En la compleja coyuntura que vive Chile, y próximo a cumplirse 50 años del golpe militar, el abogado y ensayista José Ignacio Cárdenas propone el diálogo como vía para alcanzar un acuerdo entre los chilenos. Que el diálogo reemplace a la piedra. “Los tiempos del Chile actual hacen ineludible, en su diversidad, la unidad de todos los chilenos”, sostiene (por Mario Rodríguez Ordenes)
Se cumplen 50 años del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, fecha que sigue dividiendo a los chilenos. Han sido generaciones que vivieron bajo su sello. Diario Talca, conversó con José Ignacio Cárdenas Gebauer (Santiago, 1971) abogado formado en la Universidad de Chile.
Cárdenas acaba de publicar “La trampa de la democracia” (Zuramerica, 2022) “donde busca ser un aporte para la necesaria discusión social del Chile del futuro. Los tiempos del Chile actual hacen ineludible, en su diversidad, la unidad de todos los chilenos. Tenemos una gran oportunidad por delante y no basta tomar ‘palco’. Debemos participar y ser activos en dignificar la participación política, cualquiera esta sea”. Vivimos un año crucial y según Cárdenas: “Las posibilidades de éxito de cualquier nuevo intento constitucional pasa inevitablemente por un acuerdo transversal de sectores de izquierda, centroizquierda y centroderecha”.
José Ignacio, con la perspectiva del tiempo, ¿qué significó el golpe para la sociedad chilena?
“Un quiebre total en la sociedad y convivencia política que hasta el día de hoy es posible ver sus secuelas. Basta que la discusión se apasione para que inmediatamente las posturas vuelvan a sus orígenes históricos. Pasó en el plebiscito de 1988; en la elección presidencial de Ricardo Lagos, en la elección de Gabriel Boric y también se vio en el plebiscito de salida a la propuesta constitucional del pasado 4 de septiembre. Más allá de las posiciones de cada cual sobre el gobierno de Allende, el haber quebrado la democracia con un golpe de Estado a un presidente electo legítimamente y las atrocidades a los derechos humanos posteriores, son hechos de nuestra historia que solo el paso de generaciones podrá dejar atrás, comprender, pero nunca olvidar”.
¿En qué se convirtió Chile durante el régimen militar?
“Durante el régimen militar, Chile se convirtió en un país oscuro, dirigido por un régimen repudiado internacionalmente, que contaba con el apoyo de un sector político y económico que transformaron el país a su amaño para crear un modelo de sociedad que no se condecía al carácter social y colectivo creado en las décadas previas al golpe, pero que, a punta de fuerza, violencia y miedo, terminaron imponiéndolo. Hay muchos ejemplos que nacen desde la misma Constitución de 1980, pero si hubo algo que mejor trasluce estas miradas fue la educación, la cual antes del golpe era preeminentemente pública, pero después de Pinochet pasó a ser un negocio en manos de privados, dejando la educación pública abandonada a su suerte. Más allá de la vulneración de los derechos humanos, por lejos lo más grave, hubo muchas empresas públicas privatizadas a precios irrisorios con gran perjuicio del erario y que dieron origen a riquezas mal habidas de ciertos sectores privados de nuestro país”.
Se impuso un modelo neoliberal feroz que convirtió a las personas en consumidores. ¿El dinero se impuso en todo?
“A partir de este modelo se impuso la idea de ser más y mejor persona en la medida que más tenías, donde el consumismo bajo las reglas del mercado era lo que mandaba. Esto se traspasó incluso a nuestros derechos sociales básicos: tendrás buena educación, si eres capaz de pagar un buen colegio privado; tendrás salud oportuna, si tienes los fondos para pagar una clínica particular; la seguridad social se privatizó, sin derecho a optar por una pública, creando uno de los negocios más rentables para un puñado de empresas que a la postre se han transformado en los ‘dueños’ de Chile; y la vivienda derivó los subsidios habitacionales en fuentes de ingresos para el desarrollo del negocio inmobiliario privado, sin ninguna política pública o estatal directa”.
Con la vuelta a la democracia, teniendo la Concertación las fuerzas políticas para cambiarlo. ¿que impidió cambiar el modelo?
“Nuestra transición tuvo la virtud de pasar desde una dictadura hacia una la democracia sin una guerra civil o nuevo golpe de estado, pero tuvo el costo que este paso era con las reglas del juego impuestas. Y parte de estas reglas eran las económicas con un mercado casi desregulado, es decir, la libre oferta y demanda. Fue así entonces, siguiendo las reglas de mercado y agregando una dosis social que más obedecía la voluntad de los gobiernos concertacionistas que al modelo institucional neoliberal, se alcanzó un crecimiento récord los 20 primeros años de Concertación y una disminución drástica de la extrema pobreza bajándola a menos de un 10%. Sin embargo, la redistribución de esta bonanza no mejoró e incluso desequilibró aún más el escenario original, dando paso a una minoría de un 1% que prácticamente concentraba toda la riqueza del país”.
