Dijo el Primer Mandatario en su reciente visita al Maule que ésta obedecía a su deseo de “apretar tuercas”. Por lo gráfico de la inusual declaración, yo de inmediato imaginé al gobernante con su camisa arremangada y una llave inglesa (¿o francesa?) dando algunas vueltas a aquellas tuercas que, en su opinión, están un tanto sueltas y requieren del “apriete” en El Maule.
Desde la lejana Revolución Industrial, cada vez que se alude a equipos de trabajo o conjunto de personas asociadas, se recurre a la idea de que estos conforman una máquina. Múltiples piezas, mecanismos varios, engranajes, pernos y, por supuesto tuercas, que deben trabajar coordinadamente. Si falla una pieza, toda la máquina deja de funcionar correctamente. El trabajo total se puede malograr, aunque sea una sola, por mínima que fuera, la pieza que no funciona de la manera que se necesita.
¿Qué quiso decir el Presidente con esa metáfora? Mis limitados conocimientos de mecánica me llevan a pensar que, cuando una tuerca es apretada, debe haber estado suelta. Y las tuercas se sueltan por variadas razones: sea porque no se les dejó en las condiciones adecuadas cuando se les puso; sea porque el movimiento, las vibraciones propias de la marcha, provocaron que se soltaran; sea porque el que las instaló no se dio cuenta que no eran las adecuadas para lo que se requería. Lo cierto es que, por las razones que fueren, en opinión de la máxima autoridad del país, aquí en esta Región hay que aplicarle al apriete.
Pero, si la tuerca está suelta, ¿de quién es la culpa? Podríamos recurrir a la propia tuerca y señalar que la culpa del fallo es de la tuerca más delgada. Esto es frecuente, lo que no significa que sea cierto, ni justo, pero se hace. También podríamos decir que nadie se dio cuenta que el material del que está hecha la tuerca no es el adecuado y que no reunía las condiciones requeridas. A veces, cuando se intenta meter a la fuerza una tuerca que no corresponde, se rompe el hilo y queda inútil. Por último, cuando la tuerca no es de la medida necesaria, cuando no da el ancho ni el largo, no hay apriete que logre hacer que ella cumpla satisfactoriamente un cometido.
También es posible que la culpa de las tuercas sueltas sea de aquel que las colocó. Es que si a alguien se le confiere la delicada tarea de instalar mecanismos, piezas, engranajes y … tuercas, para conformar una máquina, lo que se espera de él es que las seleccione bien. Que sopese su tamaño, el material del que están hechas, el tipo de tuerca (las hay hexagonales, ciegas, mariposa, autoblocantes, con arandela, etc.) y, en especial, que evalúe previamente si serán adecuadas para las exigencias de la maquinaria en que se le está instalando. Nada peor que improvisar e instalar piezas no adecuadas, simplemente por la tincada, el compromiso o por la tozudez del instalador.
Por último, y siguiendo con la metáfora presidencial de las tuercas y su apriete: ¿sólo las tuercas maulinas son las que requieren del ajuste? ¿Y qué ocurre con las de otros lados? ¿Está suficientemente apretada la maquinaria en las demás regiones? ¿Todo bien en La Araucanía? ¿Y en Atacama? ¿Cómo funciona la máquina en Valparaíso? Es que el ruido que advertimos en esas y otras regiones permite especular que hay más de un único desajuste. A juzgar por la marcha de la maquinaria instalada por el Primer Mandatario hace dos años, son hartas más que sólo las maulinas las tuercas que requieren del ajuste. El intenso zarandeo que se escucha por doquier hace pensar que, más que un simple apriete, lo que la maquinaria gubernamental necesita es una “rectificación” completa. Un radical cambio de las golillas, de los pernos, de las empaquetaduras y hasta de la pieza completa.
Pero lo que siembra más incógnitas es preguntarse ¿y quién le aprieta las tuercas al instalador? Es que, al parecer, no puso las adecuadas para las exigencias de la maquinaria y nos tiene soportando vibraciones, traqueteos y estremecimientos que nunca imaginamos.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho