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Los 88 hijos únicos.

El lenguaje político, tan creativo a veces, concibió el concepto de “domicilio político” para aludir al sector ideológico con que una persona siente afinidad o cercanía. Si lo conocemos, gracias a él sabemos de dónde procede, qué piensa y qué se puede esperar de un determinado sujeto político. No es igual domiciliarse hacia la derecha del mapa político, que hacerlo hacia el otro lado. El concepto es útil, tanto como lo es su correlato real. Y así como en la realidad se usan coordenadas (norte, sur, latitud, longitud, etc.), en política se han usado muchas. En el siglo XIX, si una persona se domiciliaba en la zona conservadora del paisaje político, era diferente a otro que lo hacía en la zona liberal. El primero sería más tradicionalista, mientras que el segundo sería más proclive al cambio y la modernización. En el siglo XX ese “clivaje” como llaman los cientistas políticos a las coordenadas, evolucionó, transformándose en el conocido eje que recorre desde la derecha hasta la izquierda del panorama político, con una infinidad de puntos intermedios entre ambos polos extremos y distantes.  En la actualidad, pese a innumerables cuestionamientos que postulan que en el siglo XXI se ha superado esa concepción binaria de la política, las coordenadas o clivaje derecha-izquierda siguen siendo útiles. Y, al igual que el domicilio, permiten situar y referir a una persona dentro de la amplia geografía ideológica.

Toda la disquisición anterior a propósito de los miembros de la Convención Constitucional que acabamos de elegir. Porque ocurrió que la ciudadanía, puesta a escoger convencionales, prefirió elegir independientes, antes que militantes de partidos políticos. Así, y dejando fuera de este análisis a los 17 convencionales que representan a los pueblos originarios, de los 138 restantes, sólo 50 militan en un partido político mientras que 88 son independientes. O sea, nada menos que los 2/3 de los convencionales (omitiendo a los 17 ya señalados) son independientes. ¿Era previsible este resultado? Si bien después de la guerra todos nos creemos generales, el resultado descrito era esperable si se atendía a las cifras de un estudio de opinión reciente, según el cual sólo el 2% de los chilenos confía en los partidos políticos. Otro resultado habría sido, al menos, inconsecuente con la pésima opinión que los chilenos tienen de los partidos políticos y, en particular, de sus directivos.

No obstante, la situación descrita genera cierta inquietud e incertidumbre si lo que se desea es vislumbrar, un poco, el rumbo de la mentada Convención.  ¿Cuál es el domicilio político de esos 2/3 de chilenos que habrán de redactar nuestra futura Carta Fundamental? ¿Qué bases doctrinarias les sustentan? ¿Cuáles son los principios ideológicos que les inspiran y que, probablemente, intentarán plasmar en la Carta Magna? ¿Qué podemos esperar de esos 88 Convencionales que tomarán decisiones tan trascendentales para nosotros, nuestros hijos y el país? Nada de eso está definido. La carencia de ese “domicilio político” conocido impide dar respuestas claras a las inquietudes señaladas.

No puedo afirmar que la mayoritaria “independencia” de la Convención sea, en sí misma, negativa o positiva. En términos generales, la no sujeción a una estructura partidaria podría significar mayor holgura para conversar y para adoptar acuerdos, si los convencionales no deben obediencia a órdenes de partido ni axiomas ideológicos y sólo guardan fidelidad a sus intereses, convicciones y principios. Sin embargo, esa misma libertad y holgura podría conllevarles a suscribir acuerdos contradictorios o discordantes que, si llegasen a plasmarse en la Constitución, harían muy difícil su interpretación o aplicación. Porque una Carta Fundamental es mucho más que una simple sumatoria de individualidades.

La independencia de estos 2/3 de miembros de la Convención les puede convertir en un verdadero archipiélago de intereses y opiniones distintas, un terrible y temible universo de 88 caprichosos “hijos únicos” a quienes habrá que convencer, con diversos argumentos e incentivos, cada vez que se requiera lograr mayoría.

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