¿Qué costo tuvo que los gobiernos de la Concertación hayan mantenido el modelo impuesto por la dictadura?
“Los costos los vimos en el estallido social, ya que se hizo mucho por mantener el modelo neoliberal tan exitoso en sus comienzos para bajar la extrema pobreza, pero se hizo tan poco por cambiar estructuralmente la forma en que los chilenos satisfacíamos nuestros derechos básicos de educación, salud, pensiones y vivienda. Sumo a eso los abusos cometidos por el mismo sector económico ya beneficiado por el modelo, acrecentado por la indiferencia de parte de nuestra clase política que lentamente se fueron acomodando a este modelo que en lo macroeconómico mostraba buenas cifras, pero en lo micro y distributivo solo ahondaba una lenta crisis que finalmente explotó”.
José Ignacio, ¿qué podemos esperar de la nueva Constitución?
“Espero se ponga término con éxito en la creación de un nuevo texto constitucional que entierre el actual y nos ayude a enfrentar los desafíos futuros en materias sociales, políticas, medioambientales, diversidad, y en general nos ponga a la altura de los tiempos modernos con un texto que mejor se adecúe los rápidos cambios que nos exige el mundo actual”.
¿Qué explica el rechazo al texto constitucional presentado por la convención en el plebiscito del pasado 4 de septiembre de 2022?
“Los factores son muchos y trato de abordarlos reflexivamente en mi libro ‘La Trampa de la Democracia’. Más allá que el ‘corazón’ de dicho texto estaba bien puesto, a mi modesto entender, lo cierto es que tenía problemas técnicos mal abordados y un exceso de detalle más propio de políticas públicas que una constitución. Sumo a lo anterior el problema de los independientes dentro de la convención, quienes respondieron más a agendas propias que colectivas, dejando los acuerdos políticos a un lado… Una contradicción cuando lo que se discutía era un texto eminentemente político. Sin embargo, más allá del texto y composición de la convención, hay un delicado fenómeno en crecimiento y que quedó de manifiesto en el voto obligatorio. Me refiero al apolítico o antipolítico. Es tal vez lo más preocupante, ya que desde el momento que la gente deja de creer en la política como vía de solución a sus problemas, da paso al populismo. Esto es muy riesgoso y es una voz de alerta a nuestra clase política para mejorar no solo su quehacer diario sino fortalecer la institucionalidad partidista, ya que no hay democracia sin política y no hay política sin partidos que la sustenten”.
¿Considera que el proceso constitucional no tiene vuelta atrás?
“No tiene vuelta atrás, pero las oportunidades no son infinitas. La que viene es la última oportunidad que exige de nuestra clase política los máximos esfuerzos por alcanzar acuerdos. Para ser honesto, no creo que siempre los acuerdos sea la mejor solución, sobre todo cuando hay mayorías para plasmar una voluntad. Así funciona la democracia. Sin embargo, en esta encrucijada lo peor sería perder esta nueva y creo última oportunidad, lo que obliga a generar acuerdos para lograrlo. Ahora sí, lo que está en juego es permanecer como estamos o posibilitar una mirada de país distinta, y se requiere la voluntad de todos, sin exclusiones, lo que conlleva lastimosamente cierta renuncia en aras de un bien superior, la protección de nuestra democracia”.
En una entrevista señaló: «No hay duda ya que ninguno de los problemas que originaron el estallido social han sido resueltos». ¿Chile sigue siendo una olla a presión?
“Así es, no han sido resueltos ni tampoco, por el momento, hay un camino claro de cómo resolverlos. Lo que sí existe es cansancio de mucha gente ante esperanzas que se desvanecen. Sin embargo, hay ciertas señales que pudieran conducir la ruta a seguir. La reforma de pensiones propuesta camina en este sentido, aun cuando es probable que dentro del Congreso sufra algunos cambios, como propuesta me parece apunta hacia el fin correcto. Lo que estamos viendo con los supremazos en las Isapres, pone al fin freno a los abusos reclamados por años, y creo que es una oportunidad para reformar la salud, tanto pública como privada, ya que se requieren ambas, con una mirada más solidaria y alejada de los grandes negocios”.
¿Qué lecciones se deben sacar de ese proceso para evitar repetirlas?
“Creo que en parte ya se sacaron. Me refiero a la voluntad de lograr acuerdos transversales. Mi temor es, más bien al contrario, que se haya sobreregulado o limitado la discusión constitucional con un exceso de bordes, sin embargo, en esta coyuntura histórica, más allá de no estar conforme con todos estos límites, privilegio la voluntad de acuerdo que vimos plasmada. Lo importante es que se dé más espacio a la voluntad de los constituyentes que serán elegidos por voto popular que a las comisiones dispuestas por el Congreso. Lo peor sería terminar en una constitución que solo represente un cambio cosmético de la actual, y para eso es importante oír la voluntad ciudadana generando canales de participación democrática. La realidad de hoy exige mucha escucha a la gente”.
