No entiendo lo de los dos tercios, le dije a López. Sé lo del colegio, de las matemáticas, de las fracciones, del profe Gutiérrez en la media. Buen profe, pero por más empeño que le ponía, yo no lograba entender tanto denominador común. Prefería, lejos, leer libros en la biblioteca, llevármelos a la casa y devolverlos al final de cada semestre. El único que no devolví fue El Túnel de Sábato. La profe María Paz no me decía nada.
Pero las matemáticas, López, eran un misterio. Entonces, ahora tú me dices que los dos tercios es pura matemática, y la matemática, insistes, está en todas partes. Incluso en las letras. A ti que te gusta ir a Vilches, me explicaba pedagógico, aunque no lo admitas nunca, sabes perfectamente que tus pies caminan una determinada cantidad de pasos entre la entrada y el primer control, y de ahí unos cuantos más hasta el campamento uno. Y a los pasos…grandes, chicos, rápidos, lentos, hay que creerles, agregaba.
Mucha poesía, López. Y mira que a mí me gusta la poesía. Dime algo más concreto. Ahí saca el pizarrón y me dice: Son 155 constituyentes. Dos tercios de 155 son 103. Fácil, ¿entiendes? Seguía sin entender, pero preferí la retirada. Porque lo que no entendía López es que las matemáticas no sirven para medir la ambición y la estupidez. Y menos la mentira. Y menos aún la mentira que nos contamos todos los días. El famoso autoengaño. Nos engañamos para seguir ilusionados, en el fondo, para seguir viviendo sin volvernos locos.
Pero no le dije nada a López. Opté por seguir la corriente. Le dije, está bien, cambiemos todo, como la revolución francesa, sin cortarle la cabeza a nadie, aunque tal vez a unos cuantos, metafóricamente hablando. Cortar de raíz los tentáculos del capitalismo, del poder corrupto, de las entrañas de la ambición, la ambición sin apellido, la ambición pura y salvaje del tener sin necesitar nada.
López dudó. Por un momento pensó que hablaba en serio. O quiso creer que hablaba en serio. Por un segundo me miró como un compañero de partido y no como un amigo de la universidad. Hasta que se acordó de mi ironía, de las frases con las que sacaba de quicio a los anarquistas en las elecciones del centro de alumnos.
No hay caso contigo, rumiaba López, nunca te vas a tomar en serio nada, al menos nada verdaderamente importante.
Con dos tercios no vamos a cambiar nada, López, signifique lo que signifique, entienda lo que alcance a entender. Dos tercios puede ser mucho o poco, pero no alcanza ni va a alcanzar. Las matemáticas pueden ser muy exactas, pero no sirven para entender la política, ni la buena ni la mala.
Ahora lo tengo clarísimo. Dos tercios siempre será menos que uno.