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«Lo que el “progreso” trajo y se llevó…» por Jorge Valderrama

 

Jóvenes norteamericanas usando minifaldas, en 1973, prenda de vestir creada en 1965 por la diseñadora británica Mary Quant. Archivo de Creative Commons.

Los recuerdos se van enhebrando. E intentan cristalizarse cuando ojeamos revistas antiguas o fotografías en blanco y negro, entre otros estímulos. Especialmente aquéllos pertenecientes a la era dorada de libros y enciclopedias en fascículos, de esas revistas que inmortalizaron diversos deportes, difundiendo además las principales “copuchas” del mundo deportivo: sus figuras, equipos, trifulcas entre bastidores, comentarios y columnas. Fueron los años en que aparecieron y se consolidaron la píldora anticonceptiva, las minifaldas, la liberación femenina y los ideales hippies, entre otros.

 GENERACIÓN PERDIDA

Si pudiésemos viajar hacia las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado, quizás nos encontraríamos con aquel icónico “cura de mi pueblo”, un sacerdote bonachón y gordito, que con su sotana rozando el suelo, sus manos entrelazadas, su calvicie redondeada y una sonrisa, iba regalando medallitas y sabios consejos; y con aquella profesora rural, que de lunes a viernes madrugaba para abordar el microbús que la llevaría a la escuelita donde la esperaban “sus niños”, pasando privaciones y dejando a sus propios hijos encargados; a la señora María, dueña de un pequeño almacén de puestos varios, allende la periferia del barrio, que daba fiado a clientes, anotando sus deudas en rugosas y manchadas libretas; al carabinero servicial, que de lejos infundía tranquilidad con su uniforme verde, al que se le acercaban hasta los niños para hacerle una consulta o regalarle un presente; al joven estudiante que contaba sus monedas para ver si le alcanzaban para el almuerzo, que con sacrificio iba a estudiar cargado de libros e ideales, de hambre por saber y cambiar al mundo; al anciano rugoso, que aplanaba calles casi luchando para que sus pies lo siguieran y no le tiritaran tanto sus manos; a aquella mujer joven, estudiante, dueña de casa, profesional, empleada doméstica, que caminaba tranquila por las calles de la ciudad porque era también “su” ciudad. En fin, esas y muchas otras estereotipadas personas simplemente ¡¡desaparecieron!!

Se volatizó una generación que trabajó para entregarles lo mejor a sus hijos/as: el mejor pantalón o vestido, la mejor educación, la mejor alimentación, un techo confortable, en fin, lo necesario para que “nada les faltara” y tuvieran una vida más plena. ¡Quizás su error fue no hacerles valorar sus esfuerzos ni darles a conocer sus deberes! Porque por la puerta ancha del egoísmo ingresaron generaciones indolentes, ignorantes y parasitarias que han inundado la sociedad. Al respecto, los de más edad coinciden en continuar señalando que se ha perdido el respeto, que impera la intolerancia, que la delincuencia y el terrorismo se han apropiado de espacios públicos, que se está escindiendo el país, que vivimos en una sociedad corrupta, inescrupulosa y amoral. Hemos olvidado que la magia está en saber valorar todo cuanto de bueno hay en nuestras vidas y en tomar conciencia que lo que necesitamos está en nosotros. Esto es bueno recordarlo siempre.

LA EDAD MARCHITA

Actualmente, nadie quiere ser mayor ni más viejo. Los hombres esconden el carné y su cuerpo en ropas juveniles; las mujeres acuden a los cirujanos plásticos para resaltar sus “ocultas lozanías”. Se exageran virtudes de la juventud y la decadencia de la tercera edad.

En nuestra actual sociedad, existe una bullada  retórica sobre el respeto que se debe tener por los senescentes, tema sobre el cual la antropología cultural sigue dándonos cátedra al mostrarnos cómo las culturas ancestrales que aún perviven en algunos lugares geográficos de nuestro hipertecnificado planeta continúan respetando a los octogenarios y sus tradiciones. Estampas de que otrora nuestras etnias originarias valoraban a los viejos y a su experiencia, tanto como hoy se proclama el culto a la juventud. Los ancianos eran venerados como guías espirituales, guardianes de la sabiduría, iniciadores de aquellos integrantes más jóvenes en el puente que va de la infancia a la adultez, a la par que las ancianas transmitían la esencia de ser mujeres a las más jovencitas, ejerciendo de curanderas, matronas y fogueadas conocedoras de los herméticos secretos de los bosques. Ancianos y ancianas transmitían sentido de vida a los jóvenes.

Más cerca nuestro, basta recordar la autoridad que ejercían nuestros padres, abuelas y abuelos, tíos y tías, lo valioso que estimábamos sus conversaciones, sabiduría, experiencias, sus historias de antaño, enseñanzas… para darnos cuenta que hay un abismo de diferencia respecto a las actuales generaciones. Cuando los índices de longevidad son más amplios cada día, nuestra sociedad no posee un manual para convivir adecuadamente con ancianas y ancianos, porque cada uno de los que somos parte de ella no lo tiene en su interior (hoy las familias tienden a disgregarse cada vez más). Por tal razón, algunos familiares los entregan a instituciones “serias” para quedar con sus conciencias “en paz”. Y la estructura social crea clubes del adulto mayor, programa visitas a Hogares de Ancianos, celebra que “pasaron agosto” (lo que obviando la parte cómica se sustenta en un sustrato moral denigrante), los exhibe, pero no los integra. En tal contexto, los viejos constituyen anacoretas desubicados o patéticas sombras jugando a ser jóvenes, a través de concursos de belleza (como los “Miss” y “Míster”), de bailes, o hasta en competencias atléticas.

MINIFALDAS, HIPPIES Y PÍLDORAS 

Desde una perspectiva antropológica, social, científica, cultural, económica y otras, los años cincuenta y sesenta del siglo XX evidenciaron profundas transformaciones. Así, las manifestaciones feministas a partir de la creación de la Sociedad de Unión y Fraternidad de Obreras (1889) continuaron logrando legítimas reivindicaciones de género. Y el 23 de abril de 1960 la píldora anticonceptiva comenzó a ser dispensada y vendida por primera vez en la historia, primero en Estados Unidos y luego en los demás países. Su masificación tuvo profundos efectos en variados y sensible aspectos, tales como la sexualidad y reproducción, a tal punto que entonces se decía, “nunca en la historia de la humanidad, una cosa tan pequeña ha tenido consecuencias tan grandes”.

También, otra innovación relevante sacudió a la moda de aquella época: nació la minifalda. Creada en 1965 por Mary Quant, diseñadora de modas británica, estaba inspirada en el automóvil Mini (aun cuando polémicamente el diseñador francés André Courrège se adjudicó su invención).

Y el 6 de septiembre de 1965, el periodista Michael Fallon, del periódico The San Francisco Examiner -San Francisco, EE.UU.-utilizó por primera vez la palabra hippie para referirse a los nuevos beatniks y a los jóvenes de modas bohemias. Sin embargo, recién dos años después la prensa universal comenzaría a emplear ese nuevo concepto, el que se consolidó con el Festival de Woodstock (1969). Aquél fue un movimiento revolucionario, contracultural, libertario y pacifista, que buscó liberarse de las ataduras sociales a partir del diseño de nuevos sistemas de vida basados en: paz, amor, compasión, respeto, meditación y, fundamentalmente, Libertad. Buscaban un equilibrio entre normas establecidas versus diversidad de pensamiento. Así también, ansiaban abolir tabúes, tales como el amor de pareja, al que anteponían el amor libre y una desenfadada libertad sexual. De esa manera, algunos participaron en un activismo radical utilizando marihuana y alucinógenos como el LSD, con el propósito de alcanzar estados alterados de conciencia. No querían ser “otro ladrillo” en la pared social. Algunas revistas norteamericanas, como Archie, adaptaron esa visión existencial en sus viñetas e historias, en la que sus personajes principales fueron: Archie, Betty, Verónica, Torómbolo, Gorilón y Carlos.

REVISTAS DEPORTIVAS

Fue, además una época dorada para numerosas revistas y comic book nacionales, como Barrabases, Pichanga y Estadio, esta última considerada la publicación deportiva más importante de toda la historia, y la que más contribuyó a la masificación deportiva criolla. El primer número apareció el 12 de septiembre de 1941, y el último el 5 de octubre de 1982, habiendo publicado un total de 2.028 ediciones durante 41 años continuados. Igualmente, destacaron Residencial la Pichanga, y diferentes personajes de época que se caracterizaron por su “pasión” por algún deporte, como Cicleto y Ñeclito del Themo Lobos, y Cachupín, de Renato Andrade NATO.

 GALERÍA DE FOTOS

Aspecto del festival de Woodstock, 15 de agosto de 1969.

Portadas de las revistas deportivas Estadio, con Sergio Livingstone; Barrabases primera época, número 42 de 1956; y Pichanga número 18 de 1949. Propiedad del autor.
Portada en castellano de la revista estadonunidense Archie, que se identificó con el movimiento hippie de 1967.
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