Las elecciones, la única rosa del árido jardín social. La única forma de expresar, al menos, aunque de una manera muy indirecta, nuestra opinión, nuestra emoción y anhelo. Lástima que las votaciones, la potencia del capullo que promete florecer bello, hermoso y reluciente, termina siendo como dice la filósofa política estadounidense Wendy Brown “un circo compuesto de marketing y management, desde el espectáculo de la recolección de fondos hasta la movilización dirigida a los votantes”. Un marketing sin duda, una forma de vender el rostro; las ideas con las redes sociales terminan sepultándose, recubiertas por los partidos políticos, institución que barre debajo la alfombra y mantiene limpio el tapiz “democrático”. Esta forma de vender la pose comienza en figuras como Joaquín Lavín, por ejemplo, con esa sonrisa perpetua, y colmado de ideas populistas. Sin embargo, hoy ya es demasiado, entre medio de bailecitos en reels o en discursos tan armados como el del otro Orrego en Santiago, creo que evidencian más que nunca la crisis representacional de la actual política.
Simpático el que llora y luego lanza una retórica preestablecida, pero en el fondo es creer que la gente es superflua. En el fondo, es una forma de conquistar al votante muy fugaz e insustancial para un momento puntual del que se busca sacar provecho. Esto es un reflejo de lo poco importante que se vuelve un político/a cuando sabemos que los cambios reales vienen desde afuera. Que un candidato sea de derecha o de izquierda pasa a ser relevante solo para ese, ya romántico gesto, de votar por el partido, pero en el desvelamiento de la democracia como sistema hegemónico notamos que no existe gran diferencia. El candidato/a, a lo más, pasa a ser un factor de conveniencia personal.
La transformación social, el octubrismo, los estallidos, las manifestaciones son parte de la naturaleza social, porque cuando ocurren es que se ha llegado a un límite; el clamor del reclamo es una lucha por una mejor forma de vida, cualquiera que clausure esta idea está en contra de la soberanía popular. El estado actual de la política es tan efímero como pasivo, porque reposa su inoperante energía en el gran asentamiento de la forma democrática establecida, subsumida en la representación. La representación es un asunto para considerar y hay que hallarle solución, buscar la forma de hacer más directo el sentir de la sociedad, sin pasar por ese trámite burocrático que archiva las necesidades sociales. Hace siglos que podría utilizarse un sistema más directo, pero aquí surge la pregunta de Negri «¿Cómo puede una clase política preconstituida ser garante de una nueva constitución?» ¿Cómo vamos a cambiar las reglas del juego si quienes hacen las reglas son parte del mismo juego? Los cambios, como han sido a lo largo de la historia, vienen siempre desde afuera.
La cualidad del político management que dice Brown, nos muestra por su parte, al sujeto atómico más atomizado, más individualizado que el político de antaño que se acompañaba por asesores políticos en vez de influencers y community managers. Ahora, que el management atraviesa muchas fronteras, hizo del político un jefe de operaciones, para peor. Wendy Brown dice que el candidato ha evolucionado hacia un perfil gerencial, se despreocupa por construir un bien común y de los intereses colectivos, ahora tienden a gestionar la sociedad como una empresa. Y es que eso no es culpa de ellos tampoco, cuando la democracia pasa a ser una economía, una finanza. Ahora entiendo cuando muchos filósofos plantean que el capitalismo es la democracia. Y que lo contrario de la democracia no es la dictadura, sino que la soberanía social.
Los grandes debates ideológicos y visiones de como deberíamos construir el futuro se han perdido en manos de la gestión «pragmática» del día a día.
Alimentar la delincuencia pareciera ser un modo conveniente para capturar el sentir del soberano.
Lo curioso es que en Latinoamérica donde se instaló principalmente la democracia como modelo político termina siendo más oligárquica que la democracia europea.
En fin, la esperanza sigue viva en “el que no llora no mama”, porque lamentablemente, la mamá tiene sus propios intereses.
Franco Caballero Vásquez