La coyuntura y el complejo escenario mundial es preocupante. ¿Cómo ve los próximos años de Chile?
“Es preocupante por los afanes expansionistas de Rusia, tan propio de voluntades imperialistas de los siglos pasados. Esta idea de Putin sobre unir a todos los eslavos de Europa, solo trasluce un nacionalismo añejo que no está acorde con los tiempos actuales de mayor globalización. Sin embargo, más allá de esto que también tiene implicancias para nuestro país, ya se ven tibias señales positivas en la economía, y todo apunta, según los entendidos, que a fines de este año y especialmente el próximo, podríamos despegar, lo que obviamente ayuda a llevar de mejor forma los cambios sociales que nos debemos como sociedad”.
¿Qué le da confianza que saldremos adelante?
“Nuestra historia desde 1925, más allá del golpe de Estado de 1973 y la excepción sangrienta de Pinochet. Nuestro país, tanto antes como después, ha confiado en la política como la vía de solución y desarrollo. Tal vez mi única gran preocupación es el populismo ya dicho, razón más para que quienes creemos en la política la honremos y nuestros dirigentes asuman su responsabilidad colectiva dejando a un lado sus agendas personales”.
Tras la tragedia de 1973 quedaron profundas heridas en la sociedad chilena que no han sido superadas. Se trata de delitos de lesa humanidad que no prescriben. ¿Cómo cerrar esa dolorosa situación?
“Sin duda que quienes tengan información sobre el paradero de los cuerpos harían un gran aporte en este sentido, sin embargo, me temo que el paso inexorable del tiempo y la muerte de victimarios con información atenta contra este buen propósito. Pero más allá de esto, sería un gran aporte al mismo propósito que transversalmente, sin excepciones, se condenaran las atrocidades a los derechos humanos. Me encantaría, a los 50 años del golpe de estado, ver a toda nuestra clase política gritando al unísono ‘¡nunca más!’ en Chile ni en ninguna parte del mundo, nunca más nos podemos permitir tales atrocidades, es el mínimo civilizatorio que nos exigen todos y todas quienes murieron en esta y tantas barbaries. Lastimosamente me temo que este ‘nunca más’ seguirá proviniendo de quienes lucharon contra la dictadura, tal vez también de las nuevas generaciones independientes de color político, pero no de aquellos que con su silencio fueron actores políticos claves para que la dictadura perseverara por largos 17 años de atentados”.
¿Cómo se explica el profundo odio que se vivió en Chile tras el golpe?
“Es que una cosa son las diferencias políticas, muy legítimas, necesarias y aceptables, y otra cosa es propiciar un golpe a la democracia y al presidente elegido, junto con participar o mantener un silencio cómplice ante las atrocidades cometidas por Pinochet y su régimen. Entiendo que la época previa al golpe la vida política estaba ajizada’, pero de ahí a atentar contra la democracia y perseverar en el apoyo a un dictador sangriento, hay una infinidad de ‘pueblos que se pasaron’”.
¿En qué momento comenzó?
“Comenzó cuando se traspasa el límite de lo democráticamente permitido. Me atrevo a asegurar, aunque muchos de quienes aún están vivos no lo digan, que buena parte de los políticos especialmente de derecha que apoyaron el golpe de estado, con lo conocido hoy, de volver atrás no lo volverían a apoyar y hubiesen hecho lo imposible por evitarlo. Obviamente hay otros, tal vez más cercanos al partido republicano, que, a pesar de todas las tropelías sangrientas y robos económicos de Pinochet, aun siguen venerándolo…, una pena, solo da lástima la ceguera empática de su alma”.
¿Considera que los militares condenados por delitos de lesa humanidad puedan, por razones humanitarias, cumplir sus condenas en sus casas?
“Si es lo comprometido por tratados de derechos humanos suscritos por Chile y si se aplica transversalmente a todo el mundo carcelario, sin privilegios ni distinciones, no tendría inconveniente. Creo que los chilenos que creemos en los derechos humanos, no debemos rebajarnos al mismo nivel de estos victimarios, debemos mantener nuestra conciencia humana superior a ellos, aunque el corazón diga lo contrario”.
¿Estamos lejos de ser una sociedad reconciliada?
“Sin señales que sorprendan por ir contra el actuar y silencio que hemos visto por tantos años, veo difícil una reconciliación total. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a vivir así, con temas que muchas veces no se hablan para evitar distanciamiento familiar o de amistades”.
¿Será necesario el paso del tiempo y nuevas generaciones para cerrar las heridas?
“Creo que les corresponderá a las generaciones siguientes escribir la historia con una sola visión, la de defensa de los derechos humanos independiente quien sea su agresor. En este sentido veo con muy buenos ojos la condena del presidente Boric al régimen y decisiones de parte Ortega en Nicaragua. No hay que tener temor en condenar cualquier atentado a los derechos humanos, incluso de quienes su supone una mayor cercanía política. Los derechos humanos son universales, no hay límites para defenderlos”.
