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Minutos finales

Después que Chile fue campeón el 2015, cuando Alexis tuvo el descaro de picarla ante Romero, cuando Vidal nos enseñó que el error puede ser apenas una anécdota sin consecuencias, tomé la costumbre de apagar la tele cinco minutos antes del final del partido. 

A veces la prendo en las entrevistas al borde de la cancha o en los comentarios con el diario del lunes en la mano. En otras oportunidades simplemente no vuelvo a encenderla. Tampoco busco en internet, ni veo las noticias, ni llamo a López. 

Es como si optara por suspenderme, congelarme, quedarme en el limbo, sin el más mínimo interés de saber del futuro o del pasado. No quiero ver la tabla de posiciones, no quiero celebrar, no quiero enojarme con mi perro, no quiero pensar que existe el fútbol. No exagero. Es así. 

Cuando despierto al día siguiente me siento liviano, reseteado, aunque el resto llore desconsolado o celebre entre abrazos y cerveza. Hasta que se acerca el próximo partido. Entonces me vuelven las ganas, el cosquilleo, el ansia, el apuro. Me preparo mentalmente, imagino las opciones, leo hasta las patas de mono, discuto con los predicadores, apuesto el sueldo que no tengo. 

Me hubiese gustado empezar con esta práctica para el Mundial de Brasil, y no haber sufrido la agonía de ver el zapatazo de Pinilla explotar en el horizontal. Pero no, esperé que la venganza se consumara al año siguiente en Chile, ante Argentina, en los penales. 

La venganza me tiene sin ver los minutos finales. Para qué, da lo mismo. Que pase lo que tenga que pasar. Sentado frente al televisor nada puede cambiar el pasado, ni el futuro, ni el presente. Mi presente, sí, lo que yo hago, el esfuerzo de tomar el control remoto y presionar power. No es tan difícil. Y yo habré cambiado. Mañana será otro día.

Así dejé de contar muertos, dejé de esperar disculpas, dejé de escuchar discursos repetidos, atrincherados, virulentos. Es mejor ahorrarse los finales, sean felices o tristes. Es mejor irse a acostar con la esperanza en puntos suspensivos, con la ilusión de que nada pasa y todo puede cambiar. 

Nada puede ser peor que un gol en contra en los minutos finales. 

 

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