Dado que las artes adivinatorias no me salen muy bien últimamente, comparto con el Lector un puñado de presunciones, conjeturas y presagios más o menos documentados, en torno a la suerte del dictador venezolano y, más importante, la del sufrido y bravo pueblo subyugado por el régimen bolivariano hace ya más de dos décadas. ¿Qué pasará con Maduro y su intención de emular a Fidel Castro, aferrándose al poder hasta el final de sus días? ¿Conseguirá convertir su fraude en respeto y su desvergüenza en adhesión? ¿Logrará hacer de su parodia democrática un nuevo estilo, caribeño, de gobierno? Escribo esto con la esperanza de que no suceda con el venezolano lo que ocurría con Fidel, de quien se predecía su caída cada año… y gobernó casi 5 décadas.
Lo mejor que podría ocurrir, para su pueblo, para Latinoamérica y buena parte del mundo es que su dictadura finalizara pronto. Eso sería lo óptimo para todos, menos para él y la camarilla que le rodea y profita de su poder omnímodo. No obstante, a la luz de la experiencia histórica y los ejemplos que él trata de imitar, es poco probable que le veamos salir de Miraflores en las próximas semanas. Ni meses. ¿Cuáles son, entonces, los caminos posibles de recorrer por el dictador bolivariano y sus secuaces?
Podría darse una negociación, pero de las de verdad, no como las que él ha aprovechado para ganar tiempo y acomodar mejor sus piezas, que es lo que ha hecho reiteradamente estos últimos años. En dicha negociación se podría ofrecer a Maduro algunos caminos de salida, ninguno honorable, pero algunos provechosos para él y varios de quienes le ayudan a sostener el régimen. En esa componenda tendría que ofrecer, por ejemplo, hacer abandono de su gobierno a cambio de dejar otro más o menos provisorio, “de unidad nacional” como se estila decir en estos casos, cuya misión sería desarmar la dictadura, desmontar los negocios que se ha montado a su amparo y proteger los cuantiosos beneficios que han significado. Algunos sueñan, y otros temen, que algo así podría ocurrir a contar del próximo enero, cuando se extinga su actual mandato.
Otros, muy por el contrario, estiman que a Maduro lo único que le queda es dejar el disfraz de lado y no continuar con sus inútiles empeños de querer cubrir de legitimidad un régimen que todo el mundo sabe que no lo es. Este camino, terrible, significaría acentuar más aún la represión, la brutalidad y la ignominia a la que somete a su pueblo. A la vez, este camino empujaría a quizás cuántos millones de venezolanos a engrosar la mayor diáspora de la historia moderna. Se llega a decir que, de darse esta pesadilla, podría significar que habría más venezolanos fuera, que dentro del país.
¿Son posibles otros caminos, hechos más de fantasía que de realidad? Ciertamente uno de esos, puramente utópicos, es que Maduro y su régimen caiga en una suerte de conversión raramente vista, abjure de sí mismo, admita su derrota y desaparezca. Que se marche con el sol, cuando caiga la tarde. Harto difícil. Igual que otra de las opciones que circulan, en la que Maduro, Cabello, Padrino y otros cuantos próceres bolivarianos dejan de ser vistos en Caracas, reapareciendo en Moscú, Teherán, Beijing u otro destino seguro, dejando a la segunda línea de su régimen, y a las demás, a merced de su suerte. Y siempre está la posibilidad de que, superado el hastío y la repugnancia, sea el propio pueblo el que decida intervenir, sin intermediación alguna, arrojando desde la ventana más próxima a la cúpula bolivariana, desmantele la narco-dictadura y restaure la dignidad mancillada por tantos años de chavismo, corrupción y desvergüenza.
Sin embargo, cualquiera que sea el camino que Maduro recorra desde ahora y cualquiera que sea el que su pueblo decida caminar, los años que le esperan a Venezuela están llenos de estrecheces, sacrificios y penurias.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho