¿Se han fijado como, lenta pero inexorablemente, nos hemos ido convirtiendo en un país medio tropical y caribeño?
El cambio no estaría nada mal si es que la transformación nos permitiera gozar de esas playas envidiables de arenas blancas, con aguas templadas y una brisa agradable. Tampoco sería negativa la abundancia de guayabas, piñas, mangos, cocos y demás frutas que dejarían de sernos exóticas. Y qué decir de la comida, con esa mezcla de sabores que la convierten en un mosaico de sazones, colores y texturas. Creo que nadie se opondría a la posibilidad de vivir en un clima exento de esos fríos traumáticos que tenemos en junio o esos calores insufribles que experimentamos en diciembre. Ropas de colores más vivos, música de fiesta permanente y ese vivir despreocupado, tan distinto a nuestra manera atribulada y obsesiva de transitar la existencia. Convertirnos en un país caribeño y tropical podría permitir, por ejemplo, gozar de nuestros abundantes feriados descansando en una playa cálida, rodeados de palmeras y gentes amables. Si lo anterior resume algo de lo bueno del Caribe, bienvenido fuera el cambio.
Sin embargo, tal parece que nuestra mutación tropical no nos está trayendo lo que puse más arriba. Es que, excepto algunas frutas y poco más, la conversión que hemos ido experimentando desde hace un tiempo nos está transformando en la versión negativa del Caribe encantador y relajado que imaginamos. Al contrario, esta mudanza social que vivimos poco a poco, está metiendo en nuestra vida elementos que nunca poseímos, que jamás quisimos y que escasamente conocíamos.
Pasear por Santiago y otras de nuestras ciudades principales o ver noticias en televisión, por estos días, a ratos nos transporta a ese ambiente que hace años uno podía observar en películas ambientadas en “algún país centroamericano”. ¿Las recuerda? Veloces automóviles que perseguían a los malos a través de intrincadas calles atestadas de comercio informal, entre motocicletas, carritos de comida, vendedores de ropa y uno que otro cantante. Ambiente en que se mezclaban autoridades displicentes, corrupción manifiesta y legalidad arrinconada. Repúblicas bananeras les decían. Ubicadas por la zona tropical y caribeña, esa en que pareciera nos estamos convirtiendo más temprano que tarde.
Homicidios perpetrados con machetes; otros enterrando viva a la víctima; hallazgos de partes de cuerpos humanos en canales, sitios eriazos o hasta en calles transitadas, pareciera ser la descripción perfecta de Haití bajo la dictadura de Duvalier y sus Tontón Macoutes. Sin embargo, tristemente, es la crónica roja de cualquier semana santiaguina, ariqueña o antofagastina. Lanzas en moto, autos blindados, tiroteos en bares. Barrios enteros vedados a la ley después de las seis de la tarde. Secuestros extorsivos, empresarios con guardaespaldas, cobro de “protección” a locales comerciales, barberías de fachada y casinos semejantes, de a tres por cuadra y con horario de madrugada. Cantantes urbanos financiados de manera nebulosa, recitales con entradas de más de medio sueldo mínimo, zapatillas de varios sueldos de esos.
Mientras, la mayoría de los chilenos de a pie, como el Lector y yo, comenzamos a sentir un poco la inquietud de vivir en este ambiente caribeño que no es como lo pensábamos. Por de pronto, el agua de nuestras playas no es, ni por asomo, templada. Ni la arena ha cambiado ese color gris áspero que Ud. conoce. Tampoco la brisa se ha hecho más agradable desde que nos acercamos al Caribe. Ya no entendemos ni nuestro propio clima, con calor cuando no debería y frío cuando no quisiéramos. Y, para poner una guinda en esta torta tropical, nos llega directamente del trópico el mosquito aquel, que trae el dengue, que sólo conocíamos por los merengues de Juan Luis Guerra. En conclusión, al menos yo, me quedo con el otro Chile, el de aguas frías, estaciones del año marcadas con cincel, frutas menos coloridas y nuestra inveterada abundancia de grises en la ropa y mortificaciones en la mirada. Nunca pensé que el Caribe no me gustaría.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho