En “Justicia feminista al borde del tiempo”, María Ignacia Ibarra y Sofía Brito se analiza lo femenino en tiempos de profunda crisis socioambiental y de gran incertidumbre sobre el porvenir. “Necesitamos una educación que ponga en el centro la reparación de lo común, la reconstrucción de nuestras comunidades”, precisan (por Mario Rodríguez Órdenes con fotografías de Alejandra Toro Castillo)

“Justicia feminista al borde del tiempo” (LOM, 2023) reúne un conjunto de ensayos que visibiliza, narra, discute (desde diversas experiencias y reflexiones, a partir de una pluralidad de voces y multiplicidad de causas) el cómo nuestras comunidades están luchando por justicia y reparación de los tejidos rasgados por el neoliberalismo. Esta investigación, bajo la coordinación de María Ignacia Ibarra y Sofía Brito Vukusich es un valioso aporte para comprender mejor el mundo actual. Diario Talca entrevistó a las coordinadoras, y las respuestas son compartidas por las dos.
María Ignacia Ibarra Eliessetch es activista feminista y doctora en Antropología por la Universidad de Barcelona. Integrante del grupo de investigación de Género, Identidad y diversidad donde coordina el eje “Territorio, descolonialidad y resistencias”. Ha publicado numerosos capítulos de libros, artículos académicos y de divulgación en Chile, Catalunya y México. Sofía Brito Vukusich es escritora y activista feminista. Es coautora de “La Constitución en debate” (LOM, 2019), así como compiladora del libro “Por una Constitución feminista” (2020).
¿Cómo surge “Justicia Feminista al borde del tiempo”?
“Este libro surge por la necesidad de problematizar la noción de justicia desde los feminismos. Sabemos lo complejo que ha sido posicionar la violencia de género como un problema de relevancia pública. Los casos de muchas compañeras han dado cuenta de la importancia de ese reconocimiento, motivando movimientos como el ‘Ni una menos’ o el ‘Mayo feminista’ en 2018. No obstante, creemos que, en el auge de las agendas de seguridad y populismo penal, la persecución de la violencia desde una matriz punitivista, es decir, desde el castigo, da cuenta de los límites del derecho a la hora de gestionar nuestras relaciones y posibles alianzas. Hemos confundido la necesidad de reconocimiento y visibilización con el fortalecimiento del derecho penal, el cual se empeña en poner como causa a determinados individuos en vez de apuntar a las causas estructurales de las fracturas sociales. El diálogo que se da entre las autoras emerge desde diversas experiencias comunitarias en organizaciones, espacios educativos y establecimientos penitenciarios. En este sentido, el libro apunta a abrir preguntas, reflexiones, sentipensamientos más que dar respuestas cerradas”.
¿Les parece que el mundo patriarcal está plenamente vigente?
“Creemos que no puede entenderse el patriarcado desacoplado de la estructura capitalista y colonial como modos de dominación y opresión. Esto para nosotras no significa que su vigencia sea inalterable, sino que da cuenta de la importancia de una lectura interseccional de nuestra realidad para encontrar sus puntos de fuga. La crecida punitiva y criminalizadora de algunos feminismos de corte más liberal han sido funcionales a una matriz heterosexual y racista, en donde se priorizan las responsabilidades individuales. Lejos de acabar con la violencia de género, esta lectura parcial de las opresiones que considera el patriarcado por sí solo, ha pasado por alto las desigualdades estructurales”.
Escriben: «…nuestras comunidades están luchando por justicia y reparación de los tejidos rasgados por el neoliberalismo». ¿Es mucho el daño?
“Podemos dar cuenta de este daño, por ejemplo, en la funa, que se ha convertido en una herramienta muy importante y utilizada en los últimos años. La consigna “si no hay justicia, hay funa” se ha dado porque las mujeres y disidencias nos hemos visto históricamente desprovistas de instrumentos de justicia en el marco de la matriz patriarcal. Entonces, en esa lógica de la urgencia, nos hemos visto generando una doble punición que nos afecta nuevamente: el conflicto se expande y repercute en el quiebre de espacios colectivos a los que pertenecemos: familias, organizaciones, asambleas u otros tejidos. Se generan divisiones y no sabemos cómo actuar; usualmente abandonamos y excluimos a los victimarios y nos vemos en la pérdida de vínculos cuando no sabemos cómo gestionar sus violencias, o bien, sacando los afectos de la ecuación, porque ¿podemos mantener una relación afectiva con una persona que ha sido agresora? El daño de los tejidos ha sido profundo y este libro explora formas para repararnos colectivamente, más allá de la criminalización individualizante producto del neoliberalismo”.
¿Por qué para el libro tuvo tanta importancia el libro “Mujer al borde del tiempo”?
“Porque las utopías feministas nos permiten imaginar otros futuros posibles. En tiempos de profunda crisis socioambiental e incertidumbres sobre el porvenir, especular y construir ficciones políticas como en el libro de Marge Piercy, nos invita a imaginar reparaciones comunitarias desde la complejidad, sin parámetros patriarcales ni heteronormativos. ‘Mujer al borde del tiempo’ es una novela que habilita el cuestionamiento a la narrativa hegemónica del fin del mundo y del colapso, permitiéndonos sentipensar escenarios donde aquello por lo que luchamos cotidianamente tiene la potencia de transformar nuestra realidad”.
¿En qué medida las mujeres pueden sanar de las injusticias vividas?
