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Mujica tiene razón

 

No puedo estar políticamente situado más distante de lo que estoy con el conocido exmandatario uruguayo, José “Pepe” Mujica. Sin embargo, coincido plenamente con lo que recientemente expresó, a propósito del momento político actual que vive Chile.

Dijo Mujica, respecto de la Convención Constitucional chilena “… tengo miedo de que sea una bolsa de gatos”.  Y luego, en relación con nuestro proceso constituyente, señaló su temor de “… que se quieran resolver todas las penurias del pueblo chileno con una Constitución”.  Pareciera que Mujica, pese a la distancia (o quizás, gracias a ella) logra hacer un buen diagnóstico de los tiempos por los que transitamos. Y, no quisiera, que también acierte con su pronóstico.

Si bien ha transcurrido apenas una semana desde que el domingo pasado, en medio de tensiones, nerviosismo e incidentes previsibles, se efectuó la sesión inaugural de la Convención, lo visto hasta ahora permite temer que, de seguir el ambiente y conductas observadas, Mujica tenga razón. Las pugnas internas de los que tienen la mayoría han sido sorprendentes. Lo esperable en organismos como estos es que las contiendas las sostengan quienes piensan diferente. Así, cualquiera podría haber esperado que los Convencionistas de izquierda se trenzaran en duelo ideológico con sus pares de derecha. Mas no ha sido de este modo. La disputa por el control (el real, no el simbólico, que era previsible lo tuviera la Sra. Loncon) ha sido hasta ahora encarnizada. Las fuerzas de la izquierda tradicional en disputa feroz con esa suerte de izquierda aggiornada del Frente Amplio y sus amigos. Y, en medio, se ha visto una masa un tanto informe de ecologistas, feministas y representantes de pueblos originarios, que aún no se acostumbran a tamaños zarandeos. La imagen felina que trae a cuento el ex Mandatario de Uruguay es certera. De persistir este ambiente de conflicto, de saltarse las reglas y de imponer de manera hegemónica una determinada postura, la bolsa de gatos será una metáfora insuficiente para describir la Convención.

Por otro lado, la afirmación de Mujica en orden a temer que se quiera resolver todos nuestros problemas mediante una nueva Constitución es, nuevamente, certera. El peligro de las expectativas desatadas debiera ser la preocupación central de los Convencionistas. La base de su legitimidad está en los votos y estos, no hay duda, los obtuvieron en directa relación con las esperanzas populares que lograron capitalizar. Y si el proyecto de Carta Fundamental que nos presenten en un año más no satisface los anhelos y las pretensiones que el proceso provocó, podría ser igual de inquietante que el ambiente previo. La desilusión y la frustración popular son más temibles aún que las reivindicaciones.

Así, sólo cabe esperar que el desorden inicial sea nada más que eso. Un defecto episódico de los primeros días, rápidamente superado por el trabajo ordenado, ajustado a la misión fundamental, colaborativo y fructífero. La labor redactora es demasiado trascendental y compleja como para distraerse en otros temas, por importantes que se los estime. En la Convención se plasmaron las esperanzas de una ciudadanía que cada vez confiaba menos en las instituciones, en los partidos y en los políticos profesionales. Una ciudadanía que veía, con desesperanza, que sus “penurias” como dice Mujica, no eran resueltas por aquellos. Y si ahora, después de haber elegido un nutrido grupo de representantes independientes y, al parecer, poco contagiados con los defectos repudiados, estos caen en el sectarismo, la intolerancia, la violencia y las presiones indebidas, se verá en ellos sólo más de lo mismo. O más de los mismos.

Y, entonces, con escasa satisfacción y abundante desazón, habremos comprobado que Mujica tuvo la razón. Y habremos elegido una bolsa de gatos cara, ineficiente y fallida. Y el pueblo agregará la frustración, como una más de sus penurias.

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