En 1920 se perfiló como candidato presidencial Arturo Alessandri Palma, longaviano y maulino. La fogosidad de su oratoria remeció las viejas estructuras coloniales de la clase gobernante: Alessandri habló de temas no tocados hasta ese instante, pero latentes en la conciencia ciudadana y aminorados o ignorados por una parte de la sociedad: justicia social, leyes para los obreros, instrucción pública, tolerancia religiosa, igualdad de oportunidades, finanzas saneadas, una ciudadanía participativa a través de un voto igualitario, aterraron a las tiendas del Partido Conservador.
“Si –repetía– yo soy un peligro para quienes explotan a los trabajadores, para los que no escuchan a los que sufren. Sí, ellos deben tener miedo si soy elegido”. Enfrentó a Luis Barros Borgoño, a quien superó por estrecho margen, por lo que, con acuerdo de ambos candidatos, dirimió la elección un Tribunal de Honor.
La elección -efectuada el 25 de julio de 1920- fue muy estrecha. Como era mediante el sistema de electores de Presidente, Alessandri obtuvo 179 electores (en Linares Alessandri fue superado por Barros Borgoño por 3 electores) con un 50.56 por ciento, mientras que Barros Borgoño logró 175 electores con un 49.47 por ciento de los sufragios. El otro candidato, Luis Emilio Recabarren, no obtuvo electores. Era primera vez que ocurría algo semejante en este proceso.
Como no hubo mayoría y se carecía de un mecanismo legal para resolverlo, se determinó que la designación del mandatario se hiciese mediante un Tribunal de Honor. Pero los sectores conservadores ven con temor e incluso pánico, la posible elección de Alessandri. Lo más inquietante es el apoyo indisimulado a Alessandri de la oficialidad joven el Ejército y la Federación de Estudiantes.
UNA GUERRA PARA EVITAR LA ASCUNCIÓN DE ALESSANDRI
Se urdió entonces una maniobra: el Presidente Juan Luis Sanfuentes designó como Ministro de Guerra a Ladislao Errazuriz Lazcano. La misión era precisa: impedir la ratificación de Alessandri por el Tribunal de Honor.
Errázuriz tiene una idea descabellada: aprovechando un golpe de estado ocurrido en Bolivia y la denuncia que ha hecho Perú en contra de Chile ante la Unión de Naciones, se dice que ambos países preparan una guerra en contra del nuestro. Entre junio y julio de 1920 se ordena la movilización de todos los regimientos de Chile –especialmente Santiago– para “resguardar” las fronteras del norte. Pero la idea fundamental era sacar a los cuerpos militares de la capital que pudieran influir en la elección. La estratagema es descubierta y debe ser reconsiderada. El episodio se conoce hoy como “la guerra de don Ladislao”.
El 21 de julio de 1920 es asaltada la Federación de Estudiantes, tanto por la policía como por jóvenes conservadores. Se les acusa de no apoyar la guerra contra los países del norte. Destrozan y queman. Se detiene al estudiante de leyes y joven poeta José Domingo Gómez Rojas y se designa al Ministro José Astorquiza Líbano para instruir la causa por anarquismo. Se le envía a la cárcel y, tras presumirlo demente, es remitido a la Casa de Orates (hoy diríamos hospital psiquiátrico). Gómez Rojas muere de neumonía el 29 de septiembre de 1920. Al día siguiente, su funeral reúne cincuenta mil personas. El cortejo pasa por la FECH, La Moneda y el Congreso, donde se detiene justo en el instante que sesionaba el Tribunal de Honor que elegiría al Presidente. Lo integran Ismael Tocornal y Emiliano Figueroa, por ser ex vicepresidentes de la República, Fernando Lazcano (quien murió de un súbito infarto al iniciar la primera sesión y fue reemplazado por Abraham Ovalle por ser Presidente del Senado, Ramón Briones, Presidente de la Cámara de Diputados, además de Armando Quezada, Luis Barriga y Guillermo Subercaseaux. A través de los gruesos cortinajes, los honorables ven a jóvenes oficiales de ejército que, de civil miran hacia ellos con los brazos cruzados y en actitud desafiante. Ese día es electo Arturo Alessandri por 177 votos contra 176.
IBÁÑEZ DEL CAMPO SE ACERCA A LA MONEDA
En las elecciones presidenciales de 24 de octubre de 1925 se presentaron dos candidatos. Don Emiliano Figueroa Larraín, militante del Partido Liberal Democrático y el Dr. José Santos Salas Morales, talquino, cuya opción es levantada por jóvenes oficiales, ante la renuncia de Ibáñez del Campo quien no acepta competir. Figueroa obtiene el 71.53% de los votos, mientras que Salas sólo logra un 28.47%.
Pero el Comité Militar impone como Ministro de Guerra a Carlos Ibáñez del Campo, quien a contar del 9 de febrero de 1927 pasa a ocupar el Ministerio del Interior. El 7 de abril de 1927 asume la Vicepresidencia de la República, tras pedir permiso don Emiliano Figueroa, toda vez que Ibáñez ha exiliado al Presidente de la Corte de Apelaciones Felipe Santiago Urzúa y, como el Presidente de la Corte Suprema, Javier Ángel Figueroa, acogiera un recurso de amparo de éste, fue detenido en su domicilio, lo cual le obligó a renunciar. El 7 de abril de 1927 Emiliano Figueroa renuncia a la Presidencia y Carlos Ibáñez es proclamado el 28 de mayo de 1927 en el Teatro Municipal de Santiago. El 7 de mayo de 1927 –antes que Santiago– Linares da a conocer en forma exclusiva, la proclamación de Ibáñez a la Presidencia de la República. Se efectúa el 6 de mayo en el Teatro Victoria y convoca Eduardo Cañas Lira. De inmediato se forma el Comité respectivo. La exhortación tiene un título de primera plana: “El que no vota por Ibáñez es un traidor a Linares”. Digamos de paso que nadie reclama.
Se presenta como candidato único, siendo electo con el cien por ciento de los sufragios. Pero seamos francos, hubo siete postulantes que se inscribieron, contra todo riesgo, como “votos de protesta” contra el autoritarismo de Ibáñez: fueron Armando Quezada, Santiago Labarca, Rafael Luis Gumucio, Alias Laferte y Salvador Barra Woll, varios de ellos son detenidos y otros relegados al archipiélago de Juan Fernández.
Del total de votos emitidos, 223.741, Ibáñez obtuvo igual cantidad. Entre blancos y dispersos, se contabilizaron 7.631 sufragios. Nunca un candidato en Chile ha logrado, hasta hoy, tal votación.
Asumió la presidencia el 21 de julio de 1927. “Como un acto ejemplar y un triunfo inobjetable”, califica la prensa de Linares y nacional el proceso eleccionario. “La oligarquía –se dice– se ha perdido para siempre en el país”. El nuevo Jefe de Estado se terciará la banda que usó el malogrado Presidente José Manuel Balmaceda. Fue mala señal.
EL CONGRESO «ELEGIDO» POR EL PRESIDENTE
Dueño del poder ejecutivo, el Presidente Ibáñez emprende “la depuración” (así la llamó) del poder judicial: sacó y reemplazó a ministros y jueces. Aquel que no le era confiable en sus sentencias, se le exoneraba. Todos acataban, nadie alegaba. O nadie se atrevía. Se hablaba de una “nueva democracia”.
Pero se acercaba la elección del Congreso de 1930. En ese poder Ibáñez tenía enemigos y resistencias. Y urdió una hábil “estrategia” electoral.
Entonces, ordenó (era que no) al Director del Registro Electoral, Ramón Zañartu Eguiguren, efectuar una curiosa estratagema: sólo podían presentarse postulantes al Senado y a la Cámara de Diputados según las vacantes existentes. De los designados por cada partido, el Presidente de la República elegiría los parlamentarios electos. Dentro del “espíritu pacificador” de Su Excelencia, esto era un gesto para evitar las confrontaciones que se sucedían en cada elección.
Y así se hizo: es más: el propio Ibáñez designó a los jefes de bancadas: por el partido conservador fue Calos Aldunate Solar, por el Demócrata Javier Ibañez del Campo (hermano del Mandatario, desde luego, la caridad empezaba por casa), por el Partido Liberal es Pedro Opaso Letelier (pariente de su suegro), por el Radical Juan Antonio Ríos Morales y por la Confederación Republicana de Acción Cívica de Obreros y Empleados de Chile, se nombra a Benjamín Claro Velasco.
Con la carpeta de nombres, el Presidente y su séquito se dirigieron a las Termas de Chillán en marzo de 1930. Allí, con lápiz y papel, se nombró, a entero capricho ibañista, el Congreso de ese año. Hubo respetables maulinos que se prestaron para tan antidemocrático acto: Ernesto Cruz Concha, Alejandro Dussaillant y Rodolfo Armas Riquelme por Talca, Arturo Lavín Urrutia, Rodolfo Letelier del Campo y Manuel Isidoro Cruz Ferrada, por Constitución y Cauquenes y Javier Ibañez del Campo (como dijimos, hermano del jefe de estado) Ignacio Urrutia Manzano y Ernesto Rojas del Campo por Linares y Parral.
Las críticas a Ibáñez surgieron de diversos sectores. Pero todo este esfuerzo por controlar todos los poderes del Estado de poco le sirvió. Un año después, en julio de 1931, la ciudadanía, y en especial los estudiantes, salieron a las calles a protestar contra el régimen y su desmedido autoritarismo. Carabineros fue sobrepasado por las multitudes. Hubo muertos y heridos y en la noche del 26 de julio de 1931, Ibañez pidió al Comandante en Jefe del Ejército, General Bartolomé Blanche “sacar las tropas a la calle”. Pero, tanto este alto oficial, como otros personeros, sugieren a Ibáñez renunciar. Fiel a su porfiado carácter, el Presidente decide pedir permiso y alejarse del mando, rumbo a Argentina. Esa noche jura como Vicepresidente del país, Pedro Opaso Letelier, pariente de su suegro.
Sin embargo el lunes 27 de julio, el mismo congreso que él designó, rechaza su solicitud de permiso y lo destituye.
Su sueño de poder omnímodo, al margen de las elecciones, había concluido. Pero veinte años más tarde se presenta a las comicios presidenciales de 1952, con el lema de “el general de la esperanza”. Es electo con el 46.79% de los sufragios, por sobre Arturo Matte Larraín, Pedro Enrique Alfonso y Salvador Allende Gossens, quien se presenta por primera vez y logra el 5.45% de los votos.