“Justamente, nos interesa problematizar el que los mecanismos de justicia se enfocan en el castigo de los presuntos agresores, y no en la reparación de las injusticias. El poder punitivo del Estado, que se activa en el derecho penal, se fundamenta en la transgresión de las leyes estatales, dejando fuera de la ecuación a quienes hemos sufrido situaciones de daño o violencia. Se nos ha negado la pregunta por la reparación, en la medida que la figura de víctima se erige como identidad fija de la cual no podemos escapar. Las perspectivas que aporta la justicia restaurativa desde los feminismos apuntan a nuestra capacidad de transformación, tanto de quienes han sufrido violencia, como de quienes la han perpetrado”.
¿Qué quiere decir Amandine Fulchiron cuando dice que no hay justicia posible si no se erradica el contrato sexual colonial?
“El problema de delegar la justicia hacia fuera, o sea a los tribunales estatales, las policías y los sistemas de guardias privados, es que estos se caracterizan por reproducir asimetrías, ya sean raciales o de clase, que básicamente niegan la probabilidad de lograr una reparación social e, incluso, reproducen la injusticia. En las prácticas carcelarias se generan violencias interseccionales, prácticas de humillación, tortura, violencia, desigualdad y discriminación, que están muy lejos de constituir espacios de resolución de los conflictos. Por eso es que la búsqueda de alternativas a este sistema multicapa es altamente desafiante y requiere una reflexión profunda. Requiere desengancharnos del síndrome colonial, entendiendo que la raza, el sexo, la clase, la sexualidad son experiencias construidas a partir del orden colonial”.
¿A qué obliga este contrato sexual colonial?
“Las nociones de patriarcado, clase y raza, sus imbricaciones e interseccionalidades nos llaman a mirar la estructuralidad del problema de la violencia. Son conflictos que requieren otros modos de acción e interpelación. Otros modos que permitan a lo menos cuestionar nuestros repertorios clásicos de respuesta. Por tanto, descolonizarse implica desengancharnos de ese proyecto del que también hemos sido parte. No es una tarea sencilla. Porque no hay justicia posible si no hay un esfuerzo insistente en transformar las estructuras sociales, si no se erradica el sistema moderno colonial. Desde ahí surgen las principales opresiones que hoy son las principales causas que originan las violencias y sus subsecuentes estrategias de (in)justicia”.
¿Qué implica sentipensar la problemática feminista?
“Implica recuperar y reconocer saberes propios y de nuestros ancestros, aquellos que surgen de los cuerpos-territorios, como dicen las feministas comunitarias, los cuales nos permiten escucharnos a nosotras mismas y conectar con los daños, así como también con la fortaleza que conocemos y necesitamos también nombrar. Significar y revertir en palabras las experiencias afectadas, poner en valor nuestros afectos, los cuales han sido históricamente silenciados en la dimensión pública y relegados a los espacios privados de las víctimas. En ese sentido, sentipensar el dolor permite convertirlo en resistencia”.
En su experiencia ¿cómo han sufrido el patriarcado?
“Las mujeres y disidencias experimentamos estos sistemas de opresión en el cuerpo desde el momento en que somos reconocidas como tales. Los movimientos feministas han puesto sobre la palestra que ‘no se nace mujer, sino que se llega a serlo’, el género como modo de categorizarnos no es algo natural, es una construcción que puede ser desanclada, problematizada, transformada. Es por eso que creemos que las experiencias que llevamos en el cuerpo por el solo hecho de ser mujeres, requieren dejar de leerse únicamente desde el victimismo. La necesidad de transformar nuestros dolores implica dejar de pensar el género, la raza, y clase como algo estático, o bien, algo de lo cual puede salirse, a través del mito del ‘empoderamiento’ individual”.
¿Es posible pensar en un mundo distinto?
“Es posible si adoptamos una postura radical ante las violencias machistas, patriarcales, racistas y coloniales que ocurren en nuestros espacios cotidianos. También enfrentar las violencias estructurales, instalando el debate por la justicia feminista y comunitaria en organizaciones territoriales y movimientos sociales. Sostenemos la convicción que la única manera de reconstruir los tejidos es la política, y eso para nosotras significa reflexionar sentipensando, debatir colectivamente y llegar a acuerdos que nos vinculen mutuamente en la comunidad que somos”.
¿Cuánto costará superar el neoliberalismo?
“Esta pregunta se vuelve más compleja aún luego de las movilizaciones que vivimos en octubre de 2019. La consigna ‘el neoliberalismo nace y muere en Chile’, sin duda, generó grandes expectativas sobre la posibilidad de construir otros modos de relacionarnos desde el cambio constitucional. Una vez cerrado dicho proceso sin éxito, nos parece necesario, en medio de la desesperanza, insistir en aquellas experiencias comunitarias que buscan gestar alternativas de resistencia, en el reconocimiento de nuestra interdependencia entre nosotres y la naturaleza. La gran crisis socioambiental que vivimos da cuenta que la superación del neoliberalismo sigue y seguirá siendo una urgencia”.
¿Qué papel le asignan a la educación en estos cambios?
“La demanda por una educación no sexista, así como por el fortalecimiento de la educación pública, es fundamental para construir una justicia transformadora. Evidentemente, una educación que prioriza valores como la meritocracia y el individualismo, entregando oportunidades únicamente para quienes detentan el poder adquisitivo, es una herramienta para la reproducción del neoliberalismo y del orden colonial. Necesitamos una educación que ponga en el centro la reparación de lo común, la reconstrucción de nuestras comunidades, y que potencie la noción de transformación, de recuperación, de sanación, para desanclar el castigo como modo único de justicia”.