Pese a que no le conozco, quiero solidarizar con la presidenta del PPD, Natalia Piergentili, injustamente conminada a ofrecer disculpas y retractarse al mejor estilo estalinista, por haber dicho lo que tantos pensamos. Es que, a veces, decir lo que se piensa sale caro. Y si lo dicho apunta a una zona muy sensible, la reacción será inmediata, corporativa y furibunda. Lo que la presidenta expresó fue, ni más ni menos, lo que una gran mayoría de chilenos piensa, siente y marca en el sufragio. Que, tras años de escuchar los discursos vacíos pero llenos de neologismos y palabras complejas, los chilenos estamos hartos. Las posturas identitarias, sean de género, sean de raza, sean de cultura y varias más, han convertido el panorama nacional en una suerte de archipiélago en que cada isla se comporta como si fuera el continente. En los últimos años, cada grupo de presión ha pretendido imponer sus particularidades a la generalidad. Sea en sus hábitos alimenticios, en sus preferencias sexuales o su percepción étnica, se aspira que lo particular sea norma general. Así, se ha querido cambiarnos el idioma intentando imponernos el “todes”, en aras de una inclusión obcecada con el sexo, que deja fuera a quienes verdaderamente merecen inclusión. Se ha pretendido, también, que los pueblos indígenas que habitan el país tengan derechos anteriores y superiores al del resto de la comunidad nacional, generando expectativas desmedidas, ambiciosas y muy lejanas a su real contribución. Se ha querido, en fin, borrar el pasado por inútil, injusto e indigno. La idea de la hoja en blanco, símbolo de esta intención, resume lo anterior.
Pero, esto lo sabe la Sra. Piergentili, más temprano que tarde la ciudadanía llega al punto del hastío. Y, entonces, “con un lápiz y un papel”, demuestra su fastidio y su rechazo. Fue por eso que la ciudadanía rechazó el proyecto constitucional perpetrado por la Convención y, más tarde, eligió una aplastante mayoría de consejeros constitucionales diametralmente opuestos a aquellos que la presidenta Piergentili bautizó tan magistralmente como “monos peludos”. Así, no debiera haberse presionado a la dirigente política a disculparse por haber dicho la verdad. Incómoda, claro, pero verdad. Y esta debe decirse, y aceptarse, hasta que duela. El precio de la verdad, dijo un autor, a veces es doloroso, pero justo y necesario. Y a propósito de precio, el que no ha resultado muy justo ha sido el que el Estado (o sea, Ud., yo y millones de contribuyentes) deberemos pagar por el “Plan piloto” que buscaba que el Estado se convirtiera en vendedor de gas, “a precio justo”. La idea era ver si resultaba. Menos mal que, a poco andar, los especialistas gubernamentales se percataron de que algo no estaba bien en vender a $15.000 lo que al Estado le costaba $117.000. Y que, si seguían con el piloto, se iba a gastar 8 veces más que si se entregaba, directamente, el dinero a las familias vulnerables. Lo que sí resultó, al menos en el momento, fue la idea de que el Presidente Boric recogiera aplausos cuando, en la Cuenta Pública pasada, anunciara con alborozo esta idea tan original y de nombre tan sentido.
Pero la idea no es, para nada original. Bien lo saben, por ejemplo, los argentinos, cuyos gobiernos kirchneristas crearon varias: desde el “cable para todos”, pasando por el “fútbol para todos” y hasta el surrealista “asado para todos”, con los que se pretendía llevar a la población de menores recursos, aquello a lo que no podían acceder. Y ya sabemos lo que ocurrió con esas políticas en el país trasandino. La debacle económica, a la que deben haber contribuido algo los programas citados, se los llevó junto con la capacidad y la estabilidad económica de aquel país. Bien lo saben, también, los venezolanos más humildes, quienes poquito a poquito, fueron dependiendo cada vez más de estos programas de supuesta “ayuda”, y que ahora les hacen depender, completamente, de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) para recibir las exiguas cuotas de alimentos que el gobierno se digna entregarles.
Cuando la próxima semana el Presidente nuevamente rinda cuenta de su gestión, ojalá dedique unos párrafos a expresar su arrepentimiento y sus disculpas por haber entregado varias políticas públicas a “monos peludos” que no tienen conocimientos, experiencias ni aptitudes para hacerlo. Eso sería justo. Más que el precio del gas, sin duda.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho