La situación se repite una y otra vez: zona rural, con caminos de ripio, tránsito de camiones con cargas de diversos rubros (agricultura, materiales para la construcción, madera, insumos para el hogar, bebidas, alimentos y minería, entre muchos otros).
Se logra el anhelo de años de las comunidades asociadas a ese camino y el Estado aplica una gran inversión. Así el camino deja de ser de ripio y pasa a tener un tratamiento asfáltico que le da una evidente mejor condición a la carpeta. Se acaba el polvo en suspensión, se mejoran los tiempos de traslado, los vehículos particulares mejoran su vida útil, entre otros. Los camiones con las diversas cargas siguen transitando, pues es la vía que conduce a destino.
Al cabo de un par de temporadas, la nueva carpeta comienza a dañarse, pues no está diseñada para el tránsito de carga. Entonces, la comunidad se molesta y, con justa razón, reclama a la autoridad local, esta acoge el malestar y prohíbe el tránsito de camiones.
Los productos que se transportan dejan de llegar a destino o bien se debe buscar otras alternativas que encarecen el transporte (más de lo que ya está, producto del valor del combustible). En definitiva, la cuenta la paga el transporte. La paradoja es que el principal argumento utilizado para justificar la inversión en el camino, era el de «mejorar el transporte».
Chile y especialmente Maule, es una región que produce y debe competir con otros países que juegan en primera división, pero nuestros caminos no necesariamente van a la par en esa dirección. Sinceramente creo que la fórmula no es prohibir el transporte. La fórmula es tener mejores caminos o caminos acorde a lo que por el transita. ¿Sería muy difícil lograr buena coordinación entre el Estado y los usuarios? La fórmula no es No camiones, la fórmula es, mejores caminos para todos.
Leonardo Vergara
