Adentrándose en la década de los 80’ una joven angelical se desempeñaba en la redacción de Revista APSI, uno de los bastiones más sólidos contra el régimen militar del general Pinochet. Esta joven era Milena Vodanovic Johnson, periodista, hija de Sergio Vodanovic, una de las figuras claves de la generación del 50’. Más de tres décadas después, conversamos con Milena, que ha tenido una fecunda carrera en el periodismo después de esos años decisivos en APSI, hasta alcanzar la dirección de Revista Paula entre 2007 y 2015.
La conversación con DiarioTalca fue con motivo de cumplirse el 2021 dos décadas de la muerte de su padre. La dimensión ética fue crucial en la vida de Sergio Vodanovic. “Había en él una búsqueda imperiosa y a ratos implacable de coherencia personal. Un ser humano debía construirse desde sus valores. Nada, ni la necesidad, ni el miedo, ni el hambre, ni el amor, podían contraponerse a ello sin dejar una herida fundamental. El hombre que lo hiciese podría transitar un rato dando la espalda a esa deslealtad, pero tarde o temprano la herida supuraría dejando en evidencia la peor de las traiciones: la traición de sí mismo”, precisa Milena.
Milena, usted fue hija única, ¿cómo la apoyó su padre para establecer su lugar en el mundo?
“Es bonita su pregunta, porque siempre he pensado que a través de sus ojos adquirí un lugar en el mundo. Siempre me sentí muy querida. Mi padre me adoraba y creo que me tenía algo idealizada. Siempre me apoyó y creyó en mí. Tengo la felicidad de ese amor. Le costó, como a cualquier hombre de su generación, el transito valórico de la época. Mi padre era un hombre abierto y liberal. Pero fue una transformación que fue haciendo de a poco. El venía de un hogar católico, convencional. El aceptaba teóricamente las relaciones sexuales prematrimoniales, pero cuando le tocó a la hija entramos en conflicto. Eso le costó, pero lo fuimos atravesando juntos. Siempre en diálogo. Mi padre fue permeable a su tiempo, tratando de comprender y no juzgar”.
Fuerte compromiso social
Sergio Vodanovic Pistelli, chileno de ascendencia croata, fue un abogado, periodista, dramaturgo y autor de telenovelas. Fue una figura fundamental de la generación de los 50´, junto a otros autores como Egon Wolff y Luis Alberto Heiremans. A través de géneros como la comedia, el drama y la farsa, y de un estilo realista, enfrentó de manera crítica la corrupción y ciertas estructuras familiares, sociales y juveniles. Entre sus obras, en “Deja que los perros ladren” (1959) analiza desde un punto de vista social y psicológico el fenómeno de la corrupción en la clase media.
Estando la obra de su padre cruzada por la ética, ¿cómo vivió él Chile posterior al golpe militar de 1973?
“Pésimo. Para él fue una fractura profunda. Mi padre tenía un compromiso social muy fuerte y entendía el teatro como un reflejo de la sociedad que al dramaturgo le correspondía vivir. Sentía el teatro, pese a que tenía una mirada universal, como algo muy local. Para él no era una creación solitaria, sino que tenía un sentido social y político. Mi padre fue militante de la Acción Católica y pese a que un momento empezó a perder la fe, a través de Acción Católica llegó a la Falange, de la que fue uno de sus fundadores y luego militante de la Democracia Cristiana que lo fue hasta Allende, momento en que se pasó a la Izquierda Cristiana, porque apoyaba al presidente democráticamente electo, sin ser él un hombre marxista ni extremadamente de izquierda, porque venía de la tradición cristiana, pero nunca estuvo de acuerdo con la posición política de la Democracia Cristiana, post golpe”.
Su padre tenía una estrategia para no sentirse cómplice de situaciones que no le parecían…
“Una estrategia a la que solía recurrir para no ser cómplice, era renunciar. Renuncia a la Democracia Cristiana, renuncia a la Izquierda Cristiana, renuncia a un comité de escritores… Sus archivos están llenos de cartas de renuncia. Cada vez que sentía que el grupo al que había adscrito traicionaba sus principios constituyentes, la primera reacción de mi padre era renunciar. Sentía que con ese acto, además de separarse del cajón podrido, lo señalaba. Así, también abría el camino, de alguna manera, a que las ovejas descarriadas pudiesen enmendar”.
También quitó el saludo a algunas personas…
“Mi padre era muy purista. A él se le fracturaron muchas amistades después del golpe. Crecí en una casa abierta, donde llegaban amigos íntimos de mi padre que eran de derecha y otros simpatizantes de Allende o de Tomic. Un ambiente de mucha convivencia, con habituales invitaciones a comer y camaradería que cambió radicalmente después del 11. Por eso que mi padre a todo conocido que hubiese apoyado las violaciones a los derechos humanos le quitó el saludo… Con el tiempo fue cediendo con algunos como Andrés Rillón, que era un ‘momio’ desatado y pinochetista, con quien hablaba de todo menos de aquello para no quebrar el gusto que les producía estar juntos, reírse, conversar. Decía que era el único ‘momio’ con el que podía conversar”.
Poco después del Golpe viajan a Colombia…
“Nos fuimos a Colombia, a Bogotá, porque a mí mamá, Betty Johnson, le salió un trabajo en Naciones Unidas. Como pionera de la nueva bibliotecología viajaba por el mundo armando sistemas de información. En esa situación mi papá la pasó muy mal, porque no era conocido en Colombia. El tipo de teatro era diferente. Además, era un hombre chapado a la antigua y estaba acostumbrado a que le ofrecieran trabajo y no a pedirlos”.
Regresan a Chile en 1976…
“Regresamos a Chile en 1976, porque mis padres pensaban que pese a todo, había que estar acá y ayudar a que esto cambiara de alguna manera. Eran tiempos difíciles y nosotros llegamos a Santiago una semana antes que mataran a Carmelo Soria. Ese era el Chile a que volvimos”.
Después de una vasta obra su papá se inclina por las teleseries…
“Durante la dictadura mi padre terminó trabajando en el ICTUS, una experiencia muy rica porque se llevaba muy bien con Delfina Guzmán, con Claudio Di Girolamo, con Nissim Sharim… pero mi papá era un autor y de algún modo se sentía desplazado en este teatro colectivo. Le interesaba este trabajo, los debates, ver los ensayos y recuerdo verlos horas conversando en mi casa, analizando las obras…Pero mi papá sentía que su voz se diluía y eso no le acomodaba. Por lo mismo, a partir de la década 80’, 90´ empezó a sentir que no tenía mucho que hacer en el teatro. Comprendió que estaba tomando preponderancia la dirección sobre el dramaturgo y su gran refugio y apuesta fue las teleseries. Recuerdo que en los años 80’ mi papá trabajaba habitualmente hasta la hora de almuerzo, pero de repente empezó a tener una actitud insólita”.
¿Por qué?
“Después de almuerzo y de la siesta empecé a verlo ver teleseries… ¡Que deprimido debe estar mi papá para ver teleseries! pensé… Sucedía que las estaba estudiando y calladito, por los palos, sin decirle nada a nadie, preparaba una teleserie que cuando la tuvo lista se la llevó a Ricardo Miranda, jefe del área dramática de Canal 13. Y así en 1982 apareció Una familia feliz, después Los Títeres, y luego una sucesión de teleserie que le dieron nueva vida a mi papá”.
¿Cómo fueron los últimos años de su padre?
“Fueron años muy difíciles, por su condición de salud, precaria desde su nacimiento. En sus últimos seis meses estuvo en diálisis. En febrero del 2001, al pararse de su sillón de diálisis en pleno centro de Santiago, se desplomó tras sufrir un infarto. Tenía 75 años y murió de golpe. Como siempre había querido”.