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Leer a Leila

No pienso hablar de política. Prefiero hablar de música. O de una buena película. O, por último, de periodismo. Pero ni siquiera de periodismo. Prefiero hablar de Leila, periodista, sí, pero no me interesa que sea periodista. Creo que si no fuera periodista Igual preferiría hablar de ella. Lo admito, esto va más allá de lo profesional. Amo a Leila. Amo su pelo alborotado, su nariz, su edad madura, sus labios dibujados levemente, su cuello.

No voy a engañarlos. No quiero engañarme. Leila escribe maravillosamente. Cuando divaga letra a letra, palabra a palabra, imagen tras imagen. Cuando habla de política sin hablar de política. Cuando escribe de problemas concretos, de una injusticia, por ejemplo. Pero especialmente cuando dice cosas como: “Y uno se dice —con rabia, con el corazón cubierto de espuma, con celo, con furia, con colmillos— que mejor callar”.

La amo cuando me cuenta lo que Clarice Lispector le escribió al linotipista que armaba sus textos en el periódico donde trabajaba: “Disculpe que me equivoque tanto con la máquina. Primero, porque mi mano derecha resultó quemada. Segundo, no sé por qué. Ahora un pedido: no me corrija. La puntuación es la respiración de la frase, y mi frase respira así. Y si a usted le parezco rara, respéteme también. Incluso yo me vi obligada a respetarme. Escribir es una maldición”.

Luego, en una entrevista, Leila asegura que “contar la felicidad es difícil”, que “hay mucha gente que sólo lee el diario”, que está “hasta las cejas de leer titulares sobre el fin de tal o cual”.

Ya ven lo que hace Leila. Hace que me contradiga. Que prometa no hablar de política, pero termine discutiendo de periodismo. Y hay pocas cosas más políticas que el periodismo. La política entendida como el ejercicio de libertad por excelencia, la democracia de las ideas, el desafío de contar lo que se quiere ocultar.

Leila dice que la lectura es fundamental para un periodista que quiere escribir. Yo digo, perdón Leila, que la lectura es fundamental para todos, para cada uno de nosotros los ciudadanos, incluidos los candidatos, por supuesto.

Entonces, Leila, que se preparen los aspirantes al poder, que no intenten desviar la atención, que sepan que tú estás ahí, asegurando que “a ningún poder le resultan agradables las críticas”.

Leer a Leila es un buen inicio y un buen final.

 

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