Mientras los chilenos nos entretenemos en discordias inútiles, debates vanos y forcejeos más bien de fantasía, allá afuera, en el ancho mundo que nos rodea, se libran discordias de verdad, debates de fondo y forcejeos de terror. Sólo para que el Lector tenga de qué preocuparse este fin de semana, más allá del exceso de azúcar infantil, el precio de las flores y las visitas inoportunas, le comento algunos de los asuntos que abrazan y aprietan a la humanidad por estos últimos días de octubre.
En primer lugar, la guerra que Putin sostiene contra Ucrania. Es posible que esta sea, por lejos, el mejor ejemplo moderno de personalismo bélico. Porque este conflicto lo inició Putin, lo sostiene Putin y lo entiende sólo él. El resto de los rusos no lo comprenden, lo sufren y lo temen. Para algunos, que nacieron hace mucho, este enfrentamiento les recordó la Crisis de los Misiles, allá por 1962. El “gallito” sostenido en aquella época entre Kennedy y Kruschev hizo temblar al mundo, que observaba cómo ambos líderes aproximaban su mano hacia el temido botón nuclear. ¿Estamos hoy en una situación semejante? El anciano Presidente norteamericano dijo hace unos días que, en su opinión “no nos hemos enfrentado a la perspectiva del apocalipsis como la de ahora desde Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba”. ¿Será para tanto? ¿Será que hemos reeditado la Guerra Fría? Sinceramente no lo creo. Pese a las demostraciones de fuerza que tanto gustan a Putin, lo cierto es que, mientras no se sienta verdaderamente acorralado, no empleará su arsenal nuclear. Y si lo hiciera (toque Ud. madera), lo más probable es que Europa respondería de manera más juiciosa y convencional. Sin embargo, y dicho todo esto, podemos estar profundamente equivocados y Putin, impredecible, podría desencadenar un apocalipsis que haría absurdas todas las demás preocupaciones.
Otro enfrentamiento al que Ud. no debe quitar el ojo de encima es el que se desarrolla un poco más al este. Por allá por las Coreas. Un nuevo personalismo belicista, impulsado esta vez por un líder cuyo corte de pelo ridículo y petulancias de superstar serían divertidos, a no ser porque pone en riesgo la vida de millones de personas cada vez que lanza un misil, como quien arroja al aire fuegos artificiales un año nuevo cualquiera. El creciente intercambio de misiles, como si se tratara de un póquer diabólico entre Corea del Norte y del Sur, tiene una fuerza desestabilizadora mayor que la presente en Ucrania. No olvidemos que el único país que le presta apoyo a Kim Jong-un es China, mientras que el aval defensor de Corea del sur es Estados Unidos. Y ambas potencias podrían tentarse de reeditar aquella Guerra de inicios de los años ’50 del siglo pasado, pero con misiles.
Por último, y para no preocuparlo en exceso que deje la lectura hasta aquí y parta corriendo a construir un bunker, el tercer problema que quiero dejarle sobre la mesa este domingo no ha sido provocado por la megalomanía de un gobernante soberbio y pasado de revoluciones, como Putin, ni otro igual de arrogante y presumido como el gordito coreano. Más bien aquí la responsabilidad es compartida. Por todos nosotros, los Homo ¿sapiens? nada menos. Se trata del cambio climático y su detonante, el calentamiento global. Los informes científicos publicados en las últimas semanas no podrían ser más desalentadores, aunque quisieran meternos miedo. Todos los indicadores, todos, están llevando su aguja hasta el rojo apocalíptico. La temperatura global no para de aumentar (y no lo haría ni siquiera si apagáramos todas las fuentes antrópicas de calor), el clima no detiene su locura que lleva huracanes donde nunca los hubo, lluvias diluvianas en lugares que jamás las habían conocido, sequías espantosas como la que nos asola desde hace más de una década y otros sustos igual de terribles y temibles.
Por todo esto, deje el Lector de preocuparse de nuestras menudencias políticas o económicas. Nuestras tribulaciones no son más que una minucia frente a lo que pasa allá afuera.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho