pese a que la campaña le haya sido extenuante. Esa enorme cantidad de votos, que los creativos han dado en llamar “capital político”, es tan significativa y poderosa, que aquel que la obtuvo se verá impelido hacia el sitial de líder opositor. Y, en esa labor, ese político ha de jugar en los años venideros un rol casi tan importante como el que desempeñará el otro. El que ganó.  Con notables diferencias. Con menos reglas que coarten u obliguen, con menos compromisos programáticos que cumplir y, por cierto, con mucha mayor libertad para criticar, impugnar o reprochar.

La gobernabilidad, concepto que se pondrá de moda en los meses venideros, depende más de los que no están en el gobierno, que de los que sí lo están. Los proyectos, las iniciativas y los programas que un gobierno pretende impulsar, no sólo dependen de las intenciones y propósitos de aquellos que encabezan ministerios y oficinas. También dependen de la aquiescencia de aquellos que son opositores. Estos, los que tienen la “sal y el agua” (como dijo Allende a Frei Montalva cuando este último asumía), se verán tentados a negarlas y, pese a declaraciones, tendrán poco ánimo de colaborar en propuestas ajenas. La tramitación legislativa, vital para la concreción de cualquier programa de gobierno, podría verse entrabada y, con ello, los designios y propósitos del flamante Mandatario elegido hoy, podrían quedar nada más que en eso. En intenciones.  Los años que esperan a quien elegimos hoy serán, sin duda, excepcionales. La superación de la crisis sanitaria exigirá, todavía, esfuerzos extraordinarios. ¡Qué decir de los sacrificios que implicará superar la crisis económica! Y, más fundamental aún, enfrentar las secuelas ya evidentes de la crisis climática significará aunar voluntades y desvelos de todos. La gobernabilidad, en una sociedad que enfrenta desafíos como los señalados, será vital.

Sin embargo, al Presidente hoy elegido, la ciudadanía entregará, junto con los votos, una tarea mayor aún a las señaladas más arriba. Este Mandatario habrá de conducir el proceso constituyente actualmente en marcha. Y este cometido, arduo, complejo y sobre todo profundamente ideologizado, probablemente será una suerte de “tercera vuelta” de las elecciones que culminan hoy. Estoy seguro de que, en el futuro plebiscito de salida, cuando los chilenos habremos de decidir si aprobamos o rechazamos lo obrado por la Convención Constituyente, habrá dos liderazgos definidos desde hoy. Por un lado, el Presidente de la República a quien institucionalmente corresponderá convocar dicho plebiscito y, por otra parte, al líder opositor que, sin que la institucionalidad le haya conferido un papel determinado, tomará la conducción que su opción política e ideológica le asigne. Esa expresión de la voluntad popular será determinante no tan sólo para los años inmediatamente venideros sino, más aún, para el futuro de los millones de chilenos que hoy, mediante su sufragio, elegirán un Presidente y un líder de la oposición.

Pocas veces en nuestra Historia habíamos vivido un período electoral tan extenso, intenso y trascendental. Hoy, cuando estamos cumpliendo una de las etapas más significativas de esta secuencia democrática, sólo cabe esperar de todos, ciudadanos y candidatos, estar a la altura de esa magnitud y, al decidir, se opte por aquel que tiene la prudencia, la fortaleza y la templanza necesaria para desempeñar las altas responsabilidades que le estamos asignando